Una causa, dos canciones

            El acontecimiento no ha tenido la menor resonancia en la prensa. Sin embargo, no todos los días un español entra en el Panteón, auténtico templo de la República francesa, donde reposan los restos de aquellas personalidades que la nación honra y considera máximo exponente de sus valores y de su identidad.

            En efecto. El pasado miércoles, 21 de febrero, en una ceremonia de gran solemnidad y bajo la presidencia de Emmanuel Macron, el Panteón acogía los restos mortales de Mélinée y Missak Manouchian y, con ellos, simbólicamente, a los veintitrés resistentes del grupo de Francotiradores Partisanos – Mano de Obra Inmigrada que dirigía el comunista armenio, fusilados por las tropas alemanas de ocupación en el Mont-Valérien. Habían transcurrido exactamente 80 años desde entonces. Los rostros de los integrantes del “grupo de Manouchian”, exhibidos por las autoridades colaboracionistas de Vichy en el tristemente famoso “cartel rojo”, pretendían acreditar la idea de que la resistencia era un complot de asesinos extranjeros, judíos y comunistas. Y es cierto que la Resistencia contó en sus filas con gran número de refugiados e inmigrantes, de militantes antifascistas de toda Europa y de todas las corrientes del movimiento obrero. Emmanuel Macron les llamó “franceses de esperanza”. Y recordó que, en dos ocasiones, el obrero y poeta Missak Manouchian había solicitado la nacionalidad francesa y por dos veces le fue rechazada “porque Francia había olvidado su vocación de asilo a los perseguidos”.

            Pero esa abigarrada cohorte que se situó sin vacilar en primera línea de la lucha contra la ocupación y el régimen de Pétain, esos hombres y mujeres que cayeron ante sus verdugos gritando “Viva Francia”, eran ante todo internacionalistas. En la última carta que pudo dirigir a su esposa, Manouchian escribía: “¡Felicidad a quienes nos sobrevivirán y podrán saborear mañana la dulzura de la paz y la libertad! Muero sin albergar odio alguno hacia el pueblo alemán.” En un gesto que pretendía reparar la injusticia del olvido, Macron leyó sus nombres, esos nombres “difíciles de pronunciar”, como diría Louis Aragon en el célebre poema escrito en su memoria: Lejb GoldbergMaurice FingerwaigMarcel RajmanOlga Bancic (rumana, guillotinada más tarde en Stuttgart), Thomas ElekWolf Wajsbrot,  el futbolista Rino Della Negra y sus compatriotas italianos Antoine SalvadoriCesare LuccariniAmedeo UsseglioSpartaco Fontanot, así como los polacos Jonas GeduldigSalomon SchapiraSzlama GrzywaczJoseph EpsteinStanislas Kubacki, los húngaros Joseph Boczov y Emeric Glasz y el brigadista español Celestino Alfonso (quien, tras la guerra civil, pasó por los campos de internamiento franceses antes de poder incorporarse a la lucha clandestina). Cayeron también los franceses Roger RouxelGeorges Cloarec y Robert Witchitz, que se unieron al grupo tras rehusar el Servicio de Trabajo Obligatorio, destinado a abastecer de mano de obra la industria de guerra alemana. Una lista de apellidos que evoca por sí misma una internacional y que constituye la conmovedora prueba de lo que esa palabra significó para varias generaciones del movimiento obrero. Por primera vez, los acordes de La Internacional resonaron entre las frías paredes del Panteón.

            No cabe sino saludar en este reconocimiento un acto de memoria democrática y de justicia. Lo que hace tanto más lamentable el comportamiento del mismo gobierno que lo ha llevado a cabo, hace apenas unas semanas, sacando adelante con los votos de la derecha y la extrema derecha una ley sobre inmigración absolutamente opuesta al espíritu de grandeza que se celebraba en el Panteón. “En Francia, jamás han podido separarse impunemente República y Revolución”, declaraba el presidente. Profética sentencia.

            Y es que el heroísmo de los combatientes corre siempre el riesgo de ser invocado para ocultar intereses menos nobles. La memoria popular de “l’Affiche Rouge” y de los numerosos militantes que entregaron su vida, valió al PCF la aureola de ser “el partido de los fusilados”. Una aureola que fue utilizada por sus dirigentes estalinistas para imponer “la autoridad del Partido” sobre cualquier duda o disidencia. Por no hablar de la persecución de la izquierda comunista y muy en particular de los trotskistas. El bretón André Calvès, trabajador de los astilleros navales, militante de la CGT y también FTP, describe en su libro de memorias (“Sin botas ni medallas”) el espíritu de sacrificio de sus jóvenes camaradas – que llegaron a organizar grupos de resistencia antifascista entre los soldados de la Wehrmacht, donde no faltaban antiguos votantes comunistas y socialdemócratas, e incluso un motín en un submarino. Muchos sucumbieron. Pero no faltaron supervivientes de los campos alemanes que, a su retorno en Bretaña, se vieron acusados de “hitlero-trotskistas” y hostigados en sus trabajos. El estalinismo hizo un daño terrible, acallando cualquier voz crítica con una “línea oficial” servilmente adaptada a los cálculos de la política exterior del Kremlin. Cabe recordar que el Buró Político del PCF desoyó la dramática petición de ayuda de quien fuera también resistente y brigadista internacional, Artur London, miembro fundador del Partido Comunista de Checoslovaquia. London, fue condenado en el Proceso de Praga de 1952, tras ser torturado y obligado a confesar una conspiración imaginaria contra el Estado. Eran tiempos de paranoia en los que afloraba el antisemitismo de la burocracia. La condición de judío y “veterano de España” le hacía idóneo para asumir el papel de un agente extranjero. London evitó la ejecución y fue rehabilitado años más tarde. Quedarán para siempre en los archivos de la vergüenza las crónicas de “L’Humanité” calificando a London y los demás acusados del juicio Slánský como “víboras lúbricas” al servicio del imperialismo.

            He aquí una de las mayores tragedias del siglo XX, cuyas consecuencias la izquierda todavía sigue sufriendo: la memoria de algunos de los episodios más poderosos de la lucha por la emancipación, pudo ser administrada por los enterradores de su espíritu revolucionario. No todos los que en su día exaltaron el nombre de Manouchian estuvieron a la altura de su sacrificio. Y, sin embargo, el internacionalismo sigue siendo la más noble de las causas. Quizá también la más vigente en un mundo donde despiertan viejos demonios del pasado y resuenan de nuevo tambores de guerra. Valgan para evocar su sentido dos canciones. La primera, “L’Affiche Rouge”, creada por Léo Ferré sobre el poema de Aragon. Y la segunda, “Les émigrants”, una composición de Charles Aznavour, un mito de la canción francesa… igualmente de ascendencia armenia. Hay quien es capaz de decir en tres minutos de emoción más que en un tratado.

            Lluís Rabell

            25/0272024

https://youtu.be/Tj5XwjOuq7s?si=XNRjYOP_BDoY-d30

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