El aniversario del 1-O ha relanzado debates y balances acerca de aquella jornada, su significado, sus consecuencias… El Ayuntamiento de Barcelona ha organizado una exposición fotográfica en el recinto de la antigua prisión Modelo, que acogerá igualmente toda una serie de ponencias y talleres, con la participación de distintas personalidades: desde la filósofa Marina Garcés hasta el ex-diputado David Fernández, pasando por escritores como Santiago Alba Rico o Jordi Amat, el periodista Jordi Évole, juristas como Javier Pérez Royo e incluso el Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. Es decir la importancia que el gobierno municipal otorga a esa efemérides, que pretende celebrar como un reencuentro entre “quienes se sintieron interpelados por la convocatoria unilateral de un referéndum y quienes no se reconocieron en la misma”.
Recoser heridas abiertas en la sociedad catalana, promover diálogos… nada podría ser tan recomendable en estos momentos. Sin embargo, más allá de tales pretensiones e incluso de la indiscutible calidad de los ponentes, es de temer que no se alcance ese propósito y que el conjunto no rebase una visión sesgada y mistificada del 1-O; una visión de parte, cultivada por el independentismo. De entrada, en una encrucijada de “relatos” y emociones como la que vivimos, brindar el espacio de la Modelo para una exposición que pone de relieve cargas policiales frente a urnas y gente pacífica no es un gesto neutral, ni inocente. Más allá de lo que se pueda decir en tal o cual coloquio, todo queda sumergido en un potente imaginario generado por el escenario en que se desenvuelve. La cárcel Modelo, cuyas paredes fueron testimonio del sufrimiento e incluso la muerte de tantas personas comprometidas con la justicia social y las libertades, alberga una conmemoración que, se quiera o no, establece una continuidad entre la resistencia contra la dictadura y la movilización independentista del 1-O. El continente da forma al contenido: el entorno blinda de modo inapelable el relato del 1-O como una prolongación del combate histórico contra el fascismo… que seguiría palpitando en el corazón y la praxis del Estado español.
Sea cual fuere la intención de los organizadores del evento, la idea de esa continuidad abunda en un prejuicio profundamente arraigado en buena parte del movimiento independentista: la percepción de España, sin matices, como una realidad no democrática, mientras que Catalunya, entendida como un conjunto igualmente homogéneo, sería una realidad progresista. No olvidemos que uno de los mantras creados por el independentismo es aquel que lo presenta como la clave de la ruptura con el llamado “régimen del 78”… sin que nadie haya demostrado hasta ahora – como se verá, podemos sospechar lo contrario – que realmente se trate de reemplazar la arquitectura política heredada de la transición por un proyecto democrático más avanzado.
Jaume Asens, tercer teniente de alcalde y responsable de Derechos de Ciudadanía en el gobierno municipal de Barcelona, no ha parado de repetir que el 1-O representó “un momento de empoderamiento de la ciudadanía”. Pues bien, con todo el respeto por la gente que se movilizó, que aseguró la intendencia, que se emocionó, que hizo cola ante los colegios, que pasó noches en vela y que aguantó los porrazos que llovieron aquella mañana, hay que decir que no: no hubo tal “empoderamiento”, sino todo lo contrario. Y es que el 1-O está indeleblemente marcado por las jornadas del 6 y 7 de septiembre en el Parlament. Contrasta el ruido en la conmemoración del 1-O con el silencio entorno a aquellas jornadas. Ese contraste tampoco es casual: es un indicador de la atmósfera populista que sumerge toda la vida política y que acaba contaminando también a la izquierda.
El 6 y 7 de septiembre, la ciudadanía de Catalunya fue “desapoderada” de modo radical, cuando una mayoría parlamentaria que se pretendía todopoderosa y portadora de un “mandato del pueblo”, anuló los derechos de representación de la oposición y subvirtió el ordenamiento democrático vigente – Constitución, Estatut, Reglamento… – sin contar con las mayorías cualificadas requeridas para tales cambios. Ni, por supuesto, con el apoyo de una mayoría de la sociedad catalana para llevarlos a cabo. Después de eso, hablar del “empoderamiento” que emanaría de la movilización de una parte de esa sociedad refleja una visión como mínimo deficiente de la democracia. O quizás la preferencia por una “democracia” no liberal y representativa como la que impera en los países de nuestro entorno. Una “democracia” distinta, en la que el plebiscito prevalecería sobre la deliberación, la negociación y el pacto; en la que “la voz de la calle” – que siempre encuentra intérpretes auto-proclamados – se impondría sobre las instituciones representativas y el equilibrio de poderes que configuran un Estado de Derecho. La famosa “Ley de Transitoriedad”, que el propio Puigdemont tilda ahora de “chapuza”, diseñaba una República cuyo sistema judicial se hallaba bajo control del gobierno y una Asamblea Constituyente cuya capacidad legislativa quedaba acotada por los criterios de un “proceso participativo” previo. Era un esbozo claramente populista. Como populista es esa idea del “empoderamiento ciudadano” surgido de una convocatoria que no contaba con ninguna garantía democrática y que, además, se realizaba dinamitando la expresión organizada de esa ciudadanía.
En otras palabras: en la medida que pretendía legitimar e impulsar una República que, a la luz de aquella “Ley de Transitoriedad”, revestía un sesgo autoritario, el 1-O no podía trazar ninguna vía de progreso. Muy al contrario: de haber prosperado ese proyecto, el conjunto de la ciudadanía hubiese visto deteriorados sus derechos democráticos, como ya lo habían sido en el abrupto trámite parlamentario de septiembre.
Nada de eso justifica, por supuesto, la brutalidad policial desplegada por el gobierno de Rajoy, desbordado por los acontecimientos tras haber acumulado error tras error ante el “procés”. Pero esa violencia, prevista y deseada por algunos gurús del mismo “procés”, no modifica el fondo del asunto. La épica de las porras frente a las urnas es imbatible en la construcción de un imaginario cargado de sentimientos. A partir de ahí, poco importa cuántos votos haya a favor de la independencia – “dos millones, a lo mejor fueron tres”, ha llegado a decir también Puigdemont. Da igual la ausencia de censo, de sindicatura electoral… Da igual que las urnas se abran en un colegio o que se lleven a una parroquia. La “voluntad del pueblo” se expresa por la fuerza y la legitimidad auto-proclamada de la propia movilización. El “mandato” no necesita ceñirse a menudencias de orden estadístico.
La izquierda no debería comprar ese razonamiento regresivo. El populismo amenaza a la democracia. Pero, por ende, amenaza los intereses de las clases trabajadoras que esa izquierda debe defender y que no pueden prevalecer en medio de una multitud atomizada, supuestamente “apoderada” más allá de la mediación de partidos e instituciones. (Pero que acostumbra a encontrar un caudillo para su causa). Desgraciadamente, el 1-O no tuvo “el valor democratizador y comunitario” que le atribuye Jaume Asens. Como tampoco es cierto que “si alguna vez se produce un referéndum acordado, como defendemos cerca del 80% de la sociedad catalana, será gracias a este precedente”. Muy al contrario, una convocatoria de parte, excluyente y sin garantías como la del 1-O – que, por si fuera poco, algunos pretendían vinculante – ha alejado buena parte de la opinión pública de la idea misma de un referéndum. Incluso quienes hemos defendido durante mucho tiempo esa consigna – en un sentido y con unos matices que merecen otro artículo -, no la avanzaríamos ahora. Los acontecimientos del pasado otoño han instalado tal polarización en la sociedad catalana que cualquier forma de consulta binaria no podría sino agravarla, sin aportar solución alguna al conflicto.
Mucho se ha hablado de la violencia policial ejercida aquel día. Nada más justo que condenarla y exigir responsabilidades políticas por aquellos hechos. Hay que decir, sin embargo, que en este relato también abunda la mistificación. La violencia policial no era un fenómeno desconocido en Catalunya antes del 1-O. Quienes hemos participado en huelgas generales, manifestaciones diversas o en el 15-M, podemos dar fe de ello. En virtud de mi edad y mi biografía militante puedo certificar que el porrazo de un “gris” guarda una semejanza asombrosa con el “coup de matraque” de un gendarme, y que una carga de los antidisturbios de la Guardia Civil sigue protocolos muy similares a los de la Brimo. Los CDR “contenidos” por los Mossos este último sábado en las calles de Barcelona pueden atestiguarlo.
Así pues, para la gente de izquierdas, las imágenes del 1-O provocan indignación, pero no sorpresa. Desde luego, es especialmente chocante ver una carga policial contra gente que hace cola ante un colegio electoral. Pero no fue menos violenta la actuación policial contra la acampada del 15-M o, en el curso de tantos y tantos desahucios, frente a las protestas vecinales. El discurso sobre el carácter “histórico” de la represión del 1-O requiere algunos matices si no queremos que desemboque en una demagogia y un engaño que poco tienen que ver con un rechazo sincero de la arbitrariedad. Algunos de los líderes “procesistas” que se echan las manos a la cabeza ante la actuación de la Policía Nacional o la Guardia Civil han utilizado o jaleado a los Mossos de Esquadra en actuaciones igualmente duras. Es cierto que, para mucha gente de clase media – la base social mayoritaria del independentismo -, que nunca había participado en conflictos sociales de cierta envergadura, lo acontecido el 1-O supuso un tremendo impacto emocional. (Aunque, sin ánimo de ofender a nadie, también hay a veces cierto sesgo clasista en dicha percepción: que le den leña a un sindicalista o a un “indignado” forma parte, para algunos, del orden natural de las cosas… cuando en realidad su huelga o su protesta son tan respetables, por lo menos, como una movilización pacífica de la gente favorable a la independencia).
Más allá de las distintas motivaciones de quienes fueron a votar, la lectura del 1-O queda en manos de quien ejerce su hegemonía sobre la percepción social de los acontecimientos. Que, desde luego, no es la izquierda. No pocas personas no independentistas acudieron finalmente a votar, soliviantadas por los excesos policiales. Pero en seguida se hizo evidente – y hoy tendría que serlo aún más – que la jornada se pondría al servicio del imaginario dominante y del discurso sobre el “mandato del pueblo”.
Motivo de más para que la izquierda aporte el matiz allí donde todo es blanco o negro, para que ponga pensamiento crítico donde todo es emoción. Algo que obliga, es cierto, a ponerse a contracorriente de poderosas opiniones publicadas. En el fondo quizás sea humano: resulta más agradable masticar carne tierna que roer hueso. Pero las izquierdas nunca han conseguido organizar a su gente, ni hacer progresar sus proyectos transformadores sucumbiendo a la facilidad. El populismo no es nuestro camino.
Lluís Rabell (1/10/2018)
Acuarela de Fernando Font de Gayà – La Presó Model
Totalment d acord lluís.
Apuntes un detall del que personalment estic molt sensible, el de la doble vara de mesurar la repressió policial, segons sigui emprada contra uns o altres.
Sempre m ha molestat en les diferents concentracions procesistes a les q he assistit la presència d persones totalmennt indignadesdavant les monstrositats del gobierno de las españas, pero totalment indiferents a les injusticies socials, el racisme, els desnonaments, …
Quina cosa eh?
Amb el mantra de fem república es queden tan amples.
Crec q l alliberament dels presos els restaria intensitat en el relat martirològic.
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Aquest cop t’has lluīt, Rabell. Gràcies per la claredat expositiva. No hi ha res més estimulant que un text amb les coses ben distes, sense ofendre a ningu però sense fer concessions als que fan trampes
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Hace falta gente como Vd que continúan teniendo las ideas claras y no se arredran ante los “falsos empoderamientos” .
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El sr. Rabell, argumenta muy bien el asunto del 1O.
Tambien desenmascara a algunos personajes de la “izquierda” Colauista que en su estilo de hacer la PXXX y la Ramoneta, no acaban de clarificar sus opciones ideologicas.
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Gracias por la aclaración, porque estoy muy de periodistas.-enfadado con tanto cantamañanas que tenemos de periodistas.
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