Una de las imágenes del pleno de investidura del pasado sábado, en el Ayuntamiento de Barcelona, ha sido sin duda la de Manuel Valls, puesto en pie, aplaudiendo el discurso de Ada Colau, ante el gesto de manifiesta incomodidad de la alcaldesa. Una imagen profusamente difundida en las redes sociales por el independentismo, al grito de “¡vergüenza!”. Una imagen y una situación que no puede por menos que traer a la memoria lo sucedido el 7 de septiembre de 2017, cuando la intervención de Joan Coscubiela hizo prorrumpir en aplausos, junto a los socialistas, a las bancadas de PP y C’s. Para la mayoría independentista aquello era la prueba de nuestra connivencia con “los enemigos de Catalunya”. El dominio del marco mental “procesista”, estableciendo un signo de igualdad entre independencia y democracia, era tal que la propia dirección de los comunes, acomplejada, guardó silencio y se desentendió de nuestro vilipendiado grupo parlamentario… al tiempo que multiplicaba los gestos de complicidad con la convocatoria del 1-O.
Sin embargo… Coscubiela tuvo razón. Como la ha tenido Ada Colau accediendo a la alcaldía en las condiciones que lo ha hecho. Y como la ha tenido también Manuel Valls al posibilitar su investidura. Desde distintos espectros ideológicos, cada cual a su manera, han impartido sendas lecciones de política con mayúsculas. Algo que se ha vuelto tan necesario como el oxígeno en medio de una atmósfera emponzoñada por el fanatismo, la demagogia y las ensoñaciones románticas.
Coscubiela estuvo en su papel de diputado de izquierdas, formado en la escuela del sindicalismo de clase, cuando denunció la violación de los derechos de representación de la oposición. Que algunos de los partidos perjudicados se situasen a la derecha del arco parlamentario no modifica en modo alguno el fondo del problema. Los ataques contra la democracia política, como el perpetrado aquellos días por JxSí, amenazan siempre, en última instancia y más que a nadie, los derechos de aquellos que mayor necesidad tienen de amparo institucional en una sociedad desigual, de quienes mayores dificultades deben vencer para que se escuche su voz: la gente trabajadora y los colectivos más desfavorecidos. Es irrelevante de donde procedan los aplausos. En aquellas difíciles jornadas, no lo fue sin embargo para buena parte de nuestros amigos.
Esperemos que valeroso paso al frente de Ada Colau deje atrás, definitivamente, esa etapa de inmadurez y de ambivalencia acomplejada ante el discurso moral del independentismo. No ha sido sin duda una decisión fácil. Pero, al final, ha habido que rendirse ante la evidencia y tomar una decisión – aunque haya sido arrastrando los pies y casi pidiendo perdón. Por suerte los hechos cuentan más que los discursos. Un tripartito progresista era imposible en Barcelona. Y no por incompatibilidades en los programas electorales, ni tampoco por sectarismos partidistas. Lo era porque ERC está inmersa en una lucha a muerte por la hegemonía nacionalista y quería hacerse con el Ayuntamiento para ponerlo al servicio de su estrategia. No había más gobierno de izquierdas posible que uno de coalición con el PSC. Eso implicaba dar con la puerta en las narices a Maragall… y aceptar los votos de Manuel Valls. Es decir, recomponer la alianza con quienes fueron expulsados del gobierno municipal por apoyar el 155. Y, por si fuera poco, encajar los aplausos de quien, sin complejos y ante la presencia de Joaquim Forn, declara que “aquí no hay presos políticos, ni exiliados”. Adiós a la edad de la inocencia. Llega la hora de ejercer un auténtico liderazgo.
Hacer política es escoger. Manuel Valls lo ha hecho y ha obligado a todo el mundo a mover ficha. Ha hecho posible un gobierno de izquierdas porque se da, de manera circunstancial, una intersección entre la formación de ese gabinete y el objetivo fundamental con el que él mismo se había comprometido: cerrar el paso a un alcalde independentista. Valls inviste a Ada Colau… y se sitúa en la oposición. Y que se espabile Maragall: si, como dice, tiene un 80% de coincidencias programáticas con los comunes, no tendrá dificultad en entenderse con el nuevo gobierno acerca de los grandes temas de ciudad. Y si resulta que la coincidencia no es tan grande, siempre podrá hacer oposición uniendo sus votos… a los de Valls. Cada cual tendrá su opinión acerca de este hombre, pero es indudable que “la République” es una gran escuela de política.
Pero, en política también, cada decisión nos coloca ante nuevos dilemas. La bronca independentista de la Plaza de Sant Jaume representa algo más serio que un simple berrinche. Los comunes han ido más lejos de lo que deseaban. Pero el paso se ha dado y el espacio político ha empezado a despegarse del “procés”. El gobierno de la ciudad debería propiciar una ruptura definitiva de amarras. Y no porque los comunes deban caer en una dinámica de bloques, sino justamente por todo lo contrario: el “procés” constituye la máxima expresión de esa configuración que ha sumido al país en un pantano de impotencia. No habrá distensión si las prioridades sociales y medioambientales, las urgencias de la ciudad y su área metropolitana, no ocupan el centro de la agenda municipal. Que eso ocurriese sería decisivo para evitar que, el próximo otoño, el previsible impacto emocional de la sentencia del Supremo haga imparable otra escalada del conflicto. En ningún caso será fácil reconducir la tensión. Pero, desde luego, no habrá diálogo – ni, aún menos, soluciones – si se trata de “volver a hacerlo”.
Los comunes no jugarán ningún papel de mediación – quizás ni siquiera perduren como partido – si no son capaces de decir esas cosas y muchas más. La continuidad de Ada Colau al frente del consistorio es hoy una gran noticia. Supone, sobre todo, una ventana de oportunidad para la reorganización de una izquierda alternativa que aún no ha definido con claridad su horizonte estratégico – y que, tras severo un traspiés en los comicios locales, anda muy lejos de asentarse con firmeza en el territorio. Hay que aprovechar la ocasión haciendo política. Ni nueva, ni vieja. De la buena. Inteligente, audaz y responsable. Y, por encima de todo, fiel a nuestra gente. De izquierdas.
Lluís Rabell
(16/06/2019)
Collunut i clar!!!
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Totalmente de acuerdo, un buen artículo, con un buen diagnóstico, donde los Comunes, pero también ICV debe construir su propio pronóstico, ahí les va el futuro. Ser o no ser, o las contradicciones podrán con ellos.
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Excelente artículo, Sr. Rabell, enhorabuena. Se lo dice un comunista de los años de plomo, del 70 al 77, que no entiende como, desde la izquierda, se puede blanquear un movimiento muy similar al KKK. Nacionalismo e izquierda son como el aceite y el agua.
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