El esperado anuncio de la lista de Más País a las elecciones del 10-N por la provincia de Barcelona habrá servido, cuando menos, para despejar algunas incógnitas. Aunque, tal vez sin pretenderlo, pone de manifiesto también algunos de los problemas que aquejan a la izquierda. Después de semanas de rumores, queda claro que la corriente federalista de los “comunes” no está asociada en modo alguno al proyecto que impulsa Íñigo Errejón. De hecho, Errejón nunca tomó contacto con ninguno de nuestros referentes – aunque no hay que descartar que tal vez esperasen que alguno de nosotros llamase a Madrid: la “nueva política” ha alumbrado grandes egos. Pero, sobre todo, a pesar de sus discrepancias con significativas decisiones de Catalunya en Comú, los Comunes Federalistas ya habían manifestado que seguirían trabajando a favor de sus tesis a la interna de este espacio, sin cuestionar su unidad. Hay en esa corriente cuadros con suficiente experiencia para saber que un proyecto transformador no se levanta de la noche a la mañana… y que la izquierda ha sido demasiado proclive a las rupturas. Está por ver si esa lealtad es apreciada y entendida como lo que representa: la expresión de una tradición militante heredada de las vivencias del movimiento obrero.
Justo en sus antípodas, Más País ha decidido concurrir con un cabeza de lista de perfil decididamente independentista – por no decir de la CUP – y manifiestamente promovido por el grupo de Joan Josep Nuet, alguien que actúa como un cuco de las izquierdas, colocando sus huevos en nidos ajenos. Por lo que respecta a Íñigo Errejón, estamos ante toda una declaración de intenciones acerca de su política en Catalunya que, de entrada, le sitúa en la órbita del “procés”… a la espera de ver cómo se desenvuelven sus candidatos durante la campaña. Quizás no sea exactamente lo que buscaba, pero es plenamente responsable de lo que se ha encontrado. El populismo le sienta mal a la izquierda. Las “máquinas de guerra electorales” y los “núcleos irradiadores” que pretenden aglutinar un proyecto por aluvión, sin debate estratégico, programa, principios, ni organización, se exponen a estas cosas. Los discípulos de Laclau adoran los “significantes vacíos” – Más País lo es en cierto modo. Pero la vida, al igual que la política, sienten horror del vacío. Y, antes de abrir la boca en Catalunya, Errejón se encuentra ya patrocinando la enésima candidatura soberanista que se presenta a estas elecciones. Buena suerte.
Decepción para algunos… y alivio y congratulación para otros. Unos sentimientos que, no obstante, convendría temperar. La opción de Errejón conforta sin duda al PSC, consciente de que, tras el fracaso de la investidura de Pedro Sánchez, de haberse configurado como una alternativa de izquierda verde y federalista, Más País no sólo hubiera disputado el voto de los “comunes”, sino también el de toda una franja de electores socialistas. El PSC puede sacar pecho, pues, como la única oferta progresista y no independentista en unas elecciones tremendamente polarizadas por la cuestión nacional.
Y es que la candidatura de Catalunya en Comú, a pesar de sus esfuerzos por presentar un perfil social y distanciarse de los discursos de confrontación, no deja de estar encabezada por un dirigente, Jaume Asens, estrechamente identificado también con el independentismo. El regocijo de los “comunes” ante la lista poco deslumbrante con que va a concurrir Más País en Barcelona no debería llevarles a engaño. En la izquierda tendemos a confundir los razonamientos de la franja más politizada con los impulsos que mueven a las bases sociales a la hora de votar. La competición por un mismo espacio entre candidaturas que penarán por diferenciarse entre si generará cualquier cosa menos entusiasmo. Y, si bien entre los sectores militantes la lista de Más País suscita perplejidad y desconfianza, no hay que subestimar la posibilidad de que Errejón atraiga a un determinado público – juvenil y de clase media – que se identifica con su imagen, ni que llegue a cabalgar parte del descontento por la repetición electoral.
En ese mismo orden de cosas, tampoco habría que confundir la paciencia bíblica de los sufridos cuadros federalistas con el eventual comportamiento de las bases sociales en el mundo del trabajo y en los barrios populares. Esas bases son mayoritariamente federalistas e incluso autonomistas. Y difícilmente encuentran a alguien que recoja ese sentir cuando miran a los dirigentes de Catalunya en Comú. En medio de las tensiones que suscitará la sentencia del Supremo, los discursos ambiguos acerca de los “presos políticos” – por no hablar del coqueteo con la idea de una “amnistía”, nueva bandera del independentismo – podrían tener un efecto desconcertante en ese electorado.
Nadie puede estar seguro de nada cuando las representaciones son tan poco exactas, cuando aparecen como una pirámide invertida de las sensibilidades sociales que pretenden encarnar. Por mucho que le gustase, el PSC no puede recoger todo el espectro de la izquierda federalista. Hay una franja de unos cuantos cientos de miles de personas – reconocibles en los barrios metropolitanos periféricos y entre la población más pobre – que demandan una expresión política propia, distinta de la socialdemocracia en la que perciben titubeos y renuncias ante los poderosos. Hay un espacio para la izquierda reformista y otro para la izquierda alternativa, con sus fronteras en disputa. El progreso social sólo es concebible desde una competición virtuosa entre las dos izquierdas, alternando la crítica y la confrontación de estrategias con la colaboración frente a las derechas, como las palas de una hélice. La fragmentación es un dato persistente que tiene que ver con la transformación de la clase trabajadora, el declive de las clases medias y la crisis de las instituciones representativas bajo el capitalismo global. Mas allá de éxitos esporádicos, no habrá ya hegemonías indiscutibles en la izquierda. Ninguna fracción podrá liderar en solitario mayorías de progreso.
Hoy, sin embargo, las mayores dificultades se concentran en las filas de la izquierda alternativa, que parece más cercana a una implosión que a una consolidación de su espacio y a una maduración de sus dirigentes. Los tiempos electorales son los que son. Habrá que acudir a las urnas para batir a las derechas con las opciones de que disponemos. “En tiempo de tribulación, no hacer mudanzas”. Eso mascullan, apretando los dientes, los Comunes Federalistas. Pero las dificultades y disfunciones con que Catalunya en Comú afronta estas elecciones muestran que hasta qué punto es ya impostergable un debate estratégico y una renovación de dirigentes, buscando una mayor concordancia con los anhelos de los hombres y mujeres que aspiramos a representar. No podemos seguir escogiendo indefinidamente entre susto o muerte.
Lluís Rabell
(10/10/2019)
Ilustración : El Jueves
Lluís, excel·lent article, com sempre analisi politica molt encertada. Recordo la conversa on varem convenir “En tiempo de tribulación, no hacer mudanzas” tot i que costi un veritable esforç. Salut!
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