El alma del escorpión

       Ha vuelto a ocurrir. Es su naturaleza. Una vez más, el escorpión financiero ha clavado su aguijón en la espalda del confiado batracio liberal que, dejando atrás una orilla chamuscada por las consecuencias del crac de 2008, lo transportaba hacia una ribera donde juraba que, por fin, iba a comportarse de manera responsable. Primero fue la quiebra del Silicon Valley Bank. Casi de inmediato, las autoridades tuvieron que correr en auxilio del Signature Bank y del First Republic. ¿Estas cosas no pasan en Europa? Unos días después, Credit Suisse era adquirido in extremis por UBS – de hecho, un rescate encubierto por parte del Estado helvético, que garantiza la operación – y la todopoderosa Deutsche Bank veía su cotización bursátil caer en picado. Por supuesto, gobiernos y bancos centrales se han apresurado a jurar que el sistema estaba saneado y que no había nada que temer. Pero, como los discursos tranquilizadores son harto conocidos – la víspera del hundimiento de Lehman Brothers las más prestigiosas agencias de calificación atestaban la solvencia de la firma -, la inquietud se ha hecho sentir por doquier. ¿Estamos ante los primeros compases de una nueva crisis financiera mundial? Hay pronósticos para todos los gustos. Desde quienes vaticinan un colapso bursátil a corto plazo e incluso una dramática depresión, semejante a la de 1929… hasta quienes insisten en que esto no es más que un susto, un desajuste debido a la afectación que la subida de los tipos de interés ha tenido sobre entidades que habían adquirido demasiada deuda pública. Alguien definió a los economistas como unos tipos que se pasan la mitad del tiempo haciendo hipótesis sobre el comportamiento de los mercados… y la otra mitad explicando doctamente por qué fallaron sus modelos predictivos. Sería ocioso hacer apuestas. Pero, sea cual sea el desenlace de este momento, la izquierda debería sacar algunas conclusiones para su actuación política.

            La primera, es que han fallado una vez más los controles sobre la exposición de los bancos a las turbulencias, así como los recursos de que disponen las entidades para responder ante sus depositantes. De hecho, la vigilancia de la Reserva Federal americana se había ido relajando desde el mandato de Trump. El SVB no formaba parte del elenco de los quince bancos “demasiado grandes para dejarlos caer”, sometidos a un severo escrutinio por parte de las autoridades. Pero hoy en día, incluso la quiebra de entidades medianas y relativamente pequeñas tiene efectos sistémicos. El movimiento de pánico que puede desatarse con consecuencias devastadoras en el marco de una economía financieramente hipertrofiada. En lo inmediato, la caída del SVB nos habla de una gestión imprudente. He aquí un banco especializado en la financiación de empresas tecnológicas; un sector que, tras vivir un efecto burbuja, se estaba deshinchando, como lo demuestran los ajustes de plantillas en curso en sus grandes corporaciones. La abundante liquidez de que disponía el banco – tras un largo período de bajísimos tipos de interés – fue dirigida a la adquisición de bonos del Estado en busca de algún rédito. Con la subida acelerada de los tipos para yugular la inflación, los activos de la entidad, negociables al bajo rendimiento anterior, se depreciaron a ojos vista. Al conjugarse esa circunstancia con la necesidad de los depositantes de disponer de sus fondos propios – dado el encarecimiento del crédito y la coyuntura del sector -, el banco se halló rápidamente en dificultades, se desató el pánico y se produjo el colapso. Una tormenta perfecta. En el caso de Credit Suisse, se invoca una trayectoria de escándalos y malas prácticas bancarias que habrían minado la credibilidad de la entidad. Todo eso es cierto. Pero la mala gestión de unos o la corrupción de otros no puede ocultar, sino que arroja una luz cruda sobre el gran problema estructural que atenaza a la economía mundial: su sometimiento a los vaivenes de una esfera especulativa y parasitaria que ha conocido un desarrollo monstruoso en las décadas de desregulación neoliberal. Las propias entidades bancarias formales no son sino la parte visible de un iceberg financiero, constituido por un complejo entramado de operadores cuyo volumen de vertiginosas transacciones multiplica por muchos dígitos ya el PIB de todo el planeta.

            Esa espiral de ilusoria creación de valor en base a apuestas cruzadas hasta el infinito sobre futuribles representa el paradigma del capitalismo en su fase senil. Es el delirio de su emancipación del trabajo: el dinero engendrando dinero en una carrera de apuestas sin fin. Regularmente, sin embargo, corre la voz de que no hay premio, los jugadores recogen sus fichas apresuradamente… y el casino, que también se había aficionado a la ruleta, no dispone de dinero para canjear las fichas. No tiene sentido consolarse con un supuesto mayor rigor europeo en comparación con la laxitud americana. “La situación en Europa es distinta porque la regulación no se relajó como en Estados Unidos, la supervisión es exigente y no hay tantos bancos pequeños”, escribe el profesor Xavier Vives (La Vanguardia, 30/03/2023), que atribuye los temblores de la Deutsche Bank a las dudas sobre su cartera de derivados financieros e inversiones inmobiliarias. En realidad, como señalaba hace unos días Jézabel Couppey-Soubeyran, profesora titular de economía en la Universidad de París–I, “el nivel confortable de fondos propios, un 20% de promedio (…), exhibido por los grandes bancos europeos en 2021, corresponde mucho más a una ilusión óptica que a una verdadera capacidad de absorción de pérdidas, puesto que, merced a los modelos internos autorizados por el regulador, son los propios bancos quienes calculan los riesgos en que incurren”. (Le Monde, 26/03/2023). En una palabra: a uno y otro lado del Atlántico, están todos cogidos de la mano y sentados sobre un mismo polvorín de balances hinchados, productos dudosos y una gigantesca maraña financiera “en la sombra”.  

            Ambos académicos coinciden, sin embargo, en unas mismas exigencias: una mayor regulación y un BCE atento a los impactos de su política monetaria. Lo primero es imposible, reconoce el profesor Vives, sin completar la unión bancaria, lo que supone una mayor integración fiscal y política de los Estados europeos. Banderas indiscutibles de una izquierda europea federalista. Pero ese objetivo, cabría añadir, conlleva un replanteamiento del papel del BCE. Su respuesta a la inflación ha sido de manual: enfriar la economía subiendo los tipos de interés con objeto de encarecer el crédito y constreñir la demanda. El problema era que, esta vez, los precios no se disparaban por un exceso de demanda, sino por las dificultades en el suministro energético, como consecuencia de la guerra de Ucrania, y por los cuellos de botella en unas estiradas cadenas de valor, hijas de la globalización y sus externalizaciones, y cuya fragilidad puso al desnudo la pandemia. Sin olvidar una pertinaz inflación de segunda ronda, propiciada por las grandes empresas suministradoras de energía y del sector de la alimentación, que han hecho su agosto. No han sido los incrementos salariales, moderados aquí y en el resto de Europa, los que han alimentado la espiral inflacionista, sino la codicia de esos sectores empresariales. Los bancos, por su parte, no han dejado de repercutir la subida de tipos sobre sus clientes, amasando pingües beneficios. No obstante, la restricción del crédito afecta de lleno a la economía productiva, ralentizándola, y no hace sino agravar uno de los problemas tendenciales de mayor repercusión: el retroceso de la productividad, un fenómeno que sólo puede afrontarse con grandes inversiones en tecnología en innovación.

Es cierto que la política del BCE, como la de la Reserva Federal, socava el valor de los bonos soberanos adquiridos en la etapa anterior. Consciente de ello, pero aferrado a su manual, la “solución” que barajaría el BCE sería permitir que los bancos pudiesen procurarse la liquidez necesaria… en condiciones similares a las de antes. En el fondo, estamos en una situación de aval permanente de los poderes públicos a la banca privada. ¿Quién controla al controlador? Pero la cosa va más lejos todavía. Si esta vez se consigue evitar un contagio, parece inevitable que nos adentremos sin embargo en un largo período de crisis financiera “a cámara lenta”… siempre al albur de una convulsión política, de la evolución de la guerra o de la agravación de las tensiones geopolíticas entre China y Estados Unidos. Urge que la izquierda lleve a cabo una reflexión estratégica a la altura de los desafíos que plantea esta época incierta.

“Esta coyuntura – escribe Cédric Durand, profesor de economía política en la Universidad de Ginebra – señala el final de la superpotencia de los bancos centrales. Tanto si se trata de luchar contra la inflación como de las condiciones de financiación de la economía, esas instituciones están superadas por los acontecimientos. El encuadramiento de los precios, la vigilancia de los márgenes practicados por las empresas, las negociaciones salariales plurianuales, las políticas crediticias, los bancos de inversión y los servicios públicos, el desarrollo de la protección social… constituyen otros tantos instrumentos que permiten coordinar mejor la actividad económica a largo plazo, a condición de que una estricta regulación deshinche la talla insoportable de la esfera financiera. Nuestra época tiene cosas demasiado importantes en cartera como para andar pendientes de los sobresaltos de los mercados. Ha llegado el momento de decir definitivamente adiós a la financiarización”. El escorpión nunca cambiará. Es mejor que nuestra sufrida sociedad deje de transportarlo sobre su espalda, si quiere vadear el río de la historia y alcanzar una orilla más apacible.

Lluís Rabell

30/03/2023

4 Comments

  1. Ben escrit i correcte en moltes apreciacions pero desafortuandament sesgat ideologicament. Seria bó que hi hagués una reflexió profunda sobre les causes de la crisis que atribueix – com no… – a la cobdicia empresarial. Seria bó i honest que fes saber als seus lectors que la causa última, verdadera de la inflació es d’aquells que ara corren a arreglar-la. Els Bancs Centrals – per cert part del aparell supraestatal – han inflat els mercats amb diner barat fent creier la massa monetaria a nivells mai vistos i ara corren a arreglar el problema amb pujades continuades del tipus d’interes empobrint a les classes mes desfavorides. Desafortunadament la ideologia no el deixa veure una part molt rellevant de la fotografia i sesga el seu ben escrit article allà on a vosté l’interesa, que no es un altre que descriure el capitalisme com a culpable i negar qualsevol responsabilitat dels Estats i dels propis governs. Seria bó també preguntar-se perque els estats – inclos el nostre – incorren en cada vegada mes creixents i impagables deutes, com si es pogués viure sempre de prestat, per gràcia i obra dels Bancs Centrals, pero es clar… això es poc rellevant.

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