Paisaje de desolación tras la investidura fallida de Pedro Sánchez. La izquierda se ha hecho daño a si misma, mucho daño. Y quizás haya malogrado una oportunidad que puede tardar mucho tiempo en volver a presentarse. ¿Hay posibilidades de restablecer puentes, de reanudar las conversaciones entre PSOE y UP de cara a otro intento de investidura? Sí, las hay. Sobre el papel. La realidad, sin embargo, puede resultar mucho más compleja. Para empezar, las duras controversias de estos días han abierto profundas heridas que no cicatrizarán fácilmente. Pero, además, el otoño se anuncia cargado de acontecimientos susceptibles de dibujar escenarios políticos endiablados. Un partido como ERC, por ejemplo, puede que entonces, bajo el crescendo emocional que se generará entorno a la sentencia del Tribunal Supremo, ya no esté en condiciones de abstenerse y facilitar una investidura de Sánchez. A su vez, factores de impredecible alcance – como la amenaza de un brexit caótico de la mano de Boris Johnson – pueden desencadenar un sentimiento de incertidumbre tal que el propio partido socialista contemple otro alineamiento de la opinión pública entorno a un eje que priorice la estabilidad, perdiendo interés por una alianza de izquierdas y dejándose tentar por la perspectiva de una nueva cita electoral. (Unas elecciones de pronóstico absolutamente azaroso, que podrían redundar en una erosión del bloque de izquierdas – más allá de que el PSOE pudiese mejorar sus resultados – y una recuperación, bajo un formato u otro, de las derechas). Sí, puede que tengamos que lamentar amargamente la ocasión perdida de tener un gobierno progresista en España.
La discusión sobre el grado de culpabilidad de cada cual no es demasiado útil en estos momentos. Es evidente que las cosas se han hecho mal. El PSOE tenía en mente la formación de un gobierno monocolor y una política de alianzas de geometría variable, aunque tuviese un socio preferente a su izquierda. Y, por su parte, UP consideró que su futuro como espacio político dependía de la proyección que le daría su presencia en el gobierno y, des el primer momento, apostó de modo obcecado por esa opción – hasta el punto de relegar cualquier debate programático y descartar otras variantes posibles, como las ensayadas en Portugal o Dinamarca. El desencuentro y las tensiones se han ido agravando de día en día, hasta llegar a estallar – hecho inédito – en los propios plenos de investidura, a través de los enfrentamientos dialécticos entre Sánchez e Iglesias, o a través de las aceradas réplicas de Adriana Lastra. Pero, a pesar del cúmulo de despropósitos y torpezas que unos y otras puedan achacarse, hay que decir que el miércoles por la noche el PSOE llegó a formular una última propuesta que ha sido, por parte de UP, un error monumental rechazar. La evolución del PSOE hasta la aceptación de un gobierno de coalición – muy alejado de su cultura – y cediendo, además áreas de la relevancia social de las ofertadas – sanidad, vivienda, igualdad… – ha sido muy llamativa. Sorprendente incluso para muchos observadores. Calificar esas áreas de “florero” resulta incomprensible.
Pero es que, incluso si se considerase una oferta insatisfactoria, la izquierda alternativa no podía frustrar la investidura y la formación de un gobierno de izquierdas. Hay un problema cultural de fondo en el espacio dominado por una “nueva política”… que reproduce algunos tics sectarios tristemente conocidos en la historia del movimiento obrero. Y es que una izquierda transformadora no es una representación corporativa de sus votantes, sino que debe defender el punto de vista del progreso y la emancipación de la clase trabajadora en su conjunto. No podemos considerar al PSOE como si sólo se tratara de un aparato político o de una maquinaria electoral: con los parámetros propios de la socialdemocracia, como referencia de una izquierda moderada y reformista, este partido sigue estructurando y organizando a una parte sustancial de nuestra clase. El espacio crítico que se sitúa a la izquierda del PSOE representa otra tradición – y a veces también una sociología específica. Pero, aunque las discrepancias entre una y otra izquierda sean legítimas, nunca hay que perder de vista que, de manera más o menos aproximada, ambas corrientes se sostienen sobre franjas de la misma base social popular. Desde luego, podemos considerarnos ofendidos y querer “castigar” a Pedro Sánchez. Si es así, más vale que lo hagamos de tal manera que no castiguemos en realidad a nuestra propia clase y frustremos sus anhelos. La izquierda alternativa tiene todo el derecho del mundo de enfadarse con los dirigentes socialistas. Pero no tiene derecho a “ajustar cuentas” con ellos de tal manera que la derecha recupere el poder. O arriesgándonos a que eso ocurra. Un gobierno de la izquierda conciliadora siempre es mejor para nuestra gente que el atropello de sus derechos por parte de la derecha y la extrema derecha. En circunstancias mucho más dramáticas que las actuales, hubo un tiempo en que la izquierda comunista se cegó hasta tal punto en su confrontación con la socialdemocracia… que acabó abriendo paso al fascismo.
¿Estamos a tiempo de recomponer todo lo que se ha roto? A ello habría que dedicar esfuerzos y voluntades. La coalición es una fórmula que puede resultar problemática; pero si es esa la que se quiere implementar, hágase bien. La última propuesta del PSOE puede ser un excelente punto de partida. Se trataría, más que de cargos y competencias, hablar seriamente del programa, de las iniciativas legislativas, de la hoja de ruta del gobierno. Lo más difícil será, sin embargo, restablecer unos niveles aceptables de confianza mutua. Pero la confianza no se decreta, se construye trabajosamente. Y, para ello, es necesario que la izquierda alternativa encaje algunos reproches formulados estos días que, nos guste o no, han dado en el blanco. No se puede pretender entrar al gobierno para “vigilar” al socio mayoritario, ni para constituir áreas donde se harían políticas propias, de “izquierda pata negra”. Las políticas lo son del conjunto del gobierno, se aprueban en su Consejo de Ministros y deben contar con el visto bueno del Presidente. Si no estamos dispuestos a asumir los rigores de la responsabilidad compartida y la disciplina gubernamental, mejor no meterse ahí.
Nadie ha confirmado – ni desmentido – la noticia, publicada por “La Vanguardia” (25/07/19), según la cual UP habría propuesto que Jaume Asens, compañero de convicciones independentistas, fuese nombrado ministro “como garantía de que nunca más se aplicaría el 155”. Esperemos que no sea más que una información distorsionada, surgida en el clima de excitación de estos días. Un gobierno de izquierdas, si llega a formarse, necesitará mantener la cabeza fría y la coherencia – y hablar con una sola voz – para afrontar el clímax emocional que puede desatar la sentencia y reconducir el conflicto a un terreno político. Desde luego, sería muy problemático que el gobierno español tuviese que recurrir de nuevo al citado artículo. Pero el 155 es una disposición plenamente constitucional – de aplicación acotada por la reciente sentencia del TC sobre los recursos presentados en su día por UP y el Parlament de Catalunya. Y tiene todo su sentido en un Estado compuesto como el nuestro. (Otra cosa es su déficit federal y la poco adecuada representación territorial del Senado, donde se dirimiría una eventual aplicación del 155). En cualquier caso, la formación de un gobierno no puede conllevar la renuncia a parte de la Constitución. Ni tampoco, por progresista y favorable al diálogo que sea un ejecutivo, puede renunciar de antemano a un recurso concebido para restablecer el ordenamiento democrático – en caso de ruptura grave del mismo por parte de una administración autonómica, como ya ocurrió hace un par de años.
Muchas cosas, muchas medidas sociales, medioambientales y de género, decisivas para las condiciones de vida de millones de personas, dependen de que acabe constituyéndose un gobierno progresista en España. La izquierda alternativa tiene la obligación de redoblar de responsabilidad para hacerlo posible. Y también para que ese gobierno sea estable y duradero. La coalición tiene sus servidumbres. Si no se esta en condiciones de asumirlas, mejor ensayar otra formula. Lo que nunca podemos hacer es envolvernos solemnemente en nuestra dignidad… y, por acción u omisión, poner el pie de la derecha en el estribo.
Lluís Rabell
(25/07/2019)
Ilustración: Brice Cossu et son Paradis Perdu
Lo más decepcionante, lo más triste, lo más sucio…..lo más todo , ha sido ver a unos cuantos de los dirigentes de la izquierda alternativa, ( no a la mayoria de ingenuos idealistas que creian en ellos), ver su ansia de poder económico, ni siquiera de poder politico, ni siquiera de sillones, sino de poder economico al más autentico estilo del IBEX, de la derechona, en plan listos, pensando que los demás son tontos, somos tontos. La izquierda no se merece ese tipo de dirigentes. ¡Que se vayan ya, antes de que los echemos, antes de que los echen!!!
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Buen análisis, ajustado y ponderado, hecho desde la visión de la izquierda transformadora. Sería bueno que lo hiciesen suyo, los que tienen la responsabilidad de revertir la situación de las negociacioones.
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Estoy muy de acuerdo contigo.
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Magnífico análisis, a ver si son capaces de entenderlo y cambiar de rumbo
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