
Yo había venido a hablar de mi libro… pero algunos amigos me obligan a hacerlo dando un rodeo. He aquí que un viejo compañero de luchas vecinales y políticas, Marc Andreu, publica un extenso artículo en la revista “Treball” – “Mercado de invierno y credibilidad democrática” -, motivado por la noticia de mi incorporación a la candidatura de Jaume Collboni a la alcaldía de Barcelona. No creo pecar de inmodesto al decirlo. Aunque el artículo pasa en revista una larguísima lista de cuadros que han transitado de una a otra formación política – en un totum revolutum de casos, circunstancias y motivaciones -, resulta evidente que soy yo quien le impele a tomar la pluma. Y, puesto que el autor se muestra convencido de que mi presencia como independiente en la lista del PSC no tendrá la menor relevancia electoral, habrá que creer que se trata de ejemplificar con mi caso alguna cuestión política que sí la tenga. En cualquier caso, permítaseme abordar de modo sucinto las que, a mi juicio, se desprenden del artículo.
En primer lugar, hay que decir que el escrito adopta la forma de un inapelable requisitorio. No hace falta ser malpensado para captar que el propio título conlleva un subtexto: vamos a hablar de relación mercantil. De este modo, subrepticiamente, el debate político queda cancelado y nos situamos en el plano de una discusión moral, cuyos preceptos establece mi severo juez. Casi me produce sonrojo tener que decir que mi vida está, modesta pero dignamente, resuelta y no necesito de ningún cargo para resolver mi situación material. Quiero creer que Marc Andreu no piensa tal cosa. No obstante, debería evitar formulaciones que cualquier lector puede interpretar como la insinuación de una venta al mejor postor. Cuidado con esos deslices.
En segundo lugar, la irritación contenida que supura el artículo no parece coherente con sus propias afirmaciones. Ahora resulta que yo sería “un fichaje estrella de la competencia del PSC”. ¿De qué “competencia”? El espacio de los comunes nunca me ha reconocido como uno de los suyos. Y está perfectamente en su derecho. Ya fue el caso durante los momentos críticos del “procés”. Más tarde y durante años, he planteado debates críticos acerca de cuestiones que me parecían sustanciales para la consolidación de un espacio político – el de la llamada izquierda alternativa o transformadora -, que sigo considerando absolutamente necesario. Ha sido un soliloquio. Y tampoco pasa nada: ninguna dirección está obligada a entablar discusiones que no considere oportunas. Pero, entonces, ¿a qué viene hablar de mi como si estuviese sujeto a ella? ¡A ver si esto va a resultar un convento, con sus votos de silencio y castidad!
La cosa, en realidad, es más sencilla. Marc Andreu se refiere en varias ocasiones a la actitud de superioridad que algunos atribuyen a la izquierda. Sí, de eso se trata. Pero ese sentimiento tiene que ver con una determinada tradición de la izquierda en la que se reconoce – y que sin duda ha escrito memorables páginas en la lucha social y democrática de este país. Pero que no ha sido, ni es la única. Como bien recuerda Marc Andreu, mi primera militancia política, aún bajo la clandestinidad que imponía la lucha contra el franquismo, fue en las filas de la LCR. A no pocos jóvenes de mi generación nos atraía el trotskismo por su internacionalismo y por su compromiso con una ideal socialista opuesto a la degeneración burocrática de la URSS. Vibrábamos con Vietnam, la huelga general de mayo del 68 y con la Primavera de Praga. A pesar de los años transcurridos y de que la historia haya seguido – en España y en todo el mundo – un curso mucho más complejo y menos triunfal del que había soñado mi generación, sigo pensando que aquella fue una buena escuela de marxismo. Y en esa escuela aprendí a considerar la lucha por la emancipación social como un proceso histórico y un combate secular. En el curso del mismo la clase trabajadora ha levantado distintas herramientas, partidos y sindicatos, con los cuales ha librado batallas, ha conocido derrotas, ha alcanzado conquistas progresistas, ha sufrido también retrocesos… Ha concebido distintas tradiciones y forjado diferentes estrategias, utopías y culturas. A una parte de la izquierda, generalmente de matriz comunista, le cuesta aceptar la idea de esa pluralidad. En el fondo, piensa que la socialdemocracia no es una “verdadera izquierda”, que carece de “legitimidad” – aunque la vida obligue a componer con ella e incluso a gobernar a su lado o bajo su hegemonía.
Esa inconfesa autopercepción como la única izquierda digna de ese nombre constituye el substrato del artículo sobre el mercado de invierno. Es lo que explica su desmesurada afirmación de que el movimiento vecinal de Barcelona representa un “modelo” incompatible con el PSC. Ese movimiento se ha peleado y ha colaborado con todos los gobiernos democráticos de la ciudad. Con algunos más que con otros, es cierto. Durante mi presidencia de la FAVB nos peleamos mucho con Trias. Pero, las asociaciones de vecinos, abiertas y plurales, no se posicionan en relación al programa o la ideología de ningún partido, sino a la práctica de los gobiernos. Quizá Marc Andreu y yo no compartamos suficientes códigos para entendernos sin aclarar algunas previas. En la tradición marxista con la que sigo identificándome, la socialdemocracia es la corriente reformista del movimiento obrero y de la izquierda. Lo que no quiere decir que no pueda vehiculizar y materializar – lo ha hecho durante largos períodos en Europa – las aspiraciones de transformación y progreso de la sociedad. Su estrategia es gradualista y estrechamente vinculada a las formas de la democracia liberal. No faltan matices y debates en su seno, pero nadie en el PSC se sentirá ofendido por esta caracterización. Es más, creo que sus dirigentes la reivindicarían como una señal de identidad.
Lo que sostengo es que, en la actual tesitura económica, social y política de la ciudad, un liderazgo socialdemócrata en su alcaldía es el que resulta más apropiado tras una década de estrés procesista. He aquí una consideración estrictamente política. Ese liderazgo representa la opción progresista que está en mejores condiciones para federar complicidades metropolitanas y restablecer una alianza entre las clases trabajadoras de los barrios más castigados por las crisis y las clases medias del centro de la ciudad. El liderazgo de Ada Colau, desgastado después de dos mandatos, necesitado de recurrir una y otra vez a la polarización para permanecer en el poder – cayendo incluso en una indirecta promoción de Trias como posible aglutinador del difuso descontento contra la alcaldesa -, no está ni mucho menos en medida de cumplir semejante tarea. Por supuesto, esta opinión es discutible. Puedo estar equivocado. Pero tengo derecho a exigir que se discuta de manera democrática y no se evacue mediante una descalificación personal apenas velada. Entiendo y respeto todos los patriotismos de partido. Una tradición de la izquierda se levanta a fuerza de ingentes sacrificios. Sin embargo, la memoria de un siglo que ha visto levantarse revoluciones y sucumbir ante su Termidor – y que ha sido testigo de tantas luchas fratricidas en las propias filas de los oprimidos – aconseja que seamos más comedidos en nuestras diatribas. Por lo menos quienes nos referenciamos en una cultura anterior a la posmodernidad y a la sustitución del materialismo por las autopercepciones.
Lluis Rabell (12/02/2023)
http://revistatreball.cat/mercat-dhivern-i-credibilitat-democratica/