
Tiempo. Es lo que, razonablemente, se le puede pedir a Yolanda Díaz. Tiempo – y condiciones mínimamente favorables – para recomponer política, ideológica y organizativamente el espacio de la izquierda alternativa. Para ello, es necesario armar un artefacto electoral capaz de movilizar a sus bases sociales – el arranque del “proceso de escucha” en Madrid demostró que, cuando menos, la militancia sigue ahí -, de tal modo que las fuerzas progresistas sumen y puedan seguir gobernando tras los próximos comicios generales. La idea puede formularse en términos más floridos, pero se trata de eso. Un triunfo de la derecha, que hoy auguran las encuestas, lo haría todo mucho más difícil e improbable.
Confieso mi poco entusiasmo por los “dafo”, esos sistemas de evaluación de riesgos y oportunidades que una generación universitaria transportó desde el mundo empresarial al ámbito de la política y los movimientos sociales. Enganchar papelitos de colores en un tablón de anuncios siempre me ha parecido un método infantil. Tanto más cuanto que la elasticidad en la apreciación de las “amenazas” y las “fortalezas” permite hacerse trampas al solitario. Aplicar esa discutible metodología a Sumar sería, además, azaroso: estamos ante los primeros pasos de un proyecto de contornos todavía imprecisos. Sin embargo, ya podemos entrever algunos anclajes… e intuir las ventiscas que se abatirán sobre él.
Si cabe hablar de una “fortaleza”, ésa es sin duda el vínculo que se quiere establecer con el mundo del trabajo. En la presentación del día 8, en Madrid, tomaron la palabra riders, migrantes, trabajadoras de la salud y los cuidados… Son los rostros de esa clase obrera mestiza, precaria y fragmentada, que ha configurado el capitalismo de nuestro tiempo. La trayectoria y el desempeño de la propia Yolanda Díaz la sitúan en la órbita del sindicalismo de clase. El arraigo y la identificación son mucho más claros que los que exhibieron en su día Podemos y buena parte de las “confluencias”. Ese rasgo confiere cierta solidez al proyecto. Pero, a cierto plazo, se revelará insuficiente. Los sindicatos no son una herramienta de gobierno. Una propuesta política puede tomar impulso sobre ellos, pero no ceñirse a sus planteamientos. Yolanda Díaz, consciente de ello, habló de la defensa del Estado del Bienestar, del establecimiento de un nuevo “contrato social”, de una reforma tributaria progresiva… Más allá del lenguaje, actual y empático, algunos han reconocido en ese discurso un nexo con la tradición eurocomunista. También podría entenderse como el esbozo de un nuevo laborismo. ¿Bastará con eso para cubrir una primera etapa, ordenar el diálogo con la sociedad civil y desembocar en una propuesta electoral atractiva? El giro a la izquierda de Pedro Sánchez durante el debate sobre el Estado de la Nación, no por reclamado, ha dejado en cierto modo descolocada a UP. Ese espacio es muy dado a oscilar entre los debates esencialistas acerca de “la verdadera izquierda” y el rechazo intermitente de esa terminología en nombre de una mayor “transversalidad”. Cuesta entender la versatilidad de la socialdemocracia, capaz de recoger el eco de sus propios orígenes y, en un momento difícil, dirigirse a los de abajo con el lenguaje de la justicia redistributiva.
Estamos lejos de aquella efervescencia social a cuyos lomos cabalgó Podemos. El cansancio y la incertidumbre que invaden el ánimo ciudadano favorecen los repliegues conservadores. La popularidad de la ministra de trabajo no se traduce en un arrebatador “efecto Yolanda”. Y el escenario que se perfila, con un invierno marcado por la guerra y una grave crisis económica, puede tornarse muy exigente, demandar concreciones sobre cuestiones que están muy lejos de haber madurado en esa constelación que se sitúa a la izquierda del PSOE: cuestiones acerca del militarismo – entre un pacifismo inoperante ante Putin y el puro seguidismo a una OTAN bajo hegemonía americana, habrá que encontrar un camino hacia la autonomía defensiva europea -, a propósito del modelo de Estado – la izquierda debería abrazar una perspectiva federal… en lugar de “confederar” a los independentismos de las clases medias periféricas. Y también por cuanto se refiere cuanto a la agenda feminista, que sigue considerándose un compromiso subsidiario… cuando no es substituida por los delirios individualistas de la posmodernidad. El choque del feminismo ilustrado y materialista con el transgenerismo condensa hoy una disputa crucial entre progreso y regresión civilizatoria. Yolanda Díaz cree que puede avanzar a favor del viento dominante. Pero ese viento viene cargado de miasmas, susceptibles de contaminar todos los ámbitos del pensamiento político.
Finalmente, es comprensible la opción de un “proceso de escucha de la ciudadanía”. Podemos, IU, Más país, Compromís, los comunes… no suscitan entusiasmo. Su vida orgánica, cuando la hubo, ha decaído. Esas formaciones se sostienen gracias a una presencia institucional de la dependen la mayoría de sus cuadros para sobrevivir. Yolanda Díaz intenta zafarse de ese lastre, generando un movimiento. Acaso no haya otro modo de salir del atolladero. Pero, dentro de unos meses, habrá que llegar a una propuesta electoral con cara y ojos, habrá que confeccionar listas y armar una campaña. El método de Sumar tiene un regusto de déjà vu populista, aunque sin el ímpetu de la indignación que conocimos en 2014 y 2015. Al final, se escuchará en función de lo que se quiera oír. Ese proceder quizá permita a la ministra asentar su liderazgo. Aunque tampoco es seguro. Los partidos del espacio alternativo, hoy obligados a contenerse, querrán justificar su existencia. Estos días, el escándalo de la conspiración policíaco-mediática contra Pablo Iglesias ha permitido a Podemos reivindicar su trayectoria. Veremos si es capaz de ceder protagonismo y facilitar la tarea a quien fue su “ungida”. ¡Ojalá se impongan la responsabilidad y la cordura! El desafío es enorme, incluso para sortear esta primera etapa. Las amenazas que pesan sobre las sociedades europeas, inquietantes. Las fortalezas del proyecto, muy relativas. Y su ventana de oportunidad, angosta. Sin embargo, hay que intentarlo. La “ilusión” y la “esperanza” que pretende concitar Sumar tal vez sirvan para levantar el ánimo militante. Pero no dejemos de mirar la realidad de frente, si queremos construir algo sólido.
Lluís Rabell
13/07/2022