
Gaslighting. En un reciente artículo publicado en “El País”, Moisés Naím rescataba este concepto, alertando de ciertas técnicas de manipulación de la opinión pública por parte de dirigentes aventureros o carentes de escrúpulos para “moldear lo que toda una sociedad cree”: “constantes mentiras, contradicciones, confusiones, escepticismo sobre la validez de verdades antes incuestionables, (…) ocultamiento de información…” “En los últimos años, hemos visto como, en muy diversos países, la opinión pública es influida por líderes y grupos que desdeñan datos, evidencias y hasta la lógica. Un dramático ejemplo de gaslighting es el Brexit”. Y, como bien recuerda el artículo, el ministro Michael Gove, ferviente promotor del abandono de la UE, respondía así a quienes advertían, detallados estudios en mano, acerca de las negativas consecuencias que, en todos los órdenes, iba a tener aquella decisión: “Creo que la gente en este país está harta de los expertos.”
En España también hemos tenido nuestros episodios de “luz de gas”. El más reciente se produjo el pasado lunes, 12 de diciembre, en la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados, donde se debatía la ponencia, finalmente adoptada, de la llamada “Ley Trans”. Por lo que se deduce, la comisión comparte la aversión populista hacia las voces expertas. A pesar de las múltiples implicaciones del proyecto y de su impacto social, a pesar de las objeciones formuladas por colectivos feministas, psicólogos, psiquiatras, profesionales de la salud y de la educación, juristas – advertencias basadas en los efectos palpables de las leyes autonómicas en vigor, así como en la experiencia de países de nuestro entorno que están reevaluando un camino emprendido antes que nosotros -… a pesar de todo ello, la mayoría de grupos parlamentarios desestimó cualquier comparecencia y prefirió apretar el acelerador legislativo. ¿Había urgencia? Sin duda. Pero no por las razones invocadas. No hay ninguna persona ni colectivo cuya seguridad, integridad o derechos estén desprotegidos o pendan de la aprobación de esta ley. No. La urgencia es política, y se refiere a la necesidad, por parte de la coalición gubernamental, de cerrar este conflictivo expediente a las puertas de un nuevo ciclo electoral. Aunque ello suponga un golpe tremendo al feminismo. Pero las prisas responden, sobre todo, a la necesidad de evitar que la sociedad tome conciencia de lo que se le viene encima. Gaslighting.
La secuencia de intervenciones en la comisión fue un ejemplo de manual de dicha técnica. Falsedades repetidas con aplomo (No hay tratado ni legislación internacional que ampare o exija la adopción de una disposición como ésta; al contrario, acuerdos suscritos por España, como el Convenio de Estambul, entran en flagrante contradicción con sus postulados. Ni tampoco hay señal de “derechos trans” en el listado de derechos humanos recogidos por Naciones Unidas). Confusiones deliberadas: entre la realidad biológica del sexo y la construcción cultural del género. Afirmaciones contrarias a cualquier evidencia: habría un sexo “sentido” – y verdadero – frente a otro, “asignado” arbitrariamente al nacer. Desprecio del conocimiento científico e incluso de la más elemental racionalidad. Pero, eso sí, sensiblería a raudales, victimismo y exaltación del individualismo. Y ahí radica sin duda la fuerza arrolladora con la que está irrumpiendo esa doctrina oscurantista en todos los ámbitos: desde la academia hasta el ordenamiento jurídico, pasando por nuestros sistemas de enseñanza y de salud. Ciertamente, existen grandes beneficiarios de un contagio social que convierte a millares de adolescentes en conejillos de indias de tratamientos experimentales y en farmacodependientes de por vida. El negocio de la “reasignación de sexo” crece exponencialmente. Pero el fenómeno al que asistimos no se explica por el poderío económico o la capacidad de incidencia de determinadas corporaciones en universidades y gobiernos.
La escritora feminista Laura Freixas trataba de explicárselo estos días considerando los cambios habidos en nuestras sociedades a lo largo de las últimas décadas: ha calado la idea, promovida por el neoliberalismo, de que “puedes ser lo que quieras”, así como una empatía meramente sentimental con las víctimas de toda discriminación, desprovista de análisis crítico sobre las raíces de la desigualdad… Y aún más de cualquier respuesta colectiva, deliberativa y organizada para acabar con la injusticia. Ser víctima – o sentirse tal – merece atención, pero no otorga la razón. En las sociedades postindustriales, atomizadas y estresadas, carentes de un esperanzador horizonte de progreso – esas “sociedades líquidas” de las que hablaba Zygmunt Bauman -, la emotividad desbordada, los temores difusos, el descrédito de la racionalidad, la búsqueda ansiosa de refugios cognitivos… hacen que los relatos mágicos y la ilusión de hallar soluciones individuales prendan como la chispa en un bosque reseco. Y permiten que pequeñas facciones, organizadas y con recursos, puedan promover sus relatos, colonizar las instituciones e incluso formatear grandes movimientos de masas.
La “Ley Trans” es todo lo que la crítica feminista ha dicho de ella: es un proyecto misógino y homófobo, amenaza los derechos adquiridos por las mujeres en el camino de la igualdad, así como la coeducación y la salud de menores y adolescentes. Pero también es una ley populista. Funciona, en última instancia, con resortes similares a los que movieron el Brexit o el “procés”, se inscribe en la misma lógica narrativa. Eso explica en gran medida la penetración de la extravagante doctrina queer en las filas de la izquierda alternativa y de los nacionalismos periféricos. La primera anda en busca de causas sustitutivas de una lucha por el socialismo en la que, en el fondo, ha dejado de creer. Los segundos expresan un deseo extemporáneo e impotente de soberanía en un mundo globalizado, donde el nacionalismo ha perdido el carácter relativamente progresista que revistió en el siglo XIX. Como coincidieron en señalar PNV y Bildu, “creemos en la autodeterminación nacional y defendemos la autodeterminación de género”. ¡Y con qué fiereza lo hicieron, junto a Unidas Podemos y a los nacionalistas catalanes! Incluso la tibia enmienda del PSOE, que pedía una autorización judicial para proceder al cambio registral de sexo de los menores de 16 años – y que, cuando menos, traslucía inquietud acerca del riesgo de que adolescentes, aún incapaces de discernir la trascendencia de sus decisiones, iniciaran sin ciertas garantías un proceso lleno de riesgos – fue considerada atentatoria contra ese sagrado derecho y rechazada por el “bloque de investidura”. Algún día se pedirán responsabilidades por la frivolidad de quienes, deseosos de abrazar “l’air du temps”, dejaron desprotegidos a los menores.
Aquí no pasará como en Bruselas. La Guardia Civil no detendrá a ningún cargo del Ministerio de Igualdad huyendo con una bolsa repleta de billetes. No se trata de corrupción, sino de descomposición ideológica y de indigencia política en las filas de la izquierda. Eso es lo verdaderamente dramático. En la Comisión de Igualdad pudo escucharse a Vox haciendo un corta y pega del discurso feminista. Y al PP denunciar con brío “el borrado de las mujeres”, defender sus conquistas igualitarias y criticar al ministerio por no escuchar a las entidades feministas críticas. ¿Puede imaginarse mayor escarnio para la izquierda? Las banderas que debieran ser las suyas en manos de la derecha y la extrema derecha, que son capaces de gobernar autonomías con legislaciones transgénero…. y recurrir ante el Tribunal Constitucional la ley del gobierno. Sin despeinarse. El PSOE, a pesar de la tradición y la tenacidad de las mujeres socialistas, llegó a la comisión con el estandarte feminista a media asta… y lo rindió del todo ante sus socios. Tal como salió del Consejo de ministros – acaso enmendada en el sentido de ahondar su carácter de mordaza contra quienes cuestionen el autodiagnóstico de los menores y su inducción a tratamientos hormonales y cirugías –, la ley irá al pleno del Congreso para su aprobación. Se consuma así un golpe que no pocas feministas están viviendo como una traición. Pero, por encima de todo, se trata de una derrota ideológica de la izquierda en algo tocante a su más profunda razón de ser.
Sus consecuencias todavía no aparecen en el radar de los gurús de la demoscopia. En las instancias dirigentes de la izquierda quizá se respire incluso con alivio: se cierra un engorroso expediente antes de la cita con las urnas de la próxima primavera. Habrá descontento y frustración entre las feministas, cierto. Pero, ya lo dijo Pablo Echenique: “el feminismo son los cuidados”. Las mujeres serán invitadas a cuidar también de sus partidos y a no volver sobre cuestiones ya zanjadas en un período crucial como el que se avecina. Responsabilidad y unidad. Hasta Yolanda Díaz se ha apresurado a felicitarse por la vía expedita a la “Ley Trans”. Sin embargo, no va a poder ser. Tarde y dolorosamente, la sociedad se percatará de los estragos provocados. Habrá escándalos médicos y dolor en muchas familias. Y lo que hoy se antoja un tema resuelto acabará estallándole a la izquierda en la cara. Más allá de los episodios de una crisis que puede darse hoy ya por anunciada, lo más inquietante es la fragilidad interna que todo esto pone de manifiesto. Incluso en los aciertos – y el gobierno de Pedro Sánchez los ha tenido sin duda -, todo es táctica, regate corto, intuición e inmediatez en las izquierdas. Sus cimientos ideológicos y su capacidad de encarar el nuevo estadio del capitalismo están tocados, su ambición transformadora mermada o ausente. El vacío empiezan a ocuparlo distopías. El feminismo, tanto en las filas de la izquierda, en el seno de la sociedad civil como en sus espacios autónomos, seguirá peleando. Pero la izquierda, la socialdemocracia y las corrientes críticas, tienen un enorme problema. Cuanto antes se asuma, mejor será. La izquierda ha hecho una “luz de gas” a la sociedad española. Aún no es consciente de que se está engañando a sí misma.
Lluís Rabell
14/12/2022
(Se puede seguir el debate íntegro habido en la Comisión de Igualdad en: https://youtu.be/09sBdyh_6dY)
Lluís Rabell, siempre extraordinario y clarificador.
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Excelente artículo!!!
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