
Inspirada alusión a la economía la del Premio Nobel Joseph Stiglitz, al referirse a ella como una “ciencia lúgubre”. Alguien dijo que los economistas son unos tipos muy serios que se pasan la mitad del tiempo anunciándonos lo que ocurrirá… y la otra mitad explicándonos – con el mismo aplomo – por qué no sucedió nada de lo previsto en sus anteriores proyecciones. Pero Stiglitz no pertenece a esa categoría de agoreros. Sus reflexiones acerca del momento que atraviesa la economía mundial merecen ser leídas con suma atención. En primer lugar, porque, huyendo de doctas predicciones, sitúa la incertidumbre en el horizonte de los próximos acontecimientos. Una incertidumbre derivada de factores que hoy escapan a nuestro control: la evolución de la pandemia a partir de su brusco rebrote en China y la guerra de Ucrania.
El futuro está en disputa. El curso de la historia se dirimirá en una sucesión de disyuntivas que no están resueltas de antemano. O bien… o bien… Un pronóstico riguroso es necesariamente alternativo. Estos días, propicios a los balances del año que dejamos atrás y al esbozo de perspectivas para 2023, proliferan los análisis de quienes creen saber cuáles serán los términos de un tratado de paz entre la Rusia de un inamovible Putin y Ucrania… o vaticinan, a pesar de los tropiezos de Xi Jinping, la serena quietud del pueblo chino, secularmente obediente. También se había repetido hasta la saciedad lo mismo acerca del alma rusa, moldeada por el knut y avezada a un resignado sufrimiento. Sin embargo, ni los zares, ni los popes, ni el mismísimo espíritu de Confucio pudieron impedir en su día cruentas guerras civiles y revoluciones. Nadie puede prever los ritmos ni las posibles derivadas de la contienda que asola las planicies del Este. ¿Alcanzará su onda expansiva unos Balcanes inestables, donde las heridas de los conflictos interétnicos sangran todavía? ¿Qué impactos tendrá la evolución del frente de batalla sobre el régimen autocrático del Kremlin, sobre el devenir de las democracias liberales y la construcción europea, sobre el curso de las materias primas a nivel planetario?
A diferencia de las teorías conspiratorias – que paralizan nuestra voluntad, pues no seríamos sino marionetas moviéndonos al albur de planes trazados desde oscuros despachos donde se ha decidido ya el destino de la civilización -, la lúcida consideración de la incertidumbre nos empuja a la acción consciente y organizada. Podemos tomar distintos caminos para afrontar los desafíos y despejar las brumas sobre el mañana. Stiglitz subraya que, frente a los problemas planteados, hay otra manera de hacer las cosas, alejada de la ortodoxia neoliberal. Una doctrina que, a pesar del certificado de fracaso extendido por sucesivas crisis financieras y sus dolorosos corolarios sociales, aún sigue dominando el pensamiento económico en Occidente. Las viejas recetas monetaristas practicadas por la Reserva Federal o el BCE, de persistir, no pueden sino agravar las cosas, provocando recesiones. La inflación actual tiene que ver con una restricción temporal de la oferta, los cálculos geopolíticos y la especulación practicada por grandes corporaciones. Terrible distorsión; acumulación de beneficios extraordinarios en un reducido polo, penurias crecientes para las familias trabajadoras y las empresas. Un caldo de cultivo ideal para la demagogia populista de la extrema derecha, que propugna un repliegue nacional y autoritario ante la desazón social.
La experiencia del Brexit demuestra, sin embargo, que en un mundo estrechamente interconectado la ensoñación de volver a un esplendoroso pasado imperial se convierte rápidamente en una pesadilla. Merced a gobiernos progresistas, algunos países – como España o Portugal – han dado pasos mucho más acertados, desplegando escudos sociales para proteger a las rentas más bajas, topando el precio del gas y buscando la concertación con el resto de Europa. Stiglitz dice que ése es sin duda el camino a seguir, pero insiste en que el esfuerzo debe situarse a nivel internacional: no sólo en el ámbito de las economías más avanzadas, europeas y americanas, sino con la mirada puesta en aquellos países que pueden verse precipitados a la quiebra por la política económica actual, consistente en contener la inflación en las metrópolis a costa de depreciar las monedas más débiles y desplazar la espiral de la carestía hacia las naciones menos desarrolladas y más endeudadas. La gestión poco solidaria de las vacunas, nos dice, ha ahondado el apartheid sanitario al que Occidente ha condenado a continentes enteros. No saldremos de ésta bajo la bandera de una desregulación de los mercados, ni aún menos remozando las relaciones neocoloniales.
La crítica del neoliberalismo lleva a Stiglitz a afirmar que la principal amenaza que se cierne sobre la economía mundial es de orden político. Lejos de ser una ciencia “neutra”, la economía está cargada de ideología. Lo que le confiere en muchas ocasiones un semblante “lúgubre”. Porque triste es el destino que las élites poseedoras – cuyos intereses y visión del mundo impregnan las escuelas en boga – deparan a las mayorías sociales. Pero, por eso mismo, la salida radica también, y más que nunca, en la política: en la que se exija y escoja desde la participación ciudadana, en la que se impulse desde los gobiernos democráticos, en la que busque la cooperación y la solidaridad, en la que embride la voracidad de los mercados… Sólo así podremos conjurar la amenaza de ese “fascismo del siglo XXI” cuya semilla perdura en el corazón de una doctrina que ensalza el dominio del más fuerte como la emanación del orden natural de las cosas. Poca ciencia hay en ello. Y ningún futuro para la civilización.
Lluís Rabell
1/01/2023
La mayor amenaza para la economía es política
Joseph Stiglitz
La economía ha sido alguna vez calificada como “una ciencia lúgubre”. El año 2023 acreditará sin duda esa definición. Henos aquí, en efecto, a la merced de dos cataclismos que escapan pura y simplemente a nuestro control.
En primer lugar, la pandemia debida al Covid-19 sigue amenazándonos a través de nuevas variantes, más letales, más contagiosas o más resistentes a las vacunas. La epidemia ha sido particularmente mal gestionada en China, principalmente porque el país ha fracasado a la hora de administrar a sus ciudadanos vacunas de ARNm (de fabricación occidental), más eficaces.
El segundo cataclismo es la guerra de agresión desencadenada por Rusia en Ucrania. Este conflicto no deja entrever ningún desenlace y representa un peligro de escalada con efectos aún mayores. En cualquier caso, cabe esperar nuevas perturbaciones en los precios de la energía y de los productos alimenticios. Y por si esos problemas no fuesen lo bastante serios, todo lleva a creer que la respuesta de los dirigentes políticos convertirá un contexto grave en una situación aún más catastrófica.
Por ejemplo, es posible que la Reserva Federal americana lleve demasiado lejos y demasiado deprisa la subida de los tipos de interés. La inflación actual es consecuencia ante todo de penurias en la oferta, que en algunos casos ya se hallan en vías de solución. Subir aún más los tipos de interés podría revelarse, por tanto, contraproducente. Esa actuación no produciría una mayor cantidad de alimentos, de petróleo o de gas. Pero tornaría más difícil movilizar inversiones susceptibles de contribuir precisamente a atenuar esas penurias de la oferta.
Las restricciones monetarias pueden llevar igualmente a una deceleración de la economía a nivel mundial. Algunos comentaristas, convencidos de que la lucha contra la inflación pasa por el dolor económico, esperan con los brazos abiertos la llegada de una recesión. Cuanto más rápida y violenta, mejor será – afirman -, sin imaginar siquiera que el remedio puede acabar siendo peor que la enfermedad.
Si un dólar fuerte atempera ciertamente la inflación en Estados Unidos, es porque eso debilita a las otras monedas y agrava la inflación en otras partes. Para atenuar los efectos de la cotización monetaria, los demás países, incluso los más frágiles, se ven obligados a incrementar a su vez los tipos de interés, lo que redunda en el debilitamiento de sus economías. La combinación de tipos de interés elevados, monedas depreciadas y deceleración mundial empuja ya a decenas de países al borde de la suspensión de pagos.
El aumento de los tipos de interés y de los precios de la energía llevará igualmente muchas empresas a la quiebra. Las sociedades y los hogares sufrirán el estrés que conlleva otra vuelta de tuerca en las condiciones financieras y el acceso al crédito. Como era de esperar, catorce años consecutivos con los tipos de interés a un nivel muy bajo han llevado al sobreendeudamiento de numerosos Estados, empresas y familias, generando una multitud de peligros invisibles – como puso de manifiesto, el pasado otoño, el casi hundimiento de los fondos de pensiones británicos. Las asimetrías entre los vencimientos y los tipos de interés constituyen la marca distintiva de economías poco reglamentadas, donde proliferan los instrumentos derivados opacos.
Agenda positiva
Esas dificultades económicas serán particularmente dolorosas para los países más vulnerables, lo que abonará el terreno a los demagogos populistas, determinados a sembrar las semillas de la amargura y el descontento. La mayor amenaza para el bienestar y para la economía mundial es hoy de orden político.
Más de la mitad de la población mundial vive actualmente bajo regímenes autoritarios. En el propio seno de los Estados Unidos, uno de los dos grandes partidos se ha convertido en una secta que profesa el culto a la personalidad de su jefe y rechaza la democracia de modo cada vez más ostensible. Su modus operandi consiste en atacar a la prensa, a la ciencia y a las instituciones de enseñanza superior, al tiempo que inyecta en la cultura tanta desinformación y falsedades como puede. Se acabó el tiempo del optimismo que prevalecía al final de la guerra fría, cuando Francis Fukuyama anunciaba “el fin de la historia”, entendiendo por tal la desaparición de cualquier adversario serio del modelo liberal democrático.
No obstante, todavía subsiste una agenda positiva, susceptible de impedir que nos hundamos en la regresión y la desesperanza. Pero, en numerosos países, la polarización y el impasse políticos alejan esa agenda de nuestro alcance. Si nuestros sistemas políticos funcionasen mejor, hubiésemos podido actuar con mayor celeridad para incrementar la producción y la oferta, atenuando así las presiones inflacionistas a las que se ven sometidas en estos momentos nuestras economías. Después de haber pedido durante medio siglo a los agricultores que no produjeran a la altura de la capacidad de sus explotaciones, Europa y Estados Unidos hubiesen podido incitarles a producir más.
Estados Unidos hubiese podido desarrollar soluciones, como las guarderías, a fin de que un mayor número de mujeres pudiese incorporarse al mundo del trabajo, reduciendo de este modo la pretendida escasez de mano de obra. Europa hubiese podido intervenir con mayor premura para reformar el mercado energético e impedir la explosión del precio de la electricidad.
Y todos los países del mundo hubiesen podido recaudar ingresos fiscales sobre los beneficios excepcionales obtenidos por las empresas, de tal manera que se incentivase la inversión al tiempo que se contenían los precios, utilizando esos recursos suplementarios para proteger a los más vulnerables y favorecer la resiliencia económica. En tanto que comunidad internacional, hubiésemos podido derogar los derechos de propiedad intelectual en todo lo concerniente al Covid-19, reduciendo la amplitud del apartheid en materia de vacunación – y el rencor que ha engendrado -, y atenuando asimismo el riesgo de ver aparecer nuevas mutaciones del virus.
Algunos países han dado algunos pasos en ese camino, y debemos estarles agradecidos por ello. Sin embargo, casi ochenta años después de la aparición de “La Ruta de la servidumbre”, de Friedrich von Hayek (1899-1992), aún vivimos con la herencia de las políticas extremistas que él, junto a Milton Friedman (1912-2006), anclaron en la corriente económica dominante. Esas ideas nos sitúan hoy en una trayectoria peligrosa: el camino hacia un fascismo versión siglo XXI.
Joseph Stiglitz, Premio Nobel de economía en 2001, es profesor en la Universidad de Columbia, en Nueva York.
(Artículo publicado en “Le Monde”, 31/12/2022. Traducción: Lluís Rabell)
En primer lugar, felicitaciones por su nueva incursión política de la mano del PSC para el ayuntamiento de Barcelona. Le deseo francamente el mejor de los éxitos en esta nueva andadura.
Me voy a permitir algunos comentarios sobre su post, sus reflexiones acerca del devenir de los tiempos recientes y algunos añadidos mas. Es normal que Stiglitz o Piketty se encuentren entre sus economistas de favor, ideológicamente hablando, nada que objetar, en tanto en cuanto son afines a las ideas que usted – honesta y transparentemente – expresa.
Sin embargo suele ser prudente pescar de tanto en tanto en otros caladeros ya que determinadas afirmaciones – en economía – suelen ser, cuando menos, debatibles. En este orden se encuentran varias de ellas, la primer referida a las viejas recentas de los bancos centrales. Podemos discutir que entendemos por viejas, pero sin duda alguna, podemos afirmar que algo mas de una decena de año no las hace viejas. En otras palabras, las “politicas no convencionales” de los respectivos Bancos Centrales, podemos decir que son relativamente recientes y se implementaron ampliamente a partir de la gran recesión de 2008. La siguiente cuestión es sobre el debatidismo tema de la inflación. La manida sugerencia de que la guerra en Ucrania o las cadenas de suminsitro está en el último sustrato de ésta, junto con el contubernio empresarial y geopolítico es, cuando menos, debatible. Sin embargo es políticamente mucho mas inconveniente en tanto que los Bancos Centrales no son sino parte de la estructura extendida de del aparato supraestatal y han financiado alegremente sus deudas a tipos cero o reales negativos. Seria conveniente mirarse los gráficos que corresponden a la masa monetaria en durante el último decenio (las respectivas Ms) para ver como el crecimiento de éstas puede ser una explicación bastante más plausibles que no puede (ni debe) ser ignorada. En otras palabras, imprimir dinero a mansalva Sr. Rabell, suele tener la mala, pésima costumbre de generar inflación. Sobre este particular, al mencionar los tipos de interés “elevados” conviene recordar donde estaban hace algunos años y donde estaban mucho, mucho antes. Llamar hoy a los tipos elevados es no apercibirse de que el acceso al dinero, al crédito, en nuestras geografías, era prácticametne gratis y esa extraordinaria anomalía a la que despreocupadamente nos habíamos acostumbrado era la que ahora estamos pagando con creces especialmente aquellos mas expuestos por bajos ingresos. Sin embargo, es posible que sobre estos argumentos sean inconvenientes y que sea mucho mas digerible atribuirlo a factores externos y/o negativos contra los que vertir nuestra frustración y malestar.
Un cordial saludo
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