Esa izquierda que necesita Primperan

        El pasado sábado, 28 de mayo, miles de feministas procedentes de toda España se manifestaron por las calles de la capital, exigiendo la aprobación de una ley orgánica abolicionista de la prostitución. Y no se trataba sólo de una reclamación genérica: tras un largo proceso de elaboración, el movimiento feminista diseñó una propuesta legislativa, integral y articulada, remitida hace meses ya a los grupos parlamentarios y al Ministerio de Igualdad. La manifestación era, pues, un toque de atención para que esa cuestión, crucial para la suerte de cientos de miles de mujeres en situación de prostitución y no menos decisiva para el semblante de la democracia, sea por fin abordada con valentía. Hay muchas resistencias al respecto en toda una parte de la izquierda, que sigue embobada con el discurso neoliberal acerca del “trabajo sexual”. La ley del “sólo sí es sí” salió adelante tras retirarse las enmiendas socialistas que apuntaban a la tercería locativa y a la compra de favores sexuales. Así pues, aquellas cuyos cuerpos han sido mercantilizados y son objeto sistemático de abuso y violencia, no estarán amparadas por la ley que pretende defender la dignidad y la libertad sexual de las mujeres. La protesta de Madrid no podía ser más oportuna. Más allá del inevitable baile de cifras acerca de la participación, esa acción marca un hito en la lucha del feminismo en nuestro país: hasta hace poco, una manifestación como ésa hubiese sido impensable, dada la presión ambiental hostil. El movimiento feminista no sólo se reivindica como una fuerza abolicionista, sino que logra situar la prostitución en la agenda política nacional. La izquierda nunca le agradecerá lo bastante su tenacidad, porque hablamos de una problemática nuclear en un proyecto progresista. Aunque muchos todavía no lo vean.

            Verbigracia, Pablo Iglesias, que desperdició este sábado una magnífica ocasión de callarse, y se descolgó con un tuit, ilustrado con una fotografía de los primeros colectivos que llegaban a la cita, diciendo: “Esta es la movilización contra la ley trans con autobuses de toda España. Faltaba el equipo de Lesmes del CGPJ”. La oleada de indignación que causó semejante comentario llevó a su autor a borrarlo. Pero ya se había “retratado” y, sobre todo, había tenido un lapsus revelador, altamente significativo. La manifestación, reivindicaba ciertamente el conjunto de la agenda feminista; pero estaba focalizada en la exigencia de un abordaje abolicionista de la prostitución. ¿A qué venía entonces la alusión a la ley trans? Me atrevería a aventurar una sospecha: el subconsciente traicionó al bueno de Pablo Iglesias. Y es que, aunque aparezcan como problemas distintos, es difícil encontrar partidarios de la normalización de la prostitución como alternativa profesional que no sean a su vez ardientes defensores de la “autodeterminación de género”. Y, por supuesto, que no denuesten a las malvadas feministas, partidarias de abolir la prostitución y los estereotipos opresivos del género, acusándolas de connivencia con la extrema derecha. (De ahí, seguramente, la elíptica alusión a Carlos Lesmes, presidente del CGPJ, de marcada ideología conservadora… cuya toga hubiese desentonado en la colorida marcha de las feministas por la Gran Vía).

            Podríamos añadir que a estas mismas personas se les antoja mojigatería victoriana cualquier alusión al nefasto impacto que está teniendo sobre niños, adolescentes y jóvenes una pornografía que exhibe y erotiza la violencia más descarnada sobre las mujeres. Es posible incluso que algunos defiendan abiertamente – y muchos más acepten en silencio – el recurso a la explotación reproductiva de mujeres pobres como una “gestación subrogada” altruista o una relación mercantil lícita. De hecho, estamos hablando de los grandes temas que aborda la agenda feminista. No es ninguna casualidad.

            En su libro “Nadie nace en un cuerpo equivocado”, José Errasti y Marino Pérez Álvarez, respectivamente profesor y catedrático de Psicología y Psicología Clínica en la Universidad de Oviedo, ofrecen algunas valiosas claves para entender ese fenómeno. (La presentación de esta obra en “La Casa del Libro” de Barcelona, el pasado 16 de mayo, resultó accidentada, y tuvo que abreviarse ante las amenazas de grupos transactivistas de prender fuego a la librería. Los asistentes tuvimos que abandonar el local protegidos por la policía. Por cierto, además de la conductora del acto, la antropóloga Silvia Carrasco, o la profesora Juana Gallego, igualmente presente, participaron en él algunas de las feministas que encabezaron la manifestación de Madrid. A fin de cuentas, quizá Pablo Iglesias no anduviese tan desencaminado. Por lo menos en cuanto a las destinatarias de su inquina. Añadamos que la izquierda en su conjunto guardó, una vez más, un pudoroso silencio ante aquel ataque a la libertad de expresión. Ataque que pretendía cancelar, dicho sea de paso, un trabajo realizado desde el rigor académico, la discusión razonada y el respeto hacia quienes profesan opiniones distintas. Algo que se agradece en tiempos de ira y polarización).

            En efecto. Las décadas de hegemonía neoliberal han cambiado el semblante de nuestras sociedades. Sólo en el marco de unas sociedades “líquidas”, desvertebradas y atomizadas, impregnadas de individualismo, es concebible el éxito de teorías extravagantes como la doctrina queer, que pretende que el sexo es “performativo”; es decir, una construcción cultural moldeada por el lenguaje, como lo son los estereotipos y las distintas pautas de comportamiento que se atribuyen a varones y mujeres. El sexo sería, pues, una “asignación” arbitraria, mientras que en el interior de cada individuo latiría un “yo” misterioso y auténtico, susceptible de rebelarse contra la realidad biológica, y ante cuyo imperativo habría que inclinarse como si fuese una verdad revelada. La izquierda que ha quedado fascinada ante semejante ilusión “disruptiva” no se percata de que está proyectando un reflejo invertido del pensamiento más rancio de la extrema derecha. Ésta declara que niños y niñas deben atenerse a determinados roles, propios de sus respectivos sexos. La izquierda transactivista dice que esos roles son los que definen el sexo verdadero, el “sexo sentido”. De ahí que los malestares, frecuentes en la adolescencia, en lugar de ser tratados con profesionalidad y respeto, sean interpretados como la revelación de una identidad profunda, en pugna con un cuerpo equivocado. De ahí que todo deba encaminarse hacia una transición que no cabe contrariar, favoreciendo, de modo irresponsable e indiscriminado, el camino irreversible de las hormonas y el bisturí.

Y he aquí que las más doctas instituciones universitarias, supuestos templos del saber, consagran una visión cuyo rigor científico se asemeja a la creencia de que la Tierra es plana. Esa visión – y cuanto conlleva – es funcional a los intereses de poderosas industrias farmacéuticas, clínicas y otros negocios. Pero, sobre todo, responde a la combinación de distintos factores: la ausencia de perspectivas de futuro – la precariedad, las amenazas geopolíticas, la angustia ante las epidemias o el cambio climático hacen que nos resulte más fácil entrever el fin del mundo que imaginar el final del capitalismo y sus injusticias -, la desvinculación cultural entre sexo y reproducción que propicia un declive de la población… y una superficialidad, un  sentimentalismo y un narcisismo que embeben todas las relaciones humanas. Es una época propicia para que aparezcan charlatanes y taumaturgos. Pero también para la mediocridad y la cobardía, para la versión posmoderna de los mitläufer, como llama Géraldine Schwarz en “Los Amnésicos” a quienes “siguen la corriente” de los poderosos.

La izquierda alternativa lleva tiempo desnortada. A falta de una estrategia clara de transformación social, se abraza a banderas que, bajo una apariencia novedosa, se agitan al viento de la decadencia y la descomposición cultural. Hoy por hoy, es el feminismo quien da muestras de tener un mayor anclaje en la tradición ilustrada, en el pensamiento científico y el materialismo, así como una profunda empatía con quienes sufren. Hace unos meses, el 23 de octubre del año pasado, Pablo Echenique tildó a otra manifestación feminista de “basura transfóbica”. Decía que su visión le producía náuseas. Temiendo sin duda provocar alguna indisposición, las manifestantes acudieron este sábado a Madrid provistas de Primperan. Si el tuit de Pablo Iglesias fuese representativo de un estado de ánimo extendido en UP, habría que administrar muchas dosis. Es dudoso que el feminismo ceje en su empeño.

Lluís Rabell

29/05/2022

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