La política sentimental

       Uno de los rasgos distintivos de nuestro tiempo – amenazador, por cuanto a la calidad de la vida democrática se refiere – lo constituye sin duda lo que se ha dado en llamar la polarización. Es decir, la simplificación de los debates, la reducción de la complejidad y la expulsión de los matices en favor de un enfrentamiento inconciliable entre dos extremos, a cuyo alrededor orbita todo cuanto existe. Los movimientos populistas, de uno y otro signo, se nutren de esa forma de pensamiento. Pobre, pero eficaz a la hora de apelar a las emociones, prejuicios y resentimientos que palpitan en la sociedad. Todo ello ha dado en una suerte de sentimentalización de la política. A ese air du temps sucumbe en demasiadas ocasiones también la izquierda, un espacio donde convendría que primasen como guías la racionalidad y el espíritu crítico.

            Ejemplo de esa deriva hacia el sentimentalismo ha sido la reacción de un viejo compañero, Sergio de Maya, procedente de ICV y hoy activo miembro de los comunes en las redes sociales, ante el anuncio de mi incorporación a la lista de Jaume Collboni, candidato socialista a la alcaldía de Barcelona en las elecciones del próximo 28 de mayo. Empieza Sergio con un amago de mala conciencia: “Que lo de Rabell se hubiese evitado mostrando más solidaridad y complicidad cuando se constituyó Catalunya Sí que es Pot, en lugar del desprecio, la superioridad y el flirteo con otros partidos que nunca te han apoyado también es cierto. (Referencia al hecho de que los comunes se mantuvieron a una ostensible distancia de aquel grupo parlamentario durante los momentos más duros del “procés”, cultivando una calculada ambigüedad hacia el independentismo). O con unos cafés y unas llamadas después de aquello, un acto compartido, pues también”.

Excusatio non petita… Aunque, en realidad, se trata de una cabriola discursiva para poder pronunciar contra mí una severa condena moral. “Eso no justifica su decisión, sino que pone en valor a quienes no lo han hecho a pesar del maltrato. E invita a reflexionar sobre la prepotencia y el trato a las personas. Porque, al final, la política va de personas, con sus grandezas y miserias”. Léase la grandeza del comentarista… y la miseria de mi humilde persona. Así pues, el despecho me habría arrastrado hacia el lado oscuro de la fuerza, encarnado por la socialdemocracia. Un descenso al abismo de la condición humana que un café y una oportuna palmada en la espalda quizá hubiesen podido ahorrarme. Sinceramente, no perdería el tiempo con esas digresiones, si no fuera porque ilustran perfectamente la dolencia de la izquierda a la que me refería.

Como cualquiera, soy sensible a caricias y arrumacos. Pero nunca, en décadas de militancia, he tomado una decisión política por razones sentimentales, afectos o afinidades. Sergio de Maya, como todos los dirigentes de los comunes, conocen mi blog, cuyos artículos reciben puntualmente desde hace años. No ignoran las críticas y desavenencias que he expresado y razonado hacia toda una serie de opciones políticas e ideológicas que, a mi entender, debilitaban a una izquierda alternativa cuya existencia y papel siguen pareciéndome vitales. No ignoran mis reproches hacia la actitud ambivalente respecto al independentismo, ni mi insistencia sobre la necesidad de abrazar decididamente una orientación federalista. Ni tampoco la inquietud con la que he constatado la penetración en ese espacio de las ideologías descompuestas de la posmodernidad, como es el caso del transgenerismo y la doctrina queer. Todo eso es de dominio público. Tal vez no lo sea tanto que no es la primera vez que los compañeros del PSC de Barcelona me honran, proponiéndome acompañarlos como independiente en una candidatura municipal. Ya fue el caso en 2019. En aquella ocasión decliné el ofrecimiento por una razón política en la que, finalmente, todos convinimos: previsiblemente, el escenario postelectoral iba a requerir un acuerdo entre las izquierdas para conservar la alcaldía. Y, para alcanzarlo, habría que recomponer una confianza maltrecha tras la expulsión de los socialistas del anterior gobierno municipal, cuando Ada Colau cedió a la presión ambiental del independentismo. 2017 todavía estaba demasiado cerca. Mi nombre en la lista del PSC, lejos de contribuir a un acercamiento, sólo hubiese podido encrespar los ánimos. El mal humor con el que algunos viejos compañeros han reaccionado – ¡cuatro años más tarde! – me convence de que aquella prevención, sustentada en un razonamiento político y no en los sentimientos que pudiera albergar, fue sensata.

Del mismo modo, esa reacción me conforta hoy en el compromiso que acabo de adoptar con Jaume Collboni. Como he tenido ocasión de decir estos días, me reconozco en una tradición de la izquierda marxista que gusta llamar a las cosas por su nombre. La propuesta del PSC es la de una izquierda reformista, que trata de responder al nuevo escenario en el que se adentrará la ciudad. Y lo hace con una actualización de los rasgos que han caracterizado tradicionalmente a la socialdemocracia. Es decir, promoviendo una reactivación económica – en el marco de las exigencias medioambientales dictadas por la emergencia climática – y reforzando las políticas redistributivas de un nuevo pacto social. En términos de clase, se trata de una alianza entre los barrios obreros y las clases medias del centro de la ciudad. Hoy por hoy, es el proyecto del PSC el que mejor encarna esa alianza, el que está en mejores condiciones para tejer complicidades con los ayuntamientos progresistas de la región metropolitana, haciendo que la capital “aterrice” en el gobierno de las cosas y contribuya a serenar la vida política catalana tras una década de agitación, agotadora y estéril. Y esa posibilidad tiene mucho que ver con el alejamiento que representa la apuesta de Jaume Collboni respecto a esa manera de hacer las cosas, reductora y confrontativa, a la que antes me refería. La izquierda alternativa, que tiene toda su razón de ser en el tablero político, sigue presa de una pulsión populista – y falsamente moralizadora – que no le permite federar las voluntades necesarias para liderar la ciudad. Esa es mi opinión. Acertada o errónea. Pero que no tiene que ver con ningún estado anímico.

No es buena cosa que en lugar de promover un partido democrático se apueste por un agrupamiento sentimental. Los sentimientos son cambiantes y muchas veces tiránicos. Eso lleva – valga este caso como ejemplo – a sustituir un fecundo debate político por una descalificación personal. Pero, bueno, tampoco se trata de tomárselo a la tremenda. Si las cosas van como cabe esperar, dentro de unos meses estaremos discutiendo el despliegue de un nuevo Plan de Barrios en las zonas de la ciudad que más necesitan percibir la ambición social de un gobierno progresista. Y lo haremos sobre el terreno, diseñando y realizando sus programas con las entidades, asociaciones vecinales y personas comprometidas con el futuro de esos barrios. El movimiento se demuestra andando. La moral y los valores solidarios que surjan de esos intercambios y de ese compromiso transformador serán más sólidos que algunas azarosas incursiones en los dominios del alma humana, practicadas desde un perfil de twitter.

Lluís Rabell

8/02/2023

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