El rincón de Yolanda

           “El 10% más rico posee tres cuartas partes de la riqueza mundial, mientras que la mitad más pobre de la humanidad sólo dispone del 2%. Esa diferencia se ha vuelto insostenible”. No es una publicación izquierdista quien hace tan severa afirmación, sino el rotativo francés “Le Monde” en su editorial del 8 de diciembre, comentando un reciente informe del World Inequality Lab sobre los desequilibrios socioeconómicos y medioambientales del planeta. La pandemia no ha hecho sino ahondar el abismo entre ricos y pobres. A lo largo de 2020, mientras la inmensa mayoría trataba de mantenerse a flote, las grandes fortunas han acrecentado sus beneficios en tres billones de euros, en gran medida merced al negocio inmobiliario y a la evolución de los mercados. La liquidez inyectada por los bancos centrales para evitar el colapso de la economía ha favorecido singularmente a ese club, tan exclusivo como poderoso.

           El recordatorio de esa lancinante realidad no puede ser más oportuno cuando la izquierda alternativa empieza a debatir acerca de sus nuevas configuraciones. Aún es pronto para emitir opiniones fundadas sobre el proyecto que trata de pergeñar Yolanda Díaz. Más allá de la referencia que representa el solvente desempeño de la ministra al frente de su departamento y del aprecio que le ha valido por parte de los sindicatos de clase, todo son tanteos, toma de contactos, exploración de posibles alianzas, declaraciones genéricas… Los contornos de una futura plataforma – o de un “frente amplio” – son todavía muy difusos, tanto en lo organizativo como por cuanto se refiere a su programa. Sin embargo, en boca de la ministra y de su entorno empiezan a repetirse algunas frases que, tras las experiencias de los últimos años, no sólo resultan poco novedosas, sino que chirrían al oído. La idea de querer dialogar con la ciudadanía, directamente, dejando aparte a los partidos, puede conectar ciertamente con l’air du temps: a lo largo de décadas de hegemonía neoliberal y desagregación de la sociedad civil, las formaciones políticas de la izquierda tradicional han perdido pié con su base trabajadora; la crisis de su militancia las ha reducido muchas veces a debilitadas estructuras que se aferran a las instituciones representativas para sobrevivir. Pero, más allá de los contactos directos, útiles para tomar el pulso de tal o cual sector en un momento dado, las mediaciones políticas organizadas siguen siendo imprescindibles para conectar con la realidad social e incidir sobre ella. Quienes han querido sustraerse a esa mediación, soñando con una suerte de comunión entre un liderazgo carismático y su pueblo, han acabado generando estructuras cortesanas ineficientes, oportunistas y menos democráticas que las viejas formaciones denostadas. A medio plazo, el populismo le sienta muy mal a la izquierda. Yolanda Díaz haría bien en guardarse de esa tentación, a la que podrían empujarle una súbita – y no siempre desinteresada – proyección mediática… así como la innegable dificultad que supone trenzar un proyecto con los mimbres de una izquierda alternativa repleta de egos y dirigentes aferrados a sus reinos de taifas.

           Pero más confusa aún resulta la reiterada pretensión de generar un proyecto transversal, que vaya más allá de la clásica división entre derecha e izquierda. “No me resigno a quedar encerrada en un rincón a la izquierda del PSOE”, dice Yolanda Díaz. ¿Un rincón? Si la ministra se refiere a que no quiere quedarse en la suma de los limitados contingentes de UP, IU, comunes, etc., sólo cabría aplaudir su ambición. Sin embargo, la expresión no es nada afortunada y puede llamar a engaño. El verdadero problema de la izquierda no consiste en la disputa de espacios y rincones, sino en el dramático debilitamiento de su vinculación orgánica con la clase obrera. Sobre ella debe apoyarse inequívoca y explícitamente un proyecto transformador. Alguien podría decir que, tratándose de quien hablamos, eso se le supone, como antes el valor en la mili. Pero las cosas no son ni mucho menos tan evidentes. Desde luego, un proyecto de horizonte socialista no se reduce a un programa corporativo del mundo del trabajo, sino que debe responder a la crisis civilizatoria a la que el capitalismo aboca a nuestras sociedades, esbozando la senda, los objetivos transitorios, que les permitan sobreponerse a la decadencia y alcanzar un nuevo estadio de progreso. No obstante, eso tiene poco que ver con las manidas tentativas de obviar los conflictos de clase, buscando una ilusoria centralidad… teñida con las aspiraciones y prejuicios de las clases medias – susceptibles de encolerizarse ante las sacudidas del capital financiero, pero incapaces de concebir una alternativa al sistema.

           Volvamos al editorial de “Le Monde”, porque, quizá sin pretender llegar a tanto, esboza algunas líneas fundamentales de lo que podría ser, para el próximo período, un programa de izquierdas con vocación de hegemonía social – es decir, alejado de los rincones que tanto disgustan a Yolanda Díaz“Los ganadores de la crisis deben contribuir mucho más para reparar los estragos de la pandemia, empezando por la deuda que ha generado. Eso supone la instauración de un impuesto progresivo sobre los grandes patrimonios y el incremento de la tributación efectiva de las rentas más elevadas. (…) La tasa mínima del 15% aplicable a las multinacionales constituye un paso en la buena dirección, pero subsisten demasiadas escapatorias fiscales para las corporaciones”. Aunque formulado en términos generales, ¿no debería ser ese acaso el espíritu de una urgente reforma tributaria en España, que situase nuestro esfuerzo fiscal en la media europea y pudiese encarar una adecuada financiación de autonomías y ayuntamientos, responsables de gestionar en primera línea los grandes servicios públicos? “La reducción de las desigualdades – recuerda igualmente “Le Monde” – no sólo depende de las políticas de redistribución, sino de un Estado del Bienestar capaz de financiar sistemas educativos y sanitarios punteros y accesibles a la mayoría”.  Para concluir sobre uno de los grandes retos de nuestro tiempo: la lucha contra el cambio climático. “Los hogares pudientes, los que más contaminan, deben contribuir mayormente a financiar la descarbonización. El movimiento de los “chalecos amarillos” puso de relieve que la pretensión de descargar la transición ecológica sobre las espaldas de quienes menos recursos tienen conlleva el riesgo de graves tensiones sociales”.

           Una izquierda combativa no debe temer tales tensiones, inscritas en la actual crisis de la globalización neoliberal. Pero sí debe imprimir un claro sesgo de clase a todas sus políticas, desde el modo en que aborda el desafío climático hasta la manera en que se enfrenta a las amenazas que pesan sobre la democracia política. Los movimientos de repliegue nacional e identitario, los populismos y el ascenso de la extrema derecha en Europa demuestran que lo que está en disputa es la organización y la dirección de las clases populares. La izquierda, tras haber suscitado innumerables decepciones en sus filas, tiende a rehuir esa batalla y busca un refugio electoral entre las capas profesionales superiores y más cultivadas. Eso ha sido cierto para la socialdemocracia, que ha sufrido graves descalabros en Francia y en Gran Bretaña. Pero también para las tendencias que pretenden situarse a su izquierda. El auge de los partidos verdes corresponde a ese desplazamiento hacia la pequeña burguesía y su manera de ver las cosas. Lo cierto, sin embargo, es que, confrontados a los dilemas del poder, los verdes son capaces de gobernar con una derecha que cierra a cal y canto las fronteras de Austria, pueden diluir sus pretensiones antimilitaristas en Alemania o abrazar aquí y allá corrientes de pensamiento e intereses propiciados por las élites. Sin ir más lejos, Yannick Jadot, candidato de Europa Ecología, a las próximas elecciones presidenciales francesas, declaraba hace unos días que, de llegar al Elíseo, derogaría la actual legislación abolicionista en materia de prostitución. Los viajes al supuesto centro suponen siempre un alejamiento respecto a quienes más sufren bajo el capitalismo.

           Y ahí está uno de los flancos más débiles del diseño de Yolanda Díaz: todas sus valedoras – Mònica OltraAda Colau, por no hablar de Irene Montero o Ione Belarra – están profundamente reñidas con la agenda feminista. La ideología transgenerista, que impulsan grandes corporaciones farmacéuticas y pone en cuestión los fundamentos de las conquistas igualitarias del feminismo, se ha convertido en su bandera. La prostitución, la pornografía, los vientres de alquiler, las leyes que pretenden desdibujar la opresión estructural de las mujeres en razón de su sexo biológico… no son debates colaterales. Bajo el capitalismo de nuestra época, se han convertido en terrenos de batalla constitutivos de la clase trabajadora como sujeto de emancipación social. Porque jamás podría ésta asumir tal papel, en las luchas más inmediatas como en una dimensión histórica, si no se enfrentase a las nuevas servidumbres que se ciernen sobre las mujeres. “A medida que el capitalismo se extiende más y penetra más profundamente en todos los aspectos de la vida social y del entorno natural – escribía, a modo de conclusión, la historiadora marxista Ellen Meiksins Wood en “El origen del capitalismo” -, sus contradicciones escapan cada vez más a nuestros intentos por controlarlas. Es evidente que la esperanza de lograr un capitalismo más humano, verdaderamente democrático y ecológicamente sostenible, es cada vez menos realista. Pero, si bien esa alternativa es inviable, siempre nos quedará la alternativa real del socialismo”. Esto no va de “rincones”. Hay que abrir el debate en torno a los objetivos de la izquierda alternativa; es decir, en torno a su reencuentro efectivo con los desposeídos, a su programa de acción, a la combinación de la crítica política de la socialdemocracia y la cooperación práctica con el reformismo en la mejora inmediata de las condiciones de vida… El trabajo que hay por delante es ingente. Mejor lo abordaremos cuanto antes huyamos de los tópicos y las frases estériles, rémora de una etapa de desconcierto de la izquierda.

Lluís Rabell         

10/12/2021  

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