Un coloquio sobre el Plan de Barrios

El pasado 25 de marzo, en el marco de la Convención Programática del PSC de cara a las próximas elecciones municipales, se celebró en Barcelona un interesante coloquio sobre el devenir de sus barrios. En él participaron ponentes representativos de su historia, sus luchas y su vitalidad: Paquita Delgado, presidenta de la Asociación Vecinal de Bon Pastor, José, de la Asociación “Vaya tela” de Trinitat Vella, y Sara, de la entidad cultural Ibn Batuta del Raval. Estas son las notas que sirvieron de introducción al debate…

Hablar del Plan de Barrios – inspirado en la pionera Ley de Barrios del tripartito de izquierdas – es referirse a unas políticas específicas de intervención en determinadas zonas urbanas, caracterizadas por las bajas rentas de sus habitantes y déficits en materia de equipamientos y servicios, con objeto de compensar esos factores de desigualdad. Pero esas políticas sólo cobran sentido en función de una determinada visión de conjunto sobre la ciudad. A grandes rasgos, podríamos decir que hay tres filosofías a la hora de abordar la ciudad, su desarrollo y el tratamiento de sus desigualdades. Aunque quizá fuese más exacto decir que hay dos… y media.

Por un lado, tenemos el liberalismo compasivo, propio – con distintos matices y grados de “compasión” hacia los más desfavorecidos – de las opciones políticas conservadoras. Según este enfoque, habría que apostar por el libre mercado, considerando que el incremento de los negocios y la riqueza privada verterá por si mismo sus beneficios sobre el conjunto de la sociedad. Las desigualdades sociales serían tan recurrentes como inevitables, al resultar de la propia condición humana. Siempre habrá ricos y pobres. No hace falta buscar ejemplos en las urbes duales de América Latina. También las metrópolis de nuestro entorno tienen periferias que van quedando atrás… e incluso guetos. Por supuesto, eso es lamentable, genera distorsiones e inseguridad. Pero lo único que se puede hacer, más allá del mantenimiento del orden público, es tratar de contener la pobreza – o ayudar a sobrellevarla – mediante ciertas ayudas y políticas de carácter asistencial. Una “banlieue”, resignada o tumultuosa, envolverá siempre a las urbes más rutilantes.

            El otro gran enfoque es el que representa la socialdemocracia. La socialdemocracia – que, con la experiencia de las últimas décadas, ha aprendido a conjugar su discurso tradicional de justicia social con la equidad de género y la justicia medioambiental – rechaza frontalmente esa fatalidad que el neoliberalismo nos conmina a aceptar. Su modelo de ciudad aspira a generar prosperidad y a repartir riqueza, desplegando un haz de políticas redistributivas que van desde los servicios sociales básicos hasta los equipamientos, pasando por la promoción de la vivienda protegida o el fomento de la cultura y el deporte.

El neoliberalismo aspira a lograr una ciudad de mercado. La socialdemocracia, por el contrario, pretende dirigir una ciudad con mercado. Es decir, persigue establecer un liderazgo público capaz de poner orden en la bulliciosa actividad económica de la ciudad, conteniendo las presiones especulativas, favoreciendo las actividades innovadoras y creadoras de puestos de trabajo, protegiendo un determinado modelo de comercio de proximidad, fomentando la producción cultural y recurriendo a una colaboración público-privada claramente orientada en ese sentido. El modelo socialdemócrata se inscribe en una larga y fecunda tradición europea. En el caso de Barcelona, se caracteriza por la conjunción de dos factores que han definido el semblante de la ciudad en las últimas décadas: el empuje histórico de los movimientos vecinales, determinantes en la conquista de la ciudad democrática, y la capacidad de los ayuntamientos progresistas para recoger y materializar sus demandas. No por casualidad la participación ciudadana, plasmada en una sofisticada arquitectura consultiva, constituye uno de los rasgos distintivos de la vida política municipal barcelonesa.

            Finalmente, podríamos añadir que, en el curso de la última década, bajo el impacto de sucesivas crisis y con la eclosión del populismo en sus distintas variantes, ha aparecido una tendencia que cabría caracterizar como una suerte de reformismo avergonzado. Esa tendencia ha impregnado la actuación de lo que se dio en llamar “nueva política” y los liderazgos alternativos surgidos al calor del 15-M. Cabalgando sobre la indignación popular, afirmaba que el cambio sólo dependía de la voluntad política. Pero, al irrumpir en las instituciones, se dio de bruces con una realidad compleja. Una situación que, en el actual contexto, sólo cabe modificar mediante una actuación sostenida: es decir, con las políticas de transformación de un tiempo que requiere actuar “con una lenta impaciencia”, como decía el filósofo marxista Daniel Bensaïd, o con “paciencia estratégica”, según la afortunada expresión de Raimon Obiols. Sin embargo, a falta de poder “asaltar los cielos”, algunos tienden a la sobreactuación y a la polarización en ámbitos en los que, más que un enfrentamiento épico, convendría un liderazgo de ciudad con visión de futuro. De ahí surge una cierta cultura del “no” a los proyectos en lugar de la voluntad de gobernarlos. O la invocación de una impostergable transición ecológica, olvidando no obstante que, para que pueda darse, necesita ser transitable para la mayoría social trabajadora. La socialdemocracia propugna una ciudad para vivir y trabajar. Esta otra opción, poco consecuente, la concibe como un lugar para vivir. Y, a poder ser, en un espacio naturalizado. Barcelona, corazón palpitante de una gran región metropolitana, de arraigo mediterráneo y proyección europea e internacional… o baluarte idílico que habría que proteger de su entorno. La ensoñación de una franja de las clases medias con estudios superiores… o la alianza entre los barrios obreros y la fuerza emprendedora y cultural del Eixample, que ha impulsado el progreso de Barcelona desde la transición. He aquí dos visiones distintas que explican en buena medida las tensiones y discrepancias entre los socios de la actual coalición de gobierno.

             El Plan de Barrios que imaginamos se inscribe en la perspectiva de una ciudad cohesionada, que rompe con la lógica de un centro monumental y dinámico y unos barrios periféricos que se quedan atrás. Los distintos proyectos del Plan, concebidos para actuar de manera precisa sobre los déficits de cada uno de los barrios identificados – en torno a unos 25 -, se integran como un elemento específico en la estrategia de la ciudad para cada uno de sus diez distritos.

Así, por citar un ejemplo, el Plan de Barrios sería un elemento de un renovado Pacto por Ciutat Vella que, como ya ocurrió en la década de los ochenta, aúne los esfuerzos del tejido asociativo, el comercio y los distintos operadores para reactivar el corazón histórico de Barcelona. Las transformaciones, iniciadas ya o en perspectiva – en Vía Layetana, las Ramblas, el Paralelo o las Rondas –, invitan a impulsar proyectos que hagan del Raval, hoy estigmatizado, un barrio dignificado y destinado a ser un gran referente de producción cultural, así como proyectos que acompañen a su juventud hacia estudios superiores y formaciones cualificadas, dándoles acceso a los puestos de trabajo que próximamente se crearán. El esfuerzo por reforzar la seguridad, recuperar el civismo y promover la convivencia en sus calles requiere nuevos objetivos educativos, culturales o deportivos. Un evento como el que representará en 2024 la celebración de la Copa América debería servirnos para generar un pósito empresarial en la Barceloneta, histórico barrio de pescadores. Acaso en torno a tecnologías vinculadas a la náutica, a la investigación o al cuidado del mar. Se trataría, en resumen, de colmar las insuficiencias existentes y ayudar a los barrios a poner un pie en el estribo de una nueva etapa, para ellos y para toda la ciudad.

            Más allá de su inicial propósito reparador, esa sería la lógica de los planes de barrio en aquellos Distritos que están llamados a desatar su propio dinamismo, explotando un potencial del que en buena medida ya disponen. Horta-Guinardó acoge dos grandes centros hospitalarios de excelencia. Nou Barris bien podría convertirse en el gran custodio del Parque Natural de Collserola. La Marina del Prat Vermell, en referente de logística. Los nuevos vectores de desarrollo, como el 22@ y el eje Sagrera-Sant Martí, o la recuperación de polígonos industriales, como los de Bon Pastor o el Besòs metropolitano, pistas de aterrizaje de un nuevo tejido productivo, deberían convertirse en una poderosa fuerza tractora para el progreso de un amplio entorno. En resumidas cuentas: se trata de que los Planes, mediante intervenciones urbanísticas concretas e iniciativas sociales, faciliten la incorporación de los barrios más desfavorecidos a ese movimiento general. Una compañera lo sugería hace unos días: el arco formado por los barrios del norte y los de los márgenes del Besòs o el que dibujan los barrios del Raval y la Marina, lejos de ser vistos como “los croissants de las desigualdades” – así decíamos a veces con triste ironía en el movimiento vecinal -, deberían considerarse como los bumerangs de la ciudad. Si somos capaces de proyectarlos con fuerza hacia adelante, volverán a manos de Barcelona llenos de vitalidad, con su propia personalidad, aportando nuevos referentes y centralidades.

En ese sentido, tres son las condiciones de un Plan de Barrios exitosoa) Su encaje en la dirección y gerencia de los Distritos. En ningún caso pueden operar como una red paralela a la gobernanza territorial. Eso supondría dilapidar recursos y perder eficiencia. O incluso trasladar al tejido asociativo divisiones y malentendidos surgidos en la administración. b) Diseñar e impulsar los proyectos con las entidades y asociaciones del propio territorio – que necesariamente “deben formar parte de la solución de los problemas”. c) Situar el Plan de Barrios en la escala de nuestra ambición transformadora para la ciudad, como lo indica la propuesta socialista de doblar su presupuesto en el próximo mandato. El viejo Marx decía que la humanidad sólo se plantea los problemas que puede resolver. Hoy podríamos decir que la ciudad teje los sueños que vislumbra al alcance de su determinación.

Lluís Rabell

25/03/2023

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