“En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinaciones en que estaba el día antecedente a la tal desolación”. La célebre cita de Ignacio de Loyola hizo fortuna el pasado 19 de enero, en el curso de un apasionante coloquio sobre el actual momento político que organizó en Madrid la asociación Isegoría, y que tuve el placer de compartir con Javier Aristu, Kepa Aulestia y la eurodiputada de IU Paloma López. Ciertamente, el fundador de la Compañía de Jesús se refería a las cosas del alma… que nunca son ajenas a la turbación que en ella puede causar el poder. Pero bien podrían aplicarse sus palabras a las tribulaciones presentes de nuestra izquierda. Una izquierda que, tras el anuncio de Íñigo Errejón, anda de mudanzas.
La crisis abierta en Podemos, a pocos meses de la cita electoral de mayo, aconsejaría actuar con prudencia. Si se llegase a una competición entre distintas marcas electorales, reproches y discrepancias fácilmente podrían exacerbarse por la lógica disputa del voto. Y no es evidente que una multiplicidad de propuestas tenga una mayor capacidad de movilización del electorado de izquierdas; nada garantiza que vaya a producirse en Madrid un efecto similar al de la derecha fragmentada andaluza, que ha logrado hacerse con el gobierno autonómico. No hay que olvidar que ese triunfo ha sido posible por la pérdida de 700.000 votos de las izquierdas, singularmente entre las clases populares y medias.
La decisión de Errejón, meditada, tiene probablemente mucho que ver, por cuanto a la decisión final se refiere, con la desazón provocada por semejante batacazo. ¿Llegará a imponerse el sentido común, evitando la implosión del partido y sus alianzas? Las próximas semanas despejarán la incógnita. Pero, más allá de la responsabilidad de cada cual, hay que entender que esto no es una historia de buenos y malos, sino la expresión de algo mucho más profundo. Y aunque las urgencias electorales no brinden momentos propicios para ello, urge abrir un profundo debate estratégico. A estas alturas, parece evidente que no hemos dado con el algoritmo apropiado para encajar las corrientes militantes de la izquierda transformadora – que ya habían agotado su ciclo y tenían consciencia de ello – y las nuevas fuerzas que irrumpieron con la crisis y el 15-M, y que posibilitaron el surgimiento de Podemos.
Estos últimos años han sido muy intensos y no han pasado en vano. Han puesto a prueba las construcciones forjadas a base de significantes vacíos, cadenas de equivalencia y tableros removidos. La misma idea de “volver a empezar” que apunta Errejón da qué pensar. ¿Hay que salir del atolladero volviendo a la idea inicial de Podemos? ¿No será acaso la lógica de sus planteamientos lo que ha llevado justamente hasta aquí? En tiempos líquidos, por no decir gaseosos, en que la democracia representativa y las mediaciones están en crisis, en que las clases sociales parecen atomizadas y todo se ha tornado voluble, la solución ¿pasa por proyectar discursos a la vez ambiguos y capaces de polarizar? ¿Es eso lo que generará una fuerza ganadora? Laclau respondería sin duda de modo afirmativo. El problema es que la lucha de clases sigue rigiendo los destinos de la humanidad. La presión de las contradicciones sociales que crecen bajo el desorden global acabará condensando esa atmósfera que hoy nos parece evanescente… y desatará tempestades.
Las clases populares constituyen un terreno amplio y fértil, capaz de sustentar diferentes estrategias de emancipación. Durante mucho tiempo habrá sectores obreros y de las clases medias que, por razones culturales o por su propia situación, tenderán a identificarse con los postulados dela socialdemocracia, hoy necesitada de un nuevo relato. Existe, sin embargo, un amplio espacio social, devastado y desorganizado, tentado incluso por el populismo y la extrema derecha, que espera propuestas más enérgicas frente al impacto del desorden global. El progreso de la mayoría requiere combinar pugna y cooperación entre ambas izquierdas para desplazar al bloque de las derechas del poder.
No es posible construir un proyecto de cambio sin un sólido anclaje en el mundo del trabajo y el movimiento obrero. El sindicalismo pugna por reorganizarse ante unos cambios, potenciados por las nuevas tecnologías, que han internacionalizado las cadenas de valor, facilitando precariedad, dispersión de la fuerza de trabajo y el surgimiento de lo que Enric Juliana denomina el nuevo proletariado digital. Esa izquierda debería vibrar con quienes hoy se sienten desamparados; debería tratar de organizarlos, brindarles un horizonte de cambio posible. Y eso requiere cercanía y compromiso. La nueva izquierda ha pecado de soberbia intelectual y ha pensado que podía sustituir esa labor prosaica por relatos. Despreciando muchas veces cuanto podía enseñarle la experiencia, ha reproducido los vicios en que había incurrido la vieja izquierda… sin llegar a apropiarse de sus conquistas. La izquierda de matriz comunista, por su lado, ha llegado a la confluencia urgiendo el relevo, casi sin aliento para poner en valor el legado de su cultura política, sus tradiciones y experiencias.
No pocas veces, el radicalismo verbal – el discurso vacío sobre “el régimen del 78”, “la cal viva” o la fascinación por todo lo que se percibe como un fenómeno “disruptivo”, incluido el independentismo – ha ocultado la dramática ausencia de una estrategia transformadora y de un proyecto inteligible para configurar una España por fin reconciliada con su pluralidad nacional y lingüística.
Ningún proyecto serio puede levantarse sobre la improvisación táctica del día a día. La nueva política ha desarrollado unos liderazgos muy personales, de corte cesarista, alejados de la idea del intelectual orgánico. En lugar de forjar una organización democrática, viva, en ósmosis con las clases trabajadoras y la sociedad, en lugar de articular una inteligencia colectiva y una fuerza militante – como muy bien explicaba Manel Garcia Biel en su reciente artículo “La izquierda desdibujada” –, la participación militante efectiva ha ido desvaneciéndose, al tiempo que los “inscritos” eran invitados al activismo y a refrendar decisiones tomadas de antemano en unos estrechos círculos dirigentes. Los acontecimientos no permitirán diferir por más tiempo la reflexión estratégica, la discusión acerca del modelo organizativo y las alianzas.
Ahora, la prudencia aconseja tratar de llegar al 26 de mayo evitando nuevos errores y minimizando los que ya se han cometido. A la nueva izquierda le van como un guante los célebres versos de Miquel Martí i Pol: “Tot està per fer i tot és possible”. Por cuanto tienen de obstinada esperanza, sí. Pero también porque no nos ahorraremos la tarea ingente de revisar y reorientar muchas cosas.
Lluís Rabell
(21/01/2019)
Lluís quanta raó. Caldrà pensar i repensar per actuar en la millor manera de defensar la bona gent, de l’amor José Luis López Bulla, que segurament són l’única raó de l’existència dels partits d’esquerres. Un cop més gràcies per les paraules sàvies.
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