
“Conviviendo con ella estamos ya”, afirma Alicia Miyares, destacada filósofa y escritora feminista, autora de “Delirio y misoginia trans. Del sujeto transgénero al transhumanismo”. (Ed. Catarata). Un trabajo que invita a una reflexión de fondo sobre este fenómeno, ayudándonos a vislumbrar su trascendencia. Reflexionar. Nada se antoja más apremiante en estos momentos, pues la Moncloa parece empecinada en sacar adelante el proyecto de “Ley trans” diseñado por el Ministerio de Igualdad. De realizarse tal propósito, estaríamos ante una decisión que, más pronto que tarde, provocará “llanto y crujir de dientes” en las filas de la izquierda.
“Es una frivolidad que afecta a los derechos de las mujeres, de la infancia y que se toma a broma la dignidad humana”, declaraba hace unos días Alberto Núñez Feijóo. Cabría objetar que, si el líder del PP estuviese plenamente convencido de sus propias palabras, se apresuraría a derogar la legislación trans vigente en la comunidad autónoma que preside. Pero, más allá de su oportunismo electoralista, Feijóo no hace más que apropiarse del diagnóstico feminista para restregárselo a la izquierda en las narices. En política no hay situación más comprometida que aquella en que tu más pertinaz adversario lleva razón. Y en eso estamos.
Desconcertada, sumergida por una omnipresente campaña sentimental, la opinión pública empieza a intuir peligro en un proyecto que pretende amparar el cambio de sexo registral de los menores, propicia arriesgados tratamientos médicos y amenaza la patria potestad de las familias. El feminismo dio la alarma – haciéndolo con gran vehemencia en el mismo seno del PSOE. Hoy, profesionales de la salud, psicólogos, educadores, familias afectadas por unos tratamientos que socavan la salud de sus hijos e hijas… empiezan a alzar la voz. Tal vez por eso se quiere legislar por vía de urgencia, situando a la ciudadanía ante un hecho consumado. Hay poderosos intereses que empujan en ese sentido. En realidad, lo que está en juego es el inicio de un experimento social a gran escala, ensayado ya en otros países. Un experimento que, desde algunos centros de poder corporativo, se contempla como condición de posibilidad para una reconfiguración de la civilización, de camino a una transcendencia de la propia condición humana. ¿Delirio? Sí, desde luego. Pero ensoñación surgida entre unas élites, compuestas esencialmente de varones inmensamente ricos, cuyo deseo de “ir más allá” de los límites de la biología se entrelaza con la pulsión acumulativa del tecno-capitalismo, necesitado de mercantilizar cuanto existe.
Alicia Miyares toma altura y perspectiva histórica para situarnos ante esta encrucijada de nuestro tiempo. En 1995, la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en Beijing, representó un hito para el movimiento feminista del siglo XX al diseñar una agenda universal en favor de la igualdad, instando a remover todos los obstáculos económicos, jurídicos, culturales o religiosos que impidiesen su realización efectiva. Esa agenda permanece inconclusa, dice nuestra autora, “debido a dos movimientos reactivos, en apariencia contrarios. Por un lado, credos religiosos y partidos políticos ultraconservadores que reniegan de la categoría ‘género’, ya que desde su perspectiva ideológica no cabe un análisis crítico de la construcción social y cultural de los sexos; por otro lado, postulados teóricos que para afirmar la creencia en la identidad de género no dudan en alterar el significado de la categoría ‘sexo’ o ‘género’, haciendo irrelevante la primera para darle preeminencia y sustituirla por la segunda. Ambas posiciones ideológicas son reactivas y misóginas, contribuyen a frenar el avance en igualdad de las mujeres y desvirtúan por completo el feminismo y su agenda”. La izquierda, sobre todo en el espacio que se presenta como crítico con la socialdemocracia, ha abrazado esa última posición, levantando ampollas entre el feminismo. Si éste ha identificado como “género” el conjunto de pautas y apariencias que definen a la mujer como un sexo sometido a los varones, ¿cómo podría admitir la incongruencia de una “autodeterminación de género”? ¿Cómo podrían las mujeres conscientes sacralizar como “identidad sentida” y “expresión de un yo interior” aquello que combaten como imposición patriarcal y construcción social opresora?
Alicia Miyares nos advierte de que se trata de dar entidad jurídica a un término paraguas – “trans” -, que describe una amplia gama de identidades. “El sujeto transgénero es concebido como ‘máquina de guerra biopolítica’ y como tal acaba por conceder más importancia a lo ficticio que a lo real, a la subversión que al reconocimiento y al sentimiento que al dimorfismo sexual. Sus armas de batalla son la autonomía decisional y la biotecnología. (…) No duda en librar la batalla contra el feminismo y ocupar su lugar, pero tampoco duda a la hora de ridiculizar las aspiraciones de normalización del colectivo de gais, lesbianas, transexuales o intersexuales. Encarna otras ‘formas de vida’ no reductibles a las limitaciones biológicas ni a los imperativos bioéticos actuales. Es el primer eslabón hacia el transhumanismo”.
Y, llegados a este punto, un directo al estómago: “La izquierda ha asumido lo queer/trans como un nuevo proceso identitario que tiene por objeto redefinir la naturaleza humana”. Ni más ni menos. Aviso urgente, pues, a Yolanda Díaz, que enfatizaba así la urgencia de aprobar la “Ley Trans”: “Es clave, igual que lo ha sido la reforma laboral, porque amplía derechos”. Manifiestamente, el proceso de escucha de la sociedad civil emprendido por la ministra aún no ha recalado en el movimiento feminista. Pues bien, me atrevería a decir que esa audiencia es vital. En tiempos del servicio militar obligatorio, a los hombres se nos suponía el valor. Pero el feminismo no es una característica que pueda darse por sobreentendida a los liderazgos políticos femeninos. No se desprende automáticamente de ningún perfil “motomami”, ni del recurso a la lágrima fácil, sino que tiene que ver con la agenda feminista. Al combate feminista por la igualdad, la agenda queer opone la exaltación de una diversidad infinita que niega la posibilidad de un esfuerzo emancipador colectivo. Haciendo del deseo individual fuente de derecho, anuncia la supresión del mismo en provecho de la ley del más fuerte. Esa ideología sólo podía florecer en las sociedades postindustriales, desagregadas y embebidas de individualismo. Si ha prendido con tal fuerza en el espacio de la llamada izquierda alternativa, penetrando también en las filas de la socialdemocracia, ha sido merced a la brahmanización de las fuerzas progresistas a lo largo de las últimas décadas de hegemonía neoliberal. La izquierda ha ido perdiendo conciencia de clase a medida que se alejaba de los parias de la globalización y se adaptaba a las aspiraciones – e ilusiones – de segmentos sociales más acomodados. Las mujeres, sin embargo, no han tenido ocasión de perder su conciencia de sexo; es decir, la rotunda percepción de una opresión material y simbólica en todos los órdenes de su existencia. Por eso, frente a una izquierda desnortada, el feminismo representa hoy el vínculo más vigoroso con la tradición ilustrada y el pensamiento crítico. El proyecto que pretende impulsar Yolanda Díaz tiene como punto fuerte su vinculación con el sindicalismo de clase. Pero, atención, porque eso es condición necesaria, pero en absoluto suficiente. Si “Sumar” acabase derivando en una suerte de translaborismo, estaríamos ante un fatal desencuentro entre movimiento obrero y feminismo. No sería el primero. La aceptación de la prostitución como “trabajo sexual” y de la pornografía como libre expresión de la sexualidad, la tolerancia hacia los vientres de alquiler o la adhesión entusiasta al transgenerismo – banderas de comunes, Más País, Podemos, Compromís e incluso IU – no sólo se confrontan a la agenda feminista, sino que disgregan la conciencia política de la clase trabajadora y sobreponen una distopía reaccionaria al ideal socialista.
“Para el humanismo – feminismo y socialismo lo son -, el progreso de la naturaleza humana se rige por las mejoras sociales, institucionales, culturales, educativas, morales, jurídicas y políticas. Por el contrario, el transhumanismo sostiene que el progreso radica en aplicar la tecnología para superar los límites impuestos por nuestra herencia biológica y genética”. A su vez, el transhumanismo sería el camino que la humanidad ha de transitar hasta llegar a un “devenir poshumano”, donde se diluirían las fronteras entre cuerpo y máquina. Con ese horizonte como perspectiva, “lo queer/trans debe ser entendido como el primer intento de articulación política y legal de las tesis transhumanistas” – tesis desarrolladas en distintas instancias universitarias y organismos financiados por grandes corporaciones tecnológicas, desde Google hasta la propia NASA. Bajo esa perspectiva, “la transexualidad es mano de obra clínica necesaria para trasladar la evidencia de que la tecnociencia contemporánea puede cambiar aspectos importantes de la identidad de una persona” a través de tratamientos hormonales y cirugías. Alicia Miyares se pregunta entonces si el etiquetado de una infancia y adolescencia trans satisface a las expectativas transhumanistas. Cuestión a la que responde afirmativamente: “Menores y jóvenes son objeto de experimentación psicológica y médica. Partiendo del malestar hacia el propio cuerpo, característica bastante común de la pubertad y adolescencia, se está presentando como pertinente la disociación entre cuerpo y mente cuya solución única es modificar el cuerpo.”
Pero, “si, como afirman los transhumanistas, ya hemos iniciado el tránsito al venturoso viaje de una civilización, llámese singular o poshumana, no es menos cierto que ya cuenta con las primeras víctimas, las mujeres.” Así es. El borrado de la mujer – a la vez como categoría política y como entidad biológica – deviene absolutamente necesario para avanzar hacia el nuevo sujeto transgénero. “Persona menstruante”, “personas con útero”. Los eufemismos se multiplican en un intento denodado de difuminar y rebasar el binarismo sexual, resultante de millones de años de evolución de nuestra especie. Tornando irrelevante el sexo, se desvanece la percepción de la opresión y la violencia asociadas al dominio de uno sobre el otro. Las frágiles conquistas del feminismo quedan en entredicho. “Pero tal parece que lo que nos sucede como mujeres no compromete a la especie humana en su conjunto”, concluye la filósofa. Misoginia elevada a la enésima potencia. Puro veneno para la izquierda. Su reconducción aparece hoy muy comprometida. Pero cuanto más tarde en producirse, peores serán los estragos. Y, desde luego, nadie podrá decir que el feminismo no nos lo había advertido.
Lluis Rabell
23/10/2022
Excelente análisis de la realidad que estamos viviendo, o padeciendo las mujeres, la infancia y la ciudadanía. El borrado de las mujeres.
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Es un tema que como individuo que vive a caballo entre dos siglos y con el consiguiente condicionamiento sociocultural que ello supone inevitablemente, viendo además tantos cambios de paradigma, me suscita más incertezas y dudas que otra cosa. Asunto muy complejo desde un punto de vista antropológico como a nivel filosófico, político y jurídico.
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