El alto precio de la comodidad

Keira Bell, sometida a bloqueadors de pubertad a los 16 años, ha ganado su demanda contra la Clinica de Género Tavistock y Portmann.
Foto : The Guardian.

           Triste profeta aquel que vaticina desgracias… y se cumplen. Hace hoy exactamente un año, refiriéndome a las turbulencias que previsiblemente debería afrontar el gobierno de izquierdas en ciernes, escribía en este blog: “La izquierda alternativa tiene mal resueltos algunos de los debates más importantes que atraviesan al movimiento feminista. (…) La aceptación de la prostitución como “trabajo sexual” goza de mucho predicamento en sus filas. Sería difícil desarrollar con coherencia un proyecto legislativo como el concerniente a la trata de seres humanos con finalidad de explotación sexual, si admitiésemos como legítima la compra de favores sexuales por parte de los hombres. Como también sería problemático que alguien quisiera hacer de éste un gobierno queer, con políticas públicas basadas en la idea de que las mujeres no existen como sujeto político frente al dominio patriarcal, sino como un “constructo” más entre una miríada de identidades”.

           Bien, parece que ya estamos en ello. “Ley Trans, crónica de un polvorín político”, escribe Pedro Vallín en “La Vanguardia”. Si lo dice La Vanguardia… Los datos del artículo corresponden a un periodismo sin duda bien informado acerca de los entresijos del gobierno. El análisis adolece, sin embargo, de una visión tan sesgada del problema como interesadamente difundida por numerosos medios. En resumidas cuentas, el relato vendría a ser el siguiente… Tras la llegada de “derechos de nueva generación”, como el matrimonio entre personas del mismo sexo, un nuevo consenso va abriéndose paso en las sociedades más avanzadas: la aceptación de la “autodeterminación de género”. Si alguien dice sentirse hombre o mujer, a pesar de haber nacido con el sexo opuesto, ¿con qué autoridad podría negársele un reconocimiento a todos los efectos? Organismos internacionales, instituciones, legislaciones, programas de partidos… De modo imparable, el mundo va adhiriendo a esa visión tolerante y abierta. Entonces, ¿toda la Galia es ya romana? ¡No! Un reducto de venerables feministas académicas, amodorradas en sus marchitos laureles, ha puesto de pronto el grito en el cielo, diciendo que alguien pretende “borrar a las mujeres”. ¿A qué privilegios se aferran estas señoras? ¿No estarán acaso movidas por un incontenible sentimiento de odio? Y he aquí que a las feministas socialistas, soliviantadas por tales referentes, les da por oponerse a la Ley Trans, a cuya aprobación se comprometió el PSOE en su pacto de gobierno con Podemos y de la cual hace bandera la formación morada. La veterana Carmen Calvo frente a la moderna Irene Montero. Una escaramuza entre mujeres capaz de poner en peligro la estabilidad del gobierno. Es hora de que los hombres del ejecutivo den un viril puñetazo sobre la mesa y pongan fin a esa lucha en el barro. Ya se sabe: las chicas son guerreras, pero les falta visión estratégica.

           Lo malo es que esa reconfortante narrativa es pura intoxicación. Las feministas no se han vuelto locas, ni adolecen de una exagerada susceptibilidad. Las legislaciones inspiradas en el transgenerismo no promueven ningún derecho efectivo, pero amenazan numerosas conquistas democráticas y derechos humanos. Todos los logros obtenidos por la lucha feminista en pro de la igualdad, se basan en el reconocimiento de toda clase de discriminaciones, violencias e injusticias cometidas sobre ellas en razón de su sexo. Si no es el sexo, sino un sentimiento, lo que define a una mujer, todos esos avances legislativos, todas las políticas públicas de reequilibrio, quedan automáticamente en entredicho, carentes de fundamento.

           Vallín nos dice que se ha liado parda en la coalición… aún sin conocer el texto de la ley que se va a proponer. En realidad no es así. Y, unas vez más, las feministas críticas saben de lo que hablan. El borrador inicial de Podemos es conocido desde hace mucho tiempo. Catorce comunidades autónomas han adoptado legislaciones y protocolos trans. El Parlament de Catalunya está a punto de votar una modificación de la Ley de 5/2008 sobre el derecho de las mujeres a erradicar las violencias machistas para incluir en ella a las “mujeres transgénero”. (Señalemos que la ponencia ha rechazado incluir como violencias contra las mujeres la prostitución, la pornografía o la explotación reproductiva, pero ha considerado impostergable sentar el principio de que es mujer quien como tal se “autodetermina”). Incluso la reciente ley de educación incorpora esas nociones en su preámbulo, tras la insistencia en ello de Podemos.

           Ni las feministas se imaginan cosas raras, ni yerran al señalar que se está poniendo en peligro la salud de los menores, así como los derechos de gais y lesbianas y de las propias personas transexuales. Hablar de “infancia trans” constituye una irresponsabilidad que raya en lo criminal. ¿Qué superstición es esa de las almas que aterrizan en cuerpos equivocados? Un niño a quien le gusta jugar con muñecas, una chica a quien se le da bien patear un balón, no encajan con los estereotipos y pautas de comportamiento patriarcales; es decir, con lo que el feminismo ha identificado como el género: una imposición cultural destinada a perennizar el dominio de los varones sobre las mujeres. Ahora, pues, en lugar de educar en la igualdad y combatir tales prejuicios, deberíamos consagrarlos como la definición de una identidad… y empujar a los menores a adaptarse a ella. Incluso a golpe de inhibidores, tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas que mutilan cuerpos sanos. En lugar de acompañar y dar apoyo psicológico a adolescentes que puedan sufrir una angustiosa disforia – u otros trastornos -, se trataría de reafirmarlos en la convicción de que su cuerpo no está bien. “Despatologizar” llaman ahora a ese abandono y a esa frívola promoción de tratamientos de graves efectos secundarios y carácter irreversible. Es algo así como si a una adolescente aquejada de anorexia, so pretexto de no “estigmatizarla”, la reafirmásemos en la insoportable imagen de una muchacha obesa que cree ver reflejada en el espejo. ¿Cuántos casos de autismo quedarán sepultados bajo el diagnóstico de una “adolescencia trans”? ¿Cuántas inclinaciones homosexuales, en lugar de expresarse con naturalidad, se verán violentadas? ¿Cuántas familias preferirán tener una hija o un hijo más o menos ajustados a la norma, aunque haya que moldearlos a golpe de bisturí, antes que a una “bollera” o a un “mariquita”? ¿Y qué sentido tendrá el sacrificio de aquellas personas que, de manera responsable y asesorada, han llevado a cabo una difícil transición?

           Hay mucho en juego como para colar semejantes leyes por la puerta de atrás, sin conocimiento ciudadano de sus graves implicaciones, dando por supuestos consensos y estados de opinión que no son sino el reflejo de una insistente propaganda. Diga lo que diga el pacto de gobierno, hay que parar motores y reflexionar. Empieza a haber suficientes experiencias de las nefastas consecuencias de las leyes transgeneristas en países como Canadá, Inglaterra o Suecia como para escuchar la crítica feminista. Y para eso harán falta agallas, porque las presiones serán tremendas. Quien se atreve a cuestionar las teorías queer es automáticamente acusado de transfobia. Asistimos a una verdadera campaña de intimidación en las redes sociales… y mucho más allá. Una histórica feminista como Lidia Falcón se ve inculpada por “delito de odio”. Escritoras como Lucía Echevarría sufren campañas de acoso y las librerías reciben presiones para que no expongan sus libros. El feminismo crítico afronta una nueva caza de brujas, y no meramente simbólica.

           Lo que hay que entender es que la cuestión “trans” no es un vector aislado. Los mismos lobby que promueven el transgenerismo son partidarios de legalizar la prostitución, consideran aceptable una pornografía que filma y hace apología de la violencia contra las mujeres y, aunque no siempre lo digan abiertamente, encuentran igualmente admisible el recurso de las personas acomodadas a los “vientres de alquiler”. Tenemos ante nosotros, a nivel mundial, una ofensiva de las élites patriarcales contra los avances feministas, un intento de redefinir el semblante de la mujer en el orden que se está gestando bajo la crisis de la globalización neoliberal. En la era del capitalismo tardío, ese semblante es el de una nueva servidumbre. Esa es la dimensión del problema que la izquierda debería considerar. En ese sentido, el feminismo va por delante.

           Uno de los peores pecados de la izquierda es el oportunismo: sacrificar principios en aras de ventajas a corto plazo. Con frecuencia, el oportunismo se viste con los ropajes del realismo. Y es cierto que, para transformar la realidad, hay que tener los pies en el suelo y saber medir a cada paso la correlación de fuerzas. Es indudable que el debate puede hacer daño a la coalición de gobierno si se desenvuelve de manera enconada. Por eso lo mejor sería sustraerse a la presión que supone la exigencia de sacar precipitadamente una ley. Hay legislatura por delante. Es cierto que Podemos no lo pondrá fácil, deseoso como está de “marcar perfil” frente al PSOE. Pero esa “Ley Trans” no es cualquier banalidad. Quizá algún estratega gubernamental considere que no hay para tanto, que la gente anda con otras preocupaciones en la cabeza… París bien vale una misa. Y la paz con el socio menor una ley que, de todos modos, se inscribe en el omnipresente zeitgeist de la posmodernidad. El error sería gravísimo. La izquierda se traicionaría a sí misma, abriendo una herida en su vinculación con el feminismo muy difícil de restañar. Más temprano que tarde, debería responder de los estragos causados entre la juventud por unas disposiciones oscurantistas. Y, quizá antes de eso, podríamos ver a la extrema derecha haciendo saltar por los aires una coeducación que la propia izquierda habría socavado. Al fin y al cabo, Vox quiere imprimir los estereotipos de género sobre los cuerpos, mientras que el transgenerismo pretende transformar los cuerpos para que correspondan a esas pautas patriarcales. Si esa es la disyuntiva, sólo puede ganar la reacción. El precio de escoger el camino de menor resistencia puede resultar altísimo.

           Lluís Rabell

           10/12/2020

3 Comments

  1. Excelente artículo.La actitud de Podemos es irracional,ha comprado el nefasto paquete queer completo como si fueran los derechos humanos del siglo 21 y es solo la avanzada de un experimento social misógino que terminará(entre otras consecuencias) con chicas adolescentes con sus cuerpos sanos mutilados y no logrando con ello las ventajas que el patriarcado da a los suyos. Deberá hacerse cargo Podemos y el resto,,del dolor que van a generar. Serán los responsables y deberán pagar por ello.

    M'agrada

  2. Muchas gracias por esta potente reflexión, duele y encabrona ver como nuevamente se aprovechan del rol histórico de las mujeres del “cuidado” para poder darnos golpes duros a nuestra libertad, pero duele más ver como feministas caen en estos juegos fáciles del liberalismo y no están siendo capaces de verlos, de hecho los avalan y reproducen.

    M'agrada

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