Quedan pocos día para la fecha de la investidura y las negociaciones entre PSOE y UP están atascadas – si es que no han descarrilado ya de manera irremediable. Desde luego, se han infringido casi todas las normas que han de presidir unas conversaciones que se quiere llevar a buen puerto. Filtraciones, presiones mediáticas entre interlocutores, movimientos que generan suspicacia en lugar de propiciar un clima de confianza… Y tacticismo; mucho tacticismo y escasas miras estratégicas. De la negociación hemos pasado al pulso. Ya no se intercambian argumentos, sino reproches. Hay demasiada gente construyendo el relato de un fracaso anunciado, cuya responsabilidad correspondería, por supuesto, al “otro”. El “chicken game” acerca peligrosamente ambos contendientes al abismo de una repetición electoral – en que las derechas podrían dar la vuelta al escenario de abril. Poca broma.
Se ha perdido un tiempo precioso – con el viaje exploratorio al centro por parte del PSOE – y se ha puesto la carreta delante de los bueyes, discutiendo de la composición del gobierno antes de diseñar su programa. En política el orden de los factores sí altera el producto, y puede llegar incluso a echarlo a perder. En toda negociación resulta vital entender las razones y los márgenes en que se mueve la otra parte. Pedro Sánchez ha actuado movido por los condicionantes propios del PSOE y por los de la socialdemocracia europea. La coalición no forma parte de la cultura del socialismo español cuando se trata de tomar las riendas del Estado. Es evidente que las “querencias” del PSOE hacían que, de entrada, prefiriese un gobierno en solitario, sin demasiadas ataduras y con capacidad para practicar alianzas de geometría variable. Pero la búsqueda de la abstención del PP y, singularmente, de Ciudadanos responde sin duda a contingencias más complejas que la sospecha de un “viraje a la derecha”. Hay que mirar hacia Europa. Los avatares de la UE pesan más de lo que parece en esta investidura. Pedro Sánchez es ahora líder y “esperanza blanca” de una socialdemocracia europea que aún no ha encontrado el camino de su resurgimiento. Pero, además, ante la crisis del brexit y el ascenso de los movimientos populistas, el gobierno de España se siente llamado a formar parte de un eje capaz de vertebrar el continente y evitar la dislocación del proyecto europeo. Sin embargo, esa entente transversal que iría “desde Macron hasta Tsipras” es, de hecho, una alianza de sesgo liberal; una alianza comprensible, si se trata de preservar los valores fundacionales de la Unión, pero que comporta a su vez un subtexto económico. Mantenerse en ese eje, codeándose con los grandes de Europa, puede conllevar el sometimiento a una conocida y severa disciplina fiscal. La posibilidad de un ajuste de 8.000 millones de euros en nuestras cuentas está ya planteada en las altas instancias de la UE. Por otro lado, no hay que descartar a cierto plazo un nuevo ciclo de recesión de la economía mundial… que nos alcanzaría con las heridas aún sangrantes de la crisis anterior. ¿Con qué políticas se haría frente a ese escenario? ¿Hemos olvidado ya la reforma del artículo 135 de la CE?
Probablemente en todos esos factores se halla la explicación de los tanteos del PSOE durante las últimas semanas, incluido ese punto de distancia con que Sánchez, llamado a asumir un destacado papel en la arena política internacional, ha tratado el tema de su investidura. Pero, el PSOE se equivocaría gravemente si obviase la realidad nacional y sus propias exigencias: el escenario político se ha fragmentado y no habrá ya gobiernos sin trabajosos pactos. Por otro lado, ni en España ni en Europa la socialdemocracia podrá recuperarse si permanece en los márgenes de la ortodoxia liberal. Y menos aún ante las tormentas que se avecinan. No se trata de pedirle peras al olmo. Quizás no sea razonable esperar de un gobierno del PSOE más que un “socialismo de cabotaje”. Pero Sánchez no debería olvidar que los únicos puertos seguros están a babor. La ilusión de ocupar un centro amplio y estable – cuando urge recuperar derechos erosionados e implementar políticas distributivas y medioambientales que toparán con la resistencia de poderosas corporaciones – podría frustrar por muchos años la renovación de una izquierda moderada.
Ante tal situación, la izquierda alternativa tampoco ha jugado bien sus cartas. Focalizando la discusión en el tema de asunción de carteras ministeriales, UP ha perdido un tiempo precioso para abordar el debate sobre el programa, medir los márgenes de maniobra del PSOE y llevarlos tan lejos como fuese posible. En materia tributaria, donde urgen reformas que acerquen nuestros niveles de recaudación efectiva a la media europea; por cuanto respecta a las políticas de transición ecológica, al sistema de pensiones o a la necesidad de derogar las reformas laborales; sobre el papel que se quiere jugar en Europa en temas tan cruciales como la política migratoria y la acogida de refugiados. También en el ámbito de la crisis territorial, estableciendo cuando menos unas pautas para encauzarla por la vía del diálogo.
Todo ha sido forcejear en torno a la presencia en el gobierno. Mejor hubiese valido aparcar el tema y explorar a fondo las coincidencias programáticas. Estar o no en el gobierno no es una cuestión de principios. Ni tampoco de “justicia” en función de los resultados electorales. Tan legítimo es reivindicar un lugar en el consejo de ministros como objetar esa presencia. Se trata de una cuestión de conveniencia política. Y, aquí, una vez más, la insistencia de Pablo Iglesias tiene más que ver con un cálculo a corto plazo y de perímetro limitado – de hecho, se trataría de asentar su autoridad política y contener la dislocación del espacio – que con una visión estratégica. Porque no resulta en absoluto evidente que convenga a la izquierda alternativa formar parte de un gobierno del PSOE. Las formulas portuguesa o danesa serían más aconsejables: acuerdo programático con instrumentos de seguimiento… y apoyo al gobierno desde el Parlamento, con margen para el debate crítico.
No hay confianza personal entre Sánchez e Iglesias. Forzar las cosas en tales condiciones nunca podría funcionar. Un gobierno es un órgano ejecutivo por excelencia. Es lógico que el PSOE desconfíe de la capacidad de Podemos de respetar la disciplina cuando se produzcan episodios tensos como la sentencia del Supremo, cuando el lazo amarillo cuelga del Ayuntamiento de Barcelona o cuando Jaume Asens, desmintiendo lo dicho por Iglesias, enfatiza que ya se verá la respuesta de UP y que volverán a plantear un referéndum. Los episodios de Asturias y La Rioja no pueden por menos que aumentar la sensación de que no hay un piloto a bordo. El PSOE tiene sus propias razones para no querer la coalición y, en cualquier caso, para no querer ver a Iglesias en el consejo de ministros. ¿Andan perdidos en la Moncloa entre especulaciones sobre una nueva contienda electoral, la irrupción de Errejón u otras fantasías animadas? De ser así, la izquierda alternativa debería hacer acopio de coraje y mostrarse responsable por dos. Lo más inteligente sería cerrar el paso a la derecha, pactando una investidura tan comprometida socialmente como fuese posible… y conservando la libertad de palabra. Hay que resolver complejos debates estratégicos, y sería imposible hacerlo con el alma en vilo, siempre a las puertas de una crisis de gobierno. Mejor dejar una eventual coalición para más adelante, cuando cada cual se haya medido con los acontecimientos. ¿Demasiado tarde? ¿Hemos de ver voltear, angustiados, la moneda en el aire?
Lluís Rabell
(17/07/2019)
Muy bien, Luís, como siempre. A ver si te hacen caso y pactan de una vez. Y después, a sufrir, con estos aprendices de brujo.
Un abrazo,
Missatge de Lluís Rabell del dia dc., 17 de jul. 2019 a les 14:28:
> lluisrabell posted: ” Quedan pocos día para la fecha de la investidura y > las negociaciones entre PSOE y UP están atascadas – si es que no han > descarrilado ya de manera irremediable. Desde luego, se han infringido casi > todas las normas que han de presidir unas conversaciones ” >
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