
Al lío otra vez. Aún no ha terminado el recuento de los votos emitidos el pasado domingo en los comicios locales y autonómicos… y ya enfilamos una nueva y decisiva cita con las urnas el próximo 23 de julio. Pedro Sánchez ha reaccionado con prontitud y audacia, convocando anticipadamente elecciones generales. Su lectura de lo acecido el 28-M es sin duda acertada. La “debacle socialista” que empezaban a proclamar PP y Vox, examinada de cerca, presenta muchos matices. Es cierto que, al pasar a la derecha comunidades autónomas tan importantes como Aragón, Valencia o Baleares, y ciudades emblemáticas como Sevilla, el poder territorial del PSOE queda muy mermado. Un escenario a priori propicio para el asalto de Feijoo a la Moncloa. Sin embargo, el diferencial de votos entre el PP y el PSOE no predetermina un triunfo conservador en julio. El voto socialista resiste mucho mejor de lo previsto e incluso registra éxitos notables, como el del PSC en Catalunya. No. El retroceso se debe sobre todo al desmoronamiento de la izquierda alternativa, que impide formar mayorías progresistas. La frivolidad de la izquierda abertzale en la composición de sus listas ha proporcionado también una oportuna munición a la derecha para su ensordecedora campaña mediática en torno a la resurrección de ETA. Pero, a pesar de todo, hay partido. Nada está zanjado de antemano. El gobierno de España podría permanecer en manos de la izquierda. Tras haber tomado la iniciativa con la disolución de las Cortes, todo dependerá de que sepamos plantear a la ciudadanía la disyuntiva que deberá dirimir con su voto.
La alternativa se sitúa fundamentalmente entre una propuesta socialdemócrata y una deriva populista regresiva. La primera, que lidera indiscutiblemente Pedro Sánchez, ha presentado ya credenciales solventes durante esta difícil legislatura, marcada por la pandemia y los impactos de la guerra en Ucrania. Las cifras macroeconómicas avalan la gestión del gobierno. Sus políticas redistributivas, la reforma laboral o el impulso de la concertación social han evitado desgarros como los vividos en la anterior crisis financiera. La voz de España ha pesado más que nunca en Europa, contribuyendo al sesgo federal de sus decisiones. La reversión del clima de crispación en que estaba sumida Catalunya ha sido posible gracias a medidas valientes, como el indulto concedido a los líderes del “procés”. No obstante, la izquierda no debería perder de vista lo incierto del momento que vivimos: contenidas, las desigualdades sociales, la merma del poder adquisitivo como consecuencia de la inflación, la dificultad de acceder a una vivienda digna… siguen haciendo mella en las clases populares. El desafío de los años venideros es el de una transición ecológica que, para salir adelante, necesita conjugarse con una voluntad reindustrializadora del país y con grandes dosis de justicia social. Lo que significará un esfuerzo tributario proporcional, al que se resisten las clases pudientes.
La opción populista de derechas, expresión de una oleada de fondo mundial, cabalga la desazón, la irritación y el temor al futuro de las clases medias, transformándolos en ira y adhesión a liderazgos teñidos de autoritarismo. Trump ha sido el primer exponente de ese movimiento, presente ya en toda Europa. En la vecina Italia, el gobierno de la ultraderechista Giorgia Meloni – mermando día tras día prestaciones sociales y derechos civiles, mientras imprime un sello de inhumanidad a su política migratoria – encarna su estrategia de erosión de la democracia, basada en movilizar la frustración y el resentimiento social contra los más débiles. La decisión de Pedro Sánchez pone el foco sobre los compromisos de Feijoo con Vox, cuyo concurso necesita el PP para hacerse con numerosas alcaldías y gobiernos autonómicos. Y esa decisión pone igualmente en discusión, en clave nacional, el insolente proyecto de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid. He aquí un modelo profundamente clasista y disgregador de España. Se trata de consolidar una urbe de rasgos más caraqueños que europeos, succionadora de recursos y energías de todo el país, diseñada a medida de los privilegiados que eluden impuestos y medran cerca del poder. ETA desapareció. Y el “procés” se estrelló contra la realidad, aunque todavía haya brasas consumiéndose bajo las cenizas de aquella aventura. Hoy, por paradójico que pueda parecer, el verdadero órdago territorial lo lanza Madrid: es el separatismo de los ricos. Por eso mismo necesita envolverse en la bandera de un nacionalismo centralista casposo, hostil a la diversidad de lenguas, culturas y arraigos que constituyen España. El populismo, en su vertiente social como en lo nacional, necesita polarizar, designar enemigos. Al contrario de la vía dialogante practicada por la izquierda, la derecha se crece con la perspectiva de volver a inflamar la cuestión catalana. O, cuando menos, utilizarla como un eficaz espantajo electoral… contando con que el independentismo, proclive al “cuanto peor, mejor”, se lo pondrá fácil.
Socialdemocracia o populismo de derechas – con Vox, como “octavo pasajero”, a bordo. Esa, y no otra, será la disyuntiva del 23-J. La constelación de formaciones que componen el espacio que se sitúa a la izquierda del PSOE debería tenerlo muy presente. Las disputas entre Sumar y Podemos han tenido un efecto desmovilizador sobre su electorado. Las banderas escogidas para marcar perfil frente al PSOE, muchas veces importadas de los campus liberales americanos, no podían por menos que causar perplejidad entre las familias trabajadoras. No es aceptable que las vicisitudes de este sector de la izquierda, cuya recomposición organizativa y estratégica es sin duda imprescindible, pase factura a la mayoría social, frustrando la posibilidad de revalidar un gobierno progresista. A ello debe contribuir toda la izquierda con responsabilidad y generosidad. ¡Ojalá la inteligencia política sepa declinar ese imperativo como convenga en cada momento y lugar!
Hacia la izquierda o a la derecha. El voto será de clase. Una elección local como la habida en Barcelona – y que merece un análisis pormenorizado – nos brinda una clara indicación al respecto. Los barrios de rentas más altas se han decantado masivamente por Trias. Quienes, aún en la efervescencia procesista, votaron por Manuel Valls, esta vez lo han hecho por… el candidato de Puigdemont, por encima de todo “uno di noi”. Los 20 barrios más humildes de la ciudad han dado la victoria al PSC. Pero lo han hecho sobre un fondo de amplia abstención, que indica que la desafección de la política se ha instalado en las franjas de la población más castigadas por las sucesivas crisis. La extrema derecha va en su busca para formatear con su discurso de odio ese desapego hacia la democracia. Vox ha irrumpido en el consistorio barcelonés. Por su parte, la izquierda representada por los comunes ha obtenido sus mejores resultados entre segmentos sociales más holgados y con estudios superiores. Durante la campaña, buena parte del debate sobre el futuro de la metrópoli fue absorbida por la controversia de las “superillas”: una discusión en el seno de las clases medias en torno al semblante y funcionalidad del centro de la ciudad. La derecha ha sido la gran beneficiaria de ello. En estos momentos, una formación como ERC se enfrenta al dilema de hacer alcalde al candidato de la derecha nacionalista o, por el contrario, facilitar la investidura del socialista Jaume Collboni. Las presiones se intensifican sobre este partido de antiguas y nuevas menestralías. La derecha independentista exige unidad nacionalista en los ayuntamientos e incluso una lista única en las generales. ¿Aguantará ERC el tipo… o se someterá a la subalternidad a la que es conminada? La decisión está en sus manos. Pero, tanto ERC – confrontada hoy a una enorme responsabilidad – como el conjunto de la izquierda, deben ser conscientes del contenido de clase de sus decisiones, más allá del relato con el que las envuelvan. El 28-M se votó en términos de clase. Así se votará el 23-J. Y, antes, decantándose hacia los intereses de una u otra clase, se despejará la incógnita sobre la alcaldía de Barcelona.
Lluís Rabell
31/05/2023
Muy acertado
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