
La decisión de suministrar armas a Ucrania ha suscitado vivos debates que siguen agitando las filas de la izquierda. Su trascendencia es, sobre todo, de orden político. En lo práctico, la decisión de los gobiernos de la UE sigue adelante. Pero, no por ello la discusión es ociosa.
Como siempre ocurre en momentos de crisis, platós de televisión y tertulias radiofónicas se han llenado con algunos expertos y un montón de sabelotodo. Quienes se oponen al envío de armas creen haber encontrado un argumento irrebatible en las dudas expresadas por distintos militares profesionales acerca de su eficacia frente al poderío ruso. Esas armas, empuñadas por manos inexpertas, no harían sino agravar la matanza. Tal opinión tendría, además, el “valor añadido” de ser emitida por gente “poco sospechosa de veleidades izquierdistas”.
Bien. Sin embargo, conviene recordar que la guerra es un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos de los militares. ¡Atención! No porque sus conocimientos y su experiencia no sean valiosísimos, sino porque la guerra es un momento de alta condensación de la política. Y eminentemente política es su conducción. Desde luego, la formación militar no se improvisa. La milicia es una profesión compleja, sobre todo cuando hablamos de ejércitos modernos. Trotsky no vaciló en incorporar a cuantos exoficiales zaristas quisieron unirse al recién constituido Ejército Rojo. No bastaba con abnegación y ardor revolucionario para vencer a las fuerzas coaligadas de los generales blancos y las potencias enemigas del régimen soviético. Pero no fue la superioridad técnica lo que permitió la victoria final de los bolcheviques – en ese terreno, el adversario reunía mejores credenciales -, sino la gestión política de la contienda. El decreto de Lenin redistribuyendo la tierra entre los campesinos, tuvo sobre los ejércitos blancos, comandados por nobles y grandes propietarios, un efecto más devastador que todas las bombas de la armada revolucionaria. El general Lee, comandante en jefe de las fuerzas de los estados esclavistas sureños, era un estratega superior a los jefes militares con que contaba Lincoln. No es descabellado pensar que el ejército africanista de Franco hubiese visto abrirse un boquete a sus espaldas, de haber reconocido la República la independencia de Marruecos. Pero, el gobierno del Frente Popular prefirió mantener el dominio nominal de España sobre sus posesiones coloniales. La guerra es, en toda circunstancia, la prosecución de la política por otros medios.
Pero volvamos a Ucrania. Los expertos militares tienden a subestimar el factor humano. Los rusos preveían una suerte de blitzkrieg. Las inteligencias occidentales, evaluando fríamente las fuerzas en presencia, esperaban que los invasores tomaran la capital en unos pocos días. Más de dos semanas después, Ucrania sigue oponiendo una feroz resistencia. La agresión de Putin ha desencadenado entre la población ucraniana una fuerte oleada de sentimientos nacionales y un ferviente deseo de resistir. Más allá incluso del origen o la lengua habitual de cada cual. En el bando opuesto, el ejército ruso ha enviado al frente soldados de leva, sin adiestramiento ni motivación. Muchos ni siquiera sabían que iban a una guerra. A la vista están los resultados. Zelenski habla a las madres rusas. Putin les oculta los cadáveres de sus hijos. Hoy está de moda llamar a eso “relato”. Pero es 100% política.
Entonces, ¿es inútil que Ucrania resista, que civiles y voluntarios tomen las armas? No faltan entre nosotros improvisados estrategas, dispuestos a jurar, con el rostro compungido ante la atrocidad de los bombardeos, que mejor sería dejarlo ya. Tan convencidos están de ello que juzgan incluso “inmoral” el envío de armas. ¡Qué fácil es disertar sobre geopolítica desde la distancia! ¡Y menuda arrogancia! Nosotros sabemos lo que les conviene a esos ucranianos. Solo que ellos siguen peleando y nos piden armas para hacerlo. Tras la obstinación de esa resistencia popular hay una percepción de las cosas más exacta y fundada que la que escuchamos en ciertas arengas radiofónicas, supuestamente pacifistas. Cada día que Ucrania aguanta, el régimen autocrático de Putin se debilita. De llegar a imponerse por la fuerza de las armas, la ocupación rusa de Ucrania estaría condenada al fracaso desde el primer día. Más aún, corroería al poder del Kremlin. Los ritmos de esa perspectiva dependen de la duración del conflicto y de los costes que imponga al ejército invasor. Incluso para que intervenga una solución negociada, es imprescindible que Moscú experimente el vértigo de un fracaso en toda regla, como el que representaría un empantanamiento del conflicto. Mal que pese a los partidarios de la “diplomacia de precisión”, ninguna nota de protesta ha detenido jamás a una división acorazada. Putin sólo negociará si se ve obligado a ello.
Pero estos días escuchamos también otros análisis mucho más serios, como el que nos brinda Rafael Poch, periodista solvente y buen conocedor del conflicto y sus protagonistas. Poch recuerda algunas cosas de contexto que Europa no debería perder de vista en estos momentos. Esta guerra se inscribe en el marco de una nueva carrera mundial por la hegemonía. Estados Unidos lleva años expandiendo la OTAN hacia el Este, en un movimiento de contención y presión sobre Rusia. No es descabellado pensar, como lo sugiere el periodista, que el gobierno americano no viese con malos ojos que Putin, irritado, acabase perdiendo los papeles y metiéndose en el avispero de una guerra contra una República eslava. El consejero de seguridad nacional de Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, celebró en su día que la URSS tuviese por fin “su Vietnam” en las agrestes tierras de Afganistán. Hoy, Joe Biden bien podría sonreír ante un nuevo tropiezo del viejo rival. A fin de cuentas, la guerra es europea, Estados Unidos no tiene dependencia energética alguna y la tensión del momento reafirma su liderazgo sobre una OTAN “protectora”. Es posible que ese “plan B” se haya contemplado en el Pentágono o en la Casa Blanca. Y puede que tal eventualidad fundase la rigidez de la diplomacia americana, rechazando las demandas de Putin en cuanto a la retirada de dispositivos militares a proximidad de Rusia, la renuncia de la OTAN a seguir ampliando su área de influencia o la neutralidad de Ucrania.
Unas demandas razonables, dice Poch. De ser atendidas, se hubiese evitado la guerra. Nada se antoja menos seguro. Las demandas pueden ser razonables, Putin no lo es. Los bombardeos no cesan por mucho que Zelenski declare renunciar a pedir el ingreso de Ucrania en la OTAN. Los acontecimientos hubiesen tenido sin duda otra concatenación, pero difícilmente ésta hubiese sido pacífica. Putin tiene un plan de expansión que se desprende de la propia naturaleza de su régimen y de las relaciones sociales sobre las que asienta. La recomposición del imperio ruso no puede realizarse mediante la “seducción” de las antiguas repúblicas soviéticas, sino mediante su sometimiento. Semejante proyecto es contradictorio con la construcción de una Europa democrática. La fricción es insoslayable. Putin lo ha entendido mucho antes que el resto de dirigentes europeos. Para Europa, el desafío de su construcción federal se convierte en una urgencia, en una cuestión vital para la supervivencia de la democracia. Eso es lo que anuncia el fragor de los combates en el Este. En tales condiciones, resultan tediosos los sermones de los inoportunos profesores de moral. Al igual que la guerra, el pacifismo es algo muy serio.
No hay paz duradera si ésta no es democrática. Además, el pacifismo poco tiene que ver con una beatífica neutralidad entre opresores y oprimidos. La autodefensa, individual o colectiva, ante un ataque armado es legítima, y así está reconocido por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Muchos ejércitos, desde el de la República Española hasta el de los Estados Unidos, han contado incluso en sus filas con hombres y mujeres objetores de consciencia que fueron heroicos combatientes desarmados, atendiendo a los heridos en las condiciones más arriesgadas del frente o tomando a su cargo la defensa civil. No es momento de hacernos trampas al solitario. No es de recibo invocar grandes principios para camuflar propósitos menos nobles.
Lluís Rabell
11/03/2022
Me gustaría saber que soluciones propones para que esta guerra no vaya a más y terminemos en una tercera guerra mundial, que dado la cantidad de armas nucleares , podría terminar con la mayoría de la población mundial y por supuesto con la actual civilización. ¿no sería mejor aceptar , como pide Rusia, que Ucrania no entre en la OTAN?
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