Hombres que hablan del 8-M

       La celebración del Día de las Mujeres ha movido este año a muchos comentaristas a tomar la pluma. Las disputas entre los socios del gobierno progresista se trasladaban de algún modo a la calle y la jornada venía cargada de significado político. Pero los análisis, incluidos los de periodistas tan lúcidos como Enric Juliana, han mostrado un acusado sesgo androcentrista. Nada nuevo bajo el sol: los hombres tendemos a explicar a las mujeres lo que les pasa, como si ellas careciesen de capacidad introspectiva. Así pues, ante la división de cortejos y convocatorias, un docto diagnóstico ha sido emitido por no pocos hombres progresistas, entre los que cuento a buenos y admirados amigos: “El feminismo está dividido. PSOE y Unidas Podemos se disputan su dirección”.

            ¿Y si fuese al revés? La mirada masculina, socializada en el prejuicio sexista de una superioridad natural, percibe a las mujeres como objetos de posesión. Y al feminismo en su conjunto como una fortaleza vacía e inerte, susceptible de ser tomada por una u otra fuerza política. Pero el feminismo es un movimiento vivo, multiforme y consciente. Si algo lo caracteriza es justamente su incursión subversiva en todos los ámbitos sociales y en todos los dominios del conocimiento humano. No son los partidos quienes se disputan el feminismo, es el feminismo quien está peleando tenazmente – soterradamente incluso -, también en los partidos políticos, como herramientas que son de conformación de la voluntad ciudadana y de gestión de las instituciones. Y esa pelea resulta especialmente ruda en el seno de las izquierdas.

            Glosando el significado del 8-M, la pensadora feminista Amelia Valcárcel recordaba hace unos días cuán difícil fue para las internacionales obreras superar el prejuicio de que las reivindicaciones de las mujeres perturbaban la unidad de la clase trabajadora. Mucho han tenido que bregar las feministas para que, más allá de admitir lo justo de sus demandas, se empiece a entender hasta qué punto la opresión patriarcal, muy anterior al capitalismo, se conjuga con su régimen de acumulación y coadyuva a la reproducción de las jerarquías de dominación propias del sistema. En otras palabras: no es concebible un horizonte socialista, un proyecto de sociedad justa e igualitaria, que no signifique la emancipación del yugo milenario que los varones han impuesto a las mujeres.

            El 8 de marzo de 1910, señalaba Valcárcel, significó el encuentro entre dos tradiciones: el feminismo socialista de Flora Tristán y el feminismo de raíz liberal, entroncado con el pensamiento de Stuart Mill. Las mujeres socialistas ya habían constituido en cierto modo su propia internacional. Pero, al hacerlo, se apercibieron de cuánto las unía a aquellas otras mujeres: una misma opresión en razón de su sexo. La vindicación del voto femenino, en tanto que poderosa herramienta de transformación de la sociedad, unió a las dos corrientes, configurando un movimiento histórico y universal, articulado en torno a una agenda de lucha por la igualdad. “Este 8 de marzo haremos cuentas de todo lo que falta por conquistar. Aquí y en el resto del planeta. Saldremos a la calle como ciudadanas del mundo, señalando que esa ciudadanía está todavía interrumpida en muchos aspectos. Denunciaremos los cautiverios que perviven y proclamaremos nuestra solidaridad con las mujeres de todos los países, víctimas de situaciones terribles.”  

            Es esa agenda – “que las mujeres de cada país abren por distintas páginas, según sus circunstancias concretas” – lo que define al feminismo. Hay infinidad de colectivos, asociaciones e iniciativas feministas en los ámbitos más diversos. Y el feminismo siempre ha estado atravesado por debates y controversias. No podría ser de otro modo: no hablamos de un colectivo, sino de la mitad de la humanidad. Y hablamos de una inequidad que penetra por todos los poros de la sociedad. Pero no hay distintos feminismos, por mucho que algunas corrientes del pensamiento posmoderno así lo proclamen. La intersección de injusticias que se abaten sobre las mujeres – raciales, coloniales o culturales – no desdibuja, sino que configura la forma específica de una opresión estructural. Definido por la lucha para acabar con ella, el feminismo tampoco puede integrar las agendas de otros movimientos, por solidario que sea con sus reclamos. La lucha por la igualdad constituye la verdadera “prueba del algodón” del feminismo.

            Valga como ejemplo – a tenor también de la relación a veces tormentosa entre feminismo y movimiento obrero – el recordatorio de un conocido volante, difundido por la organización “Mujeres Libres” de la CNT-FAI en plena guerra civil: “Los ‘music-halls’ y las casas de prostitución siguen abarrotados de pañuelos rojos, rojos y negros y de toda clase de insignias antifascistas. Es una incomprensible incoherencia moral que nuestros milicianos – luchadores magníficos en los frentes de unas libertades tan queridas – sean en la retaguardia los que sustenten y aun extiendan la depravación burguesa en una de sus más penosas formas de esclavitud: la prostitución de la mujer. No se explica que espíritus dispuestos en las trincheras a todos los sacrificios necesarios para vencer en una guerra a muerte, fomenten en las ciudades la humillante compra de carne, hermana de clase y condición. No seáis vosotros, nuestros propios camaradas, los que entorpezcáis con una conducta de señoritos una labor de por sí tan difícil. Ayudadnos a que todas las mujeres se sientan responsables de su dignidad humana. No sigáis atropellando a las que, como único medio de existencia, tienen que soportar vuestra tiranía de compradores, mientras nosotras nos esforzamos en hallar el medio mejor de emancipar estas vidas.”

            Los discursos pretendidamente “disruptivos” acerca del “trabajo sexual” y el carácter “empoderante” de la prostitución, tan en boga en una parte de la izquierda, tal vez hubiesen sido recibidos con alivio por algunos asiduos de aquellos ‘music-halls’. Cabe razonablemente suponer, sin embargo, que hubiesen tenido una acogida menos amena por parte de las luchadoras libertarias. Ha pasado mucho tiempo desde entonces y el feminismo se ha convertido en un fenómeno mundial. Hoy es percibido como una inquietante amenaza por determinadas élites que apelan, por medios diversos, al temor de los hombres a perder su situación de privilegio. Este siglo presenciará una lucha enconada entre los anhelos de emancipación de las mujeres y los intentos de someterlas a nuevas servidumbres. No obstante, a pesar de hallarnos ante una encrucijada que definirá el semblante de la civilización, en la izquierda persistimos en objetivaal feminismo. Apoyamos – ¡faltaría más! – sus principales vindicaciones. Pero aún nos cuesta reconocer su altura intelectual, su autonomía y su potencial para reinterpretar la realidad que nos envuelve. Inconfesadamente, soñamos con tutelar al feminismo – cuando no con colonizarlo y desnaturalizarlo – en lugar de prestar un oído atento a su magisterio.

            Lluís Rabell

            13/03/2023

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