Dime con quién andas…

42717270014_b32e31f6bf_b

La aprobación de los presupuestos de la Generalitat – que todo el mundo reconoce obsoletos -, merced a la abstención de los comunes, ha desatado la discusión en sus filas. Nada es más urgente, ni tan saludable como ese debate. Lo que realmente se plantea es la orientación estratégica y la política de alianzas de esa izquierda en el próximo período. Los clásicos del marxismo nos enseñaron que “la estrategia vive a través de la táctica”; es decir, a través las decisiones más inmediatas. La crítica de los presupuestos, más allá de su relevancia en la política catalana, abre “el melón” de una necesaria reflexión colectiva acerca del horizonte – aún brumoso e incierto – hacia el que se mueve el espacio de la nueva izquierda. Y es que, como también es sabido, “la política siente horror del vacío”. El rumbo que un partido no define conscientemente, acaban imprimiéndoselo la fuerza de los acontecimientos o la presión de otros actores.

Algunos amigos han sostenido estos días que era necesario resignarse a unas cuentas poco exaltantes a fin de no desairar a ERC, dada la inestable mayoría parlamentaria sobre la que se sostiene el gobierno de izquierdas en Madrid. O incluso de cara a favorecer, en Catalunya como en la capital, futuros pactos de reconstrucción. Ciertamente, los votos de una parte del independentismo fueron decisivos para la investidura de Pedro Sánchez. Ahora, tanto la derecha española como el nacionalismo catalán más rancio, esperan que las enormes dificultades económicas y sociales que dejará el paso de la pandemia arruinen el crédito de la coalición progresista y determinen su caída. La relación de la izquierda con ERC se convierte, pues, en una cuestión de la mayor importancia. Pero no puede ser resuelta aplicando las reglas de la aritmética, sino recurriendo al algoritmo de la lucha de clases. E iluminando los movimientos del corto plazo con las luces largas de la perspectiva estratégica.

Cuando amaine la epidemia, el conflicto territorial seguirá ahí. Es imposible vaticinar hasta qué punto la opinión pública se habrá desplazado en tal o cual sentido, ni que correlación de fuerzas en el campo independentista alumbrarán los meses de confinamiento. Lo cierto es que la derecha nacionalista no ha dejado de sembrar semillas de odio, radicalizando la pugna con España. Si quiere dar una salida a la situación, la izquierda debe favorecer la separación de aguas en el independentismo. Hay que facilitar un acercamiento de ERC, en la medida que quiera sustraerse a la tutela post-convergente y se aleje de la dinámica de confrontación de Torra y Puigdemont. Pero eso no pasa tanto por una actitud indulgente ante las constantes bravuconadas de ERC – aunque sin duda harán falta dosis ingentes de paciencia -, como por el ofrecimiento de un compromiso honesto. Y ese compromiso sólo puede revestir, hoy por hoy, el carácter de una tregua. No sería posible desplegar un esfuerzo mancomunado de reconstrucción – ni lograr la solidaridad europea – en la atmósfera envenenada de un nuevo envite del “procés”. Será necesario levantar el obstáculo que supone el prolongado encarcelamiento de los dirigentes independentistas. No sólo hay margen para la mejora del autogobierno y su financiación, sino que los desafíos que se ciernen sobre el país exigen administraciones eficaces y bien dotadas a todos los niveles. Pero es imperativo aparcar durante el próximo período es cualquier idea de referéndum. Esa perspectiva sólo podría dividir a la sociedad catalana en términos de identidad, enfrentándola consigo misma cuando más necesaria será la cooperación entre sus distintos componentes. La izquierda alternativa debería ser tajante: no son tiempos de referéndums. 

Si no hay claridad y firmeza al respecto, ERC la arrastrará al marasmo de su propia impotencia y provocará la derrota de la izquierda en su conjunto. ERC es el partido por excelencia de la pequeña burguesía nacionalista. Sus dirigentes están embebidos de la psicología vacilante de los menestrales. Sueñan hacerse con el liderazgo nacional; pero se echan a temblar cuando resuena la voz de “los amos de toda la vida”. El concurso de las clases medias que, en buena medida, se reconocen electoralmente en ERC, resultará indispensable para tejer acuerdos de futuro – y, a fortiori, si se piensa en mayorías que sostengan un gobierno de progreso en la Generalitat. Pero eso sólo es imaginable bajo el influjo de un potente polo de izquierda social y federalista. Lo que urge en Catalunya es una alianza entre la socialdemocracia y la izquierda alternativa. Sólo esa fuerza coaligada podría hacer bascular la actual disposición de los actores políticos. No cabe esperar de los cuadros republicanos que encuentren en la tradición de su partido la inspiración, ni el coraje necesarios. Ni siquiera un hipotético “sorpasso” del mundo convergente les curaría de su miedo cerval a ser tildados de traidores a la causa nacional.

En el corazón de los equipos dirigentes de los comunes palpita una ilusión – no explicitada, pero perceptible a través de su línea de conducta: la ilusión de una alianza estratégica con ERC. Sí, el discurso oficial habla de rehacer un tripartito de izquierdas. Pero esa invocación no es más que una pista imaginaria, tendida con la esperanza de acabar aterrizando efectivamente… en un gobierno presidido por ERC. Es cierto que, bajo determinadas condiciones, con un pacto inequívocamente acotado a la mejora del autogobierno en el marco constitucional, sería imaginable que un partido de horizonte independentista formase parte de un ejecutivo dirigido por federalistas. No obstante, la situación inversa resulta impensable tras lo ocurrido en los últimos años. En el fondo, la ensoñación que pervive entre los comunes comportaría que el PSC aceptase sacrificarse “por la gobernabilidad de España”. Tú a Boston, yo a California. Que el PSOE gobierne en Madrid, ERC en Catalunya… y la izquierda alternativa en ambas capitales.

Es muy arriesgado sustituir la visión de los conflictos de clase, sobre los que se basa una política transformadora, por las intrigas palaciegas y la diplomacia secreta. Debilitada y dividida la izquierda por su renuncia a liderar el país, un gobierno bajo la férula de ERC – si esa azarosa hipótesis viese la luz algún día – no sería sino un artefacto nacionalista de dudosa sensibilidad social. Y, a poco que surgiese una ventana de oportunidad, más proclive a una nueva aventura secesionista que a apuntalar un gobierno de izquierdas en España. Si quiere jugar un papel favorable a las clases populares, la izquierda alternativa debe renunciar a “ampliar la base” de cualquier proyecto independentista como una fuerza subalterna. El embellecimiento de los presupuestos de la Generalitat a que asistimos la semana pasada debería servir de advertencia.

Lluís Rabell

27/04/2020    

Deixa un comentari

Fill in your details below or click an icon to log in:

WordPress.com Logo

Esteu comentant fent servir el compte WordPress.com. Log Out /  Canvia )

Facebook photo

Esteu comentant fent servir el compte Facebook. Log Out /  Canvia )

S'està connectant a %s