Dos años de guerra

       Cuando se cumplen dos años desde el inicio de la invasión de Ucrania por parte del ejército ruso, la guerra adquiere un cariz incierto y sitúa a Europa ante dilemas cruciales para su futuro, incluso para su propia existencia como un proyecto político compartido. A pesar de la resiliencia ucraniana, Putin aborda el nuevo curso en una posición más favorable que hace un año. A falta de medios suficientes – una situación de penuria de municiones que se ha agravado dramáticamente a causa del bloqueo, promovido por Trump, de la ayuda americana en el Congreso de los Estados Unidos -, la contraofensiva de Kiev no pudo romper las líneas defensivas rusas. Es más, Putin puede celebrar y magnificar la toma de localidades como Bajmut o Avdíyivka, teatro de sangrientas batallas. Putin no tiene los problemas de suministros que padecen las fuerzas ucranianas, ahora a la defensiva. Irán o Corea del Norte echan una mano. Y, por otra parte, la economía de guerra rusa funciona. Las sanciones no han hecho excesiva mella en el régimen: por el camino de Oriente, a través de los múltiples canales del comercio mundial e incluso de las ventanas que permanecen abiertas en Europa, el petróleo y el gas rusos fluyen a espuertas. De hecho, el ritmo de crecimiento de la economía rusa ha doblado en el último ejercicio al de la Unión Europea. En el plano interno, los oligarcas – a excepción de algún díscolo prontamente neutralizado – se mantienen agrupados en torno a un poder que sigue garantizando su estatus. Las bajas del frente llenan de dolor a un número creciente de familias, pero la represión contiene cualquier intento de protesta. La guerra no repercute en privaciones para la población. El aplastamiento de la oposición política, rubricado con la sangre de Navalni, asienta el poder incontestable del amo del Kremlin… a la espera del retorno de Trump a la Casa Blanca.

            Pero, ¿cómo se sitúa Europa ante el escenario de un Putin cada vez más agresivo y amenazador? Según un sondeo recientemente publicado del European Council on Foreing Relations, sólo un 10% de europeos cree posible una victoria de Kiev, frente a un 20% que piensa que Moscú se saldrá con la suya. Si esa proporción es muy transversal, no todos los países, sin embargo, manifiestan el mismo nivel de compromiso con Ucrania, ni la misma percepción del peligro que se cierne sobre el continente. Para los países bálticos, para Suecia o Finlandia esa percepción es extrema. Los primeros ya planifican estructuras defensivas en la frontera. El nuevo presidente finlandés se declara dispuesto a aceptar el despliegue de armas nucleares en su territorio. Varios ministros suecos han declarado que, tras doscientos diez años de paz, el país podría verse envuelto en un conflicto armado. Suecia está en pleno rearme y pretende recuperar el modelo de “defensa total” en vigor durante la guerra fría. ¿Alarmismo excesivo? Pronunciadas por un canciller alemán, socialdemócrata por más señas, estas palabras de Olaf Scholz, el pasado 17 de febrero, ante la Conferencia de Múnich sobre seguridad, dan la medida de la gravedad con que se aprecia el actual escenario: “La amenaza rusa es real. Por ello nuestra capacidad de defensa y de disuasión debe ser creíble y permanecer así”. Muy al contrario, la extrema derecha alemana, en ascenso en los sondeos se opone a las sanciones, exige que se detenga el envío de armas a Ucrania… y considera insufrible que se culpe a Putin de la muerte de Navalni.

            Esas posiciones, aunque no sean las de los gobiernos de Bulgaria, la República checa o Rumanía, sí gozan de gran predicamento entre la población de esos países. Viktor Orban, referente nacional-populista, formula así el llamamiento a abandonar Ucrania a su suerte: “Ésa es una guerra entre dos pueblos eslavos, no la nuestra”. ¿Y en España? Desde luego, la percepción ciudadana es de gran lejanía del conflicto. Sin embargo, del mismo modo que ocurre en Italia o en Grecia, no habría que despreciar en ese estado de ánimo el poso cultural de muchos años de denuncia de la OTAN, de posicionamiento automático en contra de todo lo que oliera a política exterior americana. Los esquemas simplificadores de la guerra fría, a los que permanece en cierto modo aferrada una izquierda alternativa que anda muy retrasada a la hora de entender el mundo multipolar surgido de la globalización, pueden jugarle una mala pasada y hacer un flaco servicio a la democracia. La extrema derecha es, más o menos abiertamente, admiradora de Putin y sus métodos. Pero el pacifismo un tanto ingenuo de esa izquierda puede ser fuente de una gran confusión. Un ejemplo de ello podría ser el artículo del exministro Manuel Castells (“Ucrania: negociar o morir”), publicado en “La Vanguardia” (24/02/2024). Constatando la ventaja adquirida por Putin en el frente, concluye: “¿Cuántas decenas de miles de vidas humanas y de personas amputadas hacen falta para llegar a la inevitable negociación? Que necesariamente implica paz por territorio y nuevos acuerdos de seguridad. La narrativa actual de la OTAN es imaginaria y peligrosaPorque la diferencia entre Hitler y Putin es que los nazis no tenían armas nucleares”.

            Pasemos sobre la evocación de los estragos de la guerra, esperando que Manuel Castells no crea que sólo le conmueven a él. Cierto, los nazis no disponían de armamento nuclear cuando se apoderaron de los Sudetes. Pero su amenaza militar era ya lo bastante seria como para que Inglaterra, Francia e Italia reconocieran en la Conferencia de Múnich de 1938 que esa región era alemana. Es lo que, a la sazón, se conocía en Londres y París como “política de apaciguamiento”. El resultado es conocido. El arsenal nuclear ruso no hace menos, sino mucho más probable, que una versión actualizada de aquella política en el Donbass incitase a un Putin triunfante a arrasar con el resto de Ucrania antes de que la tinta de las firmas se hubiese secado al pie del acuerdo de paz. Resulta llamativo, de todos modos, la facilidad con la que algunos pensamientos estratégicos están dispuestos a ceder los territorios de otros. El canciller Scholz parece mucho más realista cuando da a entender que la “diplomacia de precisión”, para que sea atendida por determinados personajes poco amenos, es conveniente que ande respaldada por una fuerza disuasoria no menos certera.

            En cualquier caso, resulta muy oportuno leer la Tribuna conjunta que Josep Borrell y Dmytro Kuleba, ministro de Exteriores de Ucrania, acaban de publicar. Da la medida de lo mucho que está en juego en esta fase de la guerra en la arena internacional. Y tiene el mérito de fijar una posición democrática y responsable, alejada de inoperantes clichés del pasado y de frivolidades. El momento, pendiente de la elección americana, es extremadamente serio para Europa. No puede dejarse dividir.

            Lluís Rabell

            24/02/2024

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             La única manera de alcanzar una paz justa consiste en redoblar el apoyo a Ucrania

            El día que Rusia hizo entrar cientos de miles de soldados en Ucrania marcó el inicio de un seísmo geopolítico de grandes proporciones. Desde hace dos años, Europa conoce la siniestra realidad de la mayor guerra de agresión que haya vivido el continente desde la segunda guerra mundial, acompañada de atrocidades horribles y generalizadas. Lo que hace Rusia constituye un ejemplo clásico de agresión imperial y colonial al estilo del siglo XIX. Ucrania conoce hoy la suerte que numerosos otros países sufrieron cruelmente en el pasado. Para Rusia, esta guerra nunca ha tenido por objetivo la neutralidad de Ucrania, frenar la ampliación de la OTAN, la supuesta protección de las poblaciones rusófonas o cualquier otro pretexto inventado.

            El presidente ruso, Vladimir Putin, ha afirmado en repetidas ocasiones que Ucrania no existía en tanto que nación y que la identidad ucraniana era artificial. La guerra tiene simplemente por objeto acabar con un país independiente, conquistar tierras y restablecer el dominio sobre un pueblo que ha decidido ser dueño de su destino. La ambición imperialista de Rusia resultará sin duda familiar a las numerosas naciones que, en el pasado, fueron sometidas a la opresión de un régimen colonial.

            Un mundo cada vez más transaccional

          Las consecuencias de la agresión rusa contra Ucrania se han hecho sentir más allá de Europa. Esta guerra ha afectado a la seguridad alimentaria y a los precios de la energía, y ha estado acompañada de campañas masivas de desinformación y de desestabilización política. Esas ondas de choque han tenido un alcance mundial.

            Putin inaugura un mundo cada vez más transaccional.  Ha desplegado al grupo Wagner en África, ha desestabilizado otros países mediante golpes de Estado y ejercido una coerción económica utilizando el arma del hambre – ofreciendo los cereales cuya escasez había provocado él mismo, incendiando sistemáticamente los campos de cultivo de Ucrania, atacando las infraestructuras de almacenamiento y bloqueando las vías marítimas de exportación.

            La guerra y sus consecuencias conciernen, pues, a todos los países. Si Rusia alcanzase sus objetivos, eso enviaría al mundo el mensaje, extremadamente peligroso, de que “la fuerza funda el derecho”. Todas las potencias agresivas del planeta estarían tentadas de seguir el camino trazado por Rusia. Si la agresión acaba siendo rentable, ¿por qué no actuarían en consecuencia todos aquellos Estados que tuviesen reivindicaciones territoriales sobre naciones vecinas? Por eso interesa a numerosos países de Asia, de África y de Latinoamérica que Ucrania venza.

            Esta guerra no es la de “Occidente contra los otros”. Apoyar a Ucrania no es ser “prooccidental”. Se trata de rechazar la guerra y el terror. Se trata de defender relaciones internacionales fundadas en el respeto mutuo y de apoyar el derecho de los ucranianos a la seguridad y a la libertad. Ucrania y la Unión Europea comparten una visión de las relaciones internacionales del siglo XXI exactamente opuesta a la de la Rusia de Putin. Nuestra visión se basa en el derecho internacional, el respeto y el beneficio mutuo, y no en la coerción, la corrupción y el miedo.

            Nadie tiene mayor interés que nosotros en poner rápidamente fin a esta guerra y devolver la paz a nuestro continente. Para alcanzar ese objetivo, Ucrania ha propuesto una fórmula de paz en diez puntos – que la UE suscribe plenamente. Esa fórmula no sólo propone el fin de las hostilidades, sino que incorpora toda una serie de disposiciones destinadas a reforzar la seguridad alimentaria, la seguridad nuclear, la protección del medio ambiente, la seguridad energética, la justicia internacional, los derechos humanos y el respeto de la Carta de las Naciones Unidas.

            Mensaje de resiliencia

          Esa fórmula es la única propuesta seria que hay sobre la mesa, y llamamos a todos los países comprometidos con la paz a unirse a nosotros para llevarla a cabo. Ucrania organiza actualmente una cumbre mundial por la paz en Suiza y la UE apoya activamente ese proceso. Dirigentes del mundo entero se esforzarán por ponerse de acuerdo sobre una visión común de una paz justa en Ucrania, basada en la Carta de las Naciones Unidas. Rusia recibirá esta posición consolidada, representativa de una mayoría mundial, lo que no le dejará más alternativa que la de comprometerse de buena fe.

            Cuando la guerra entra en su tercer año, nuestro mensaje es un mensaje de resiliencia frente a la agresión y al terror. No podemos permitir, y no permitiremos, que una agresión se vea recompensada en el siglo XXI; al contrario, nos movilizaremos en su contra. La única manera de alcanzar una paz justa es redoblar el apoyo a Ucrania. Es lo que ha hecho la UE a lo largo de los últimos meses, y acrecentará su ayuda en 2024.

            Nuestro objetivo común es lograr que Ucrania pueda revertir el curso de la guerra a su favor, a fin de llegar a una paz justa lo antes posible. El apoyo del mundo es esencial para alcanzar ese resultado. Es de interés general que el derecho internacional sea respetado y que la cooperación internacional sea la prioridad absoluta. No debe haber un retorno al sombrío pasado de la agresión militar, del imperialismo y del colonialismo. Ni en Europa, ni en ninguna otra región del mundo.

            Josep Borrell (Alto representante de la UE)

            Dmytro Kuleba (Ministro de Exteriores de Ucrania)

            (Tribuna publicada por “Le Monde”, 24/02/2024)

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