Alba y ocaso del capitalismo (y 4)

El retorno de las brujas

         “El día se acerca y Marte gobierna la hora”. En uno de sus célebres discursos, Rosa Luxemburgo citaba este pasaje de Schiller, advirtiendo así de la violencia que aún nos acecha en la oscuridad, poco antes de que los destellos del alba disipen las tinieblas. Tal vez sea ése el momento histórico que está viviendo el feminismo. Tras marcar con su impronta las luchas de emancipación del siglo XX y diseñar una agenda universal por la igualdad, las mujeres ven cernirse nuevas amenazas sobre sus frágiles conquistas y sus aspiraciones. El orden neoliberal se descompone en medio de una explosión de desigualdades sociales, de una crisis climática desatada y de alarmantes tensiones geoestratégicas que hacen sonar de nuevo tambores de guerra. Sobre esa crisis, cabalga un capitalismo decadente cuya sed inagotable de acumulación le empuja a mercantilizar todos los aspectos de la vida. La opresión de la mujer, reformulada bajo el semblante de un patriarcado que hacía invisible su trabajo, ha sido funcional al sistema y a la reproducción de sus jerarquías. Hoy, el propio cuerpo de mujeres y niñas, cosificado, troceado y deshumanizado, se convierte en mercancía. El capitalismo reencuentra sus pulsiones originarias, aquellas que le llevaron a cincelar la figura de las mujer en las cámaras de tortura y en las hogueras donde ardieron millares de brujas. Y lo hace con su tecnología más avanzada, transformando la prostitución, la pornografía o los vientres de alquiler – es decir, la explotación de la extrema pobreza femenina que él mismo ha engendrado – en una industria global donde se mezclan las aguas de la economía legal y las corrientes del crimen organizado. En ese marco, se ha fraguado una insidiosa ofensiva contra las mujeres, tan reaccionaria como representativa de la fase actual de decadencia sistémica. Una ofensiva destinada a desarmar la agenda feminista, a partir de la negación del sexo biológico – desdibujando por ende la opresión ancestral que ejercen los varones sobre las hembras de la especie humana – y de la exaltación de supuestas “identidades” que no hacen sino reproducir los más rancios estereotipos machistas. La lucha, planteada en las filas de una izquierda que ha enfermado de vacuidad individualista, se anuncia durísima. Marte aún gobierna la hora.

           En ese contexto, cobra especial interés la lectura de “Brujas, caza de brujas y mujeres”, compilación de textos de Silvia Federici, recientemente editada por “Traficantes de sueños”. No es la primera vez que la autora se adentra en este tema. Ya lo hizo en profundidad en su conocido trabajo “Calibán y la bruja”. Ahora, actualiza sus tesis acerca del papel que tuvo aquella persecución en la configuración de imaginarios colectivos que se han prolongado hasta nuestros días. Y lo hace a la luz de nuevos y sangrientos episodios, acaecidos en África y en la India, que reproducen los patrones de aquellas siniestras cacerías que, junto a los cercamientos de tierras y la esclavitud, alumbraron la modernidad. “El desarrollo del capitalismo – dice Federici se inició con una guerra contra las mujeres: la caza de brujas que produjo la muerte de miles de mujeres en Europa y en el Nuevo Mundo, durante los siglos XVI y XVII. (…) Este fenómeno sin precedentes históricos fue un elemento central en el proceso que Marx definió como acumulación originaria. (…) La caza de brujas construyó un orden específicamente capitalista y patriarcal que se ha perpetuado hasta la actualidad, aunque haya experimentado constantes reajustes a la hora de responder a la resistencia de las mujeres y a las necesidades del mercado laboral.”

           En efecto. Las relaciones sociales forjadas en el campo a lo largo de la Edad Media comportaban un cierto nivel de protección de las mujeres en cuanto a su manutención, así como un acceso del campesinado al cultivo de tierras comunales, al amparo de un derecho consuetudinario. La lógica implacable de la explotación capitalista de la tierra barrió todo eso, con un impacto específico sobre las mujeres, depositarias de conocimientos ancestrales y de una potestad sobre la vida que había que controlar. “Mediante la caza de brujas se impuso un nuevo código social y ético que convirtió toda fuente de poder que no estuviese relacionada con el Estado o la Iglesia en algo sospechoso de ser diabólico (…) Eso dividió a las mujeres. Les enseñó que, al convertirse en cómplices de la guerra contra las ‘brujas’ y aceptar el liderazgo de los hombres, podrían obtener la protección que las salvaría del verdugo o de la hoguera. Ante todo, les enseñó a aceptar el lugar que se les había asignado en la sociedad capitalista en ciernes.” Tal fue la partida de nacimiento del patriarcado moderno, cuyo semblante fue moldeado a sangre y fuego.

           Pues bien, aquel horror, señala Federici, se está reviviendo en la actualidad. Las cifras, incompletas y probablemente muy por debajo de la realidad, son escalofriantes. “Solo en Tanzania se calcula que cada año se asesina a más de cinco mil mujeres por brujas. En la República Centroafricana, las cárceles están llenas de mujeres bajo esa acusación. En 2016, se ejecutó a más de cien, quemadas en la hoguera por soldados rebeldes. (…) También se han registrado ataques en la República de Benín, en Camerún, en la República Democrática del Congo, en Uganda… Según un informe, al menos veintitrés mil ‘brujas’ fueron asesinadas en África entre 1991 y 2001.” Pero el fenómeno se expande también por la India, concretamente en aquellos territorios que están siendo objeto de procesos de privatización a gran escala.

           Es importante resaltar el carácter novedoso de esa tragedia. “En África, no hubo movimientos contra la brujería hasta la época colonial, en conjunción con la introducción de la economía monetaria, lo que provocó profundos cambios en las relaciones sociales, creando nuevas formas de desigualdad.” Resulta significativo que la explosión de tales violencias coincida con las décadas de mayor auge de la globalización. Del mismo modo que, en la Europa del siglo XVI, la caza de brujas no representaba una rémora medieval, sino una de las matrices de la modernidad, su reedición africana “no constituye un legado del pasado, sino una respuesta a la crisis social producida por la reestructuración de las políticas económicas” en el continente. Los programas de ajuste estructural, profusamente incentivados por el FMI, han desestabilizado a las comunidades africanas, sumiéndolas en tal grado de privación que “muchas personas han terminado por creer que son víctimas de una conspiración maligna ejecutada por medios sobrenaturales.” Algunos autores, como Justus Ogembo, señalan la nefasta influencia ejercida en ese sentido por las sectas cristianas fundamentalistas – que en los últimos años han proliferado también en América Latina, como una suerte de réplica contrarrevolucionaria a la influencia de la teología de la liberación. Finalmente, “cuando las agencias internacionales, aliadas con los gobiernos africanos, presionan para que se privaticen y enajenen tierras comunales, las acusaciones de brujería se convierten en un potente medio para acabar con la resistencia de quienes van a ser expropiados.”

           La pugna entre las grandes corporaciones occidentales y el gigante asiático por los recursos naturales del continente – en particular, aquellos que requieren las nuevas tecnologías – no hará sino incrementar la presión sobre las maltrechas naciones africanas. Es dudoso que los mercenarios rusos desplegados en Mali o los omnipresentes inversores chinos representen vectores más progresistas que las antiguas potencias colonizadoras. En cualquier caso, con unos u otros actores y a través de sus sucesivas mutaciones, el capitalismo sigue moviéndose bajo su impulso original. La nueva ofensiva contra las mujeres, indisociable de esa “creciente dependencia que tiene la acumulación de la práctica del extractivismo (…), procede sobre todo de la necesidad del capital de destruir aquello que no puede controlar y de degradar lo que más necesita para su reproducción.” “El cuerpo femenino es la única frontera que al capital le queda por conquistar”, concluye Federici. Cierto. Tanto como que el capitalismo ya está en ello.

           “Llegó al fin un tiempo – escribía Marx en su “Miseria de la filosofía”en que todo aquello que los hombres habían considerado inalienable devino objeto de intercambio, de tráfico y pudo ser alienado. Un tiempo en que las cosas que hasta entonces eran comunicadas, pero nunca intercambiadas; dadas, pero jamás vendidas; adquiridas, pero no compradas – virtud, amor, opinión, ciencia, consciencia… – entraron finalmente a formar parte del comercio. Es la época de la corrupción general, de la venalidad universal…”. Mucho más que el que conociera Marx, ese tiempo es indiscutiblemente el nuestro. Las industrias del sexo, cabalgando sobre la desigualdad y la pobreza, hacen de los cuerpos de millones de mujeres y niñas una mercancía susceptible de ser vendida y revendida. La hegemonía cultural neoliberal ha normalizado esa esclavitud del siglo XXI entre la opinión pública de las naciones ricas. En España, ni siquiera un gobierno de izquierdas se atreve, más allá de las declaraciones de intención, a acometer con rigor una legislación y unas políticas públicas abolicionistas. ¿Y quién denuncia, fuera de los círculos del feminismo militante, la pornografía como una erotización de la violencia y el odio contra las mujeres? Por el contrario, cuando surge una iniciativa como “Feministas al Congreso”, se levanta un clamor contra esas trasnochadas activistas que “dividen a la izquierda”. Acertada o no la estrategia de constituir una nueva formación política, pocos se preguntan, sin embargo, qué renuncias de la izquierda han llevado a esas mujeres, muchas de las cuales han militado durante décadas en sus filas, a no poder reconocerse ya en los partidos a los que tanto dieron.

           Es tiempo de “caza de brujas”. También en un plano simbólico, eso que hemos dado en llamar “la cultura de la cancelación”. Casualmente, cuando estaba escribiendo este artículo, cayó en mis manos uno de los formularios que envía el Ayuntamiento de Barcelona a las asociaciones vecinales y, en general, a las entidades que solicitan subvenciones para desarrollar sus proyectos. Entre las informaciones requeridas figuraba indicar cuántos socios eran “hombres”, “mujeres”… o personas “no binarias”. Actualmente, semejante majadería es perfectamente legal. Y, por supuesto, no se trata de una rareza municipal. Multitud de fichas de los más diversos organismos públicos y centros de enseñanza incorporan esa terminología. Sin que apenas nos diéramos cuenta de ello, un nuevo credo se ha incrustado en nuestro ordenamiento jurídico. Un credo que desafía a millones de años de evolución de las especies, en virtud de la cual, la especie humana – autodenominada acaso pretenciosamente sapiens sapiens, visto lo visto – se compone exclusivamente de machos y hembras. Lo de “no binario” no podría ser, en el mejor de los casos, más que una percepción subjetiva. Cuando las leyes pretenden fundarse sobre nociones evanescentes, ocurre que las mujeresobjetivamente en posición de inferioridad social respecto a los varones -, caen en una indefensión aún mayor. Pero así están las cosas. Quien quiera algo de la administración tendrá que acomodarse al catecismo transgenerista. Y la feminista que tome la palabra contra el oscurantismo para decir “eppur si muove”, será llevada a la pira. La negación del sexo femenino como una realidad material – el masculino no tiene motivos de inquietud – apunta a esa “última frontera” que el capitalismo pretende rebasar. Sí, son tiempos difíciles para el feminismo. Pero más aún para una izquierda que ha desaprendido a nadar a contracorriente del zeitgeist.

           Pero no hay que cejar en el empeño. “Un día, Calibán reconocerá con orgullo que es hijo de la bruja. Mirando por fin al mundo con ojos de mujer, se aprestará a cambiarlo de raíz. (…) La humanidad, capaz de hundirse en un abismo de barbarie, atesora a su vez un inmenso potencial de generosidad y solidaridad. Marx decía que la humanidad solo se plantea los problemas que puede resolver. Acaso solo conciba los sueños que puede alcanzar.” (Sylviane Dahan. “Sexo, capitalismo y crítica del valor”). La lucha por la igualdad y la emancipación, por el socialismo, será sin duda muy larga y compleja. Aún así, a pesar de las sombras que se ciernen sobre el mundo, el retorno de las brujas, lejos de anunciar una segunda juventud del capitalismo, señala su irremediable ocaso.

           Lluís Rabell           19/01/2022

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