El parto de los montes

A falta de conocer más detalles sobre el reparto de responsabilidades y áreas de poder, el diseño anunciado hoy del nuevo Govern, fruto de arduas negociaciones entre JxCat y ERC, podría causar cierta perplejidad. Alguien que no conociese los resultados de las elecciones del 14-F diría que las ganó la derecha nacionalista. En efecto: Junts obtiene el control de ámbitos tan relevantes como la vicepresidencia económica, la gestión de los fondos europeos, sanidad, justicia o exteriores. Es decir, los departamentos con mayor presupuesto, proyección social y recursos para tejer redes clientelares. ERC se queda fundamentalmente con educación, empresa, “feminismos” e interior – área sensible y problemática donde las haya. A ese resultado se llega tras dos investiduras fallidas de Pere Aragonés y meses de invectivas entre los dos socios. No es exagerado decir que se ha impuesto una vez más ese “gen convergente” al que tanto gusta referirse Enric Juliana. Los de Junqueras han vuelto a pasar bajo las horcas caudinas de sus detestados compañeros de viaje. La humillación es tanto más significativa cuanto que Junts no representa un bloque homogéneo y ha ido dando bandazos durante estos meses: ahí convive desde una poderosa nomenclatura, que temía por sus posiciones en la administración si las negociaciones fracasaban y se iba a elecciones, hasta sectores más radicalizados que acariciaban la ambición de derrotar a ERC en las urnas, devolviéndola así a su subalternidad “de toda la vida”… sin olvidar a la camarilla de Waterloo, preocupada por mantener su tutela sobre la acción del gobierno. No obstante, JxCat ha ganado manifiestamente el pulso en la recta final del forcejeo.


Se trata de un hecho llamativo, pero en modo alguno sorprendente. A pesar de haber realizado su tan anhelado sorpasso, ERC se ató de pies y manos antes de empezar a negociar nada. Es razonable leer los resultados de ERC como un espaldarazo al sesgo pragmático que fue adquiriendo su discurso y a su contribución a la gobernabilidad de España; es decir, al alejamiento – carente de un balance del “procés”, pero perceptible – de la política de confrontación institucional propugnada por los sectores más radicalizados del independentismo. Sin embargo, el diletantismo y el temor a ser estigmatizados como traidores a la causa pesaron más que cualquier otra consideración en el ánimo de los dirigentes republicanos. Como de costumbre. Con la aceptación de establecer un inaudito “cordón sanitario” en torno a la socialdemocracia, ERC se cerraba la posibilidad de explorar cualquier alternativa al margen del bloque independentista. Ni siquiera como un amago en las negociaciones. Así, en el momento más tenso de las mismas, Sergi Sabrià declaraba que “antes que llamar a la puerta del PSC, elecciones”. A partir de ahí – y con la incertidumbre acerca de la posible reacción de un electorado agotado, agobiado por las secuelas económicas y sociales de la pandemia -, JxCat tenía muchos números para imponerse en su particular guerra de nervios. Y así ha sido.


Trenzado con semejantes mimbres, no cabe augurar un futuro halagüeño al nuevo ejecutivo, ni a la devaluada presidencia de Pere Aragonés. El sesgo del gobierno lo inclina sin duda hacia la derecha neoliberal. Pero, el hecho de que las negociaciones hayan dejado para más adelante las cuestiones que más han tensado las relaciones entre ambos socios – la tutela del fantasmagórico Consell per la República y la unidad de acción de los grupos parlamentarios en el Congreso – representa una tremenda hipoteca para la legislatura. El discurso desestabilizador acerca del “embate democrático” contra el Estado sigue planeando sobre ella. El cansancio social es manifiesto. Pero la polarización nacionalista inducida en la ciudadanía a lo largo de estos años sigue ahí, latente. Falto de un objetivo realizable – ni la independencia, ni siquiera una simbólica amnistía o un referéndum se vislumbran en el horizonte de lo posible -, el independentismo, peleado consigo mismo, sólo puede mantenerse en el poder recomponiendo una y otra vez un relato estéril, divisivo de la sociedad. Un vacío de proyecto y un relato artificioso, puntuado de performances y sobresaltos, que no pueden sino ahondar en la decadencia del país. La repetición electoral hubiese sido sin duda muy desalentadora: nada anunciaba que fuese a producirse un cambio sustantivo en la actual distribución de fuerzas. Pero, de la reedición de una fórmula fracasada difícilmente puede esperarse otra cosa que un nuevo tropiezo. Lo que se ha evitado ahora quizá sea ineludible dentro de un año.


Otros actores políticos han contribuido a esta prolongación del marasmo. En primer lugar, la CUP. Empezó firmando un acuerdo con ERC que, junto a la poco creíble promesa de un giro social, fijaba un límite temporal a la negociación con el Estado y propugnaba un retorno a la confrontación institucional. Pero mucho más relevante ha sido su papel de mediación entre ERC y JxCat… Mediación que ha desembocado en el ventajoso acuerdo para la derecha nacionalista que hoy hemos conocido… y del que la CUP se felicita. Que nadie se preocupe: los votos de la CUP, necesarios para la investidura, costarán poco más que tener que escuchar un tedioso sermón izquierdista, declamado desde la tribuna del Parlament. Pero, aferrándose a una apuesta ilusa, los comunes han facilitado también este despropósito. La propuesta de un gobierno ERC- En Comú Podem – exhortando al PSC, ganador de las elecciones, a apoyarlo resignadamente – sólo ha servido para ocultar la disyuntiva política planteada a la sociedad catalana: seguir con la lógica del “procés”… o emprender un nuevo rumbo, basado en la reactivación y transformación de la economía, la cooperación, la mejora del autogobierno y la reconducción del conflicto político. Incapaz hoy por hoy de salir del perímetro independentista, ERC ha abusado de la bisoñez de los comunes. Al final, compuestos y sin novia. El problema es que no se trata sólo de eso. La fallida danza de apareamiento a la que se ha prestado ECP ha desdibujado y debilitado la alternativa de izquierdas al empantanamiento. Una nueva mayoría social progresista deberá sin duda arrastrar a una parte significativa de las clases medias que han sido seducidas por la ilusión de una independencia “al alcance de la mano”. Pero ese basculamiento, que significa necesariamente una sacudida en el actual bloque independentista, es inimaginable sin el esfuerzo conjugado de las izquierdas de acento social y cultura federalista. Dividir y neutralizar ese espacio, a base de milongas para unos y de anatemas contra otros, ha sido la política de ERC: ha sido su contribución a la reedición de un gobierno independentista… bajo la inevitable preeminencia de la derecha.


Urge aprender de estos errores. Porque vienen tiempos convulsos. Éste es un gobierno que corresponde mucho más a un pasado que se resiste a desaparecer que al futuro desafiante que se perfila ante nosotros. A penas remita la pandemia, los movimientos sociales volverán a la calle. Los sindicatos tendrán que alzar la voz en defensa de lo público, en nombre de la reindustrialización del país y de un nuevo paradigma socioeconómico y medioambiental. La alternativa liderada por las izquierdas volverá a estar a la orden del día antes de que el independentismo elabore otra “hoja de ruta”. Tras meses de esfuerzo, las montañas han alumbrado un ratoncillo, un hamster destinado a seguir haciendo girar su noria. Aprender, tejer alianzas, preparar el cambio. Si las izquierdas cumplen con su deber, esto no será más que un aplazamiento.


Lluís Rabell

17/05/2021

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