Rebasar la democracia de los tres tercios

La primera vuelta de las elecciones legislativas francesas dibuja un escenario de gran inestabilidad política. Más del 52% de abstención… y la coalición del presidente Macron superada porcentualmente por la izquierda. La Nueva Unidad Popular Ecológica y Social, liderada por Jean-Luc Mélenchon, infringe una derrota política a Macron, que no tiene garantizada en la segunda vuelta la mayoría absoluta que perseguía. Pero, más allá del desenlace concreto de los comicios, importa entender las corrientes de fondo que determinan lo que sólo cabe caracterizar ya como una crisis de la democracia. A ello contribuye este artículo de Thomas Piketty, publicado en las páginas de “Le Monde”.

       ¿Es posible dejar atrás la democracia de los tres tercios y reconstruir una línea divisoria entre izquierda y derecha centrada en las cuestiones de la redistribución y de la desigualdad social, en Francia y más generalmente a escala europea e internacional? He aquí lo que se dirime centralmente en las elecciones legislativas que se están celebrando.

            Recordemos en primer lugar cuáles son los contornos de esa democracia en tres tercios, tal como se manifestó con ocasión de la primera vuelta de los comicios presidenciales. Si adicionamos los resultados obtenidos por los candidatos de los distintos partidos de izquierdas y de los ecologistas, obtenemos un 32% de sufragios a favor de este bloque, que podríamos calificar como social-planificador o social-ecológico. Reuniendo los votos logrados por Macron y Pécresse, obtenemos igualmente un 32% de apoyos al bloque liberal o de centro-derecha. Y llegamos exactamente al mismo porcentaje del 32% juntando a los tres candidatos del bloque nacionalista o de extrema derecha (Le Pen, Zemmour, Dupont-Aignan). Si repartiésemos entre esos tres bloques el 3% que alcanzó el candidato ruralista inclasificable (Lassalle), llegaríamos a componer tres tercios casi perfectamente iguales.

            Esa división se explica en parte por las especificidades del sistema electoral y de la historia política del país, pero sus substratos son más generales. Precisemos que esa democracia en tres tercios no significa en modo alguno el fin de los alineamientos políticos basados en la clase social y los intereses económicos divergentes. Muy al contrario. El bloque liberal obtiene con mucho sus mejores resultados entre los electores socialmente más favorecidos, sea cual sea el criterio que retengamos (rentas, patrimonio, diplomas), particularmente los de mayor edad. Si este “bloque burgués” consigue reagrupar una tercera parte de los sufragios, es debido en gran medida a la evolución de la participación, que a lo largo de las últimas décadas ha ido ampliándose entre la gente más acomodada y de mayor edad en relación al resto de la población, algo que no ocurría antes. De hecho, este bloque realiza la síntesis entre las élites económicas y patrimoniales – que tradicionalmente votaban por el centro-derecha – y las élites diplomadas que habían tomado en todas partes el control del centro-izquierda a partir de 1990, como lo demuestra la World Political Cleavages and Inequality Database. Si se diese una participación igual en todos los grupos sociodemográficos, este bloque apenas reagruparía una cuarta parte de los sufragios y no podría aspirar a gobernar en solitario. Al contrario, el bloque de izquierdas llegaría sobradamente en cabeza, pues obtiene mejores resultados en el seno de las clases populares y sobre todo entre los más jóvenes. El bloque nacionalista también progresaría, pero más ligeramente, dado que el perfil de sus votantes populares es más equilibrado entre las distintas franjas de edad.

La cuestión identitaria se ha impuesto

          En cierto modo, podríamos decir que esta división en tres bloques nos remite a las tres grandes familias ideológicas que han estructurado la vida política desde hace más de dos siglos: liberalismo, nacionalismo y socialismo. Desde la revolución industrial, el liberalismo se apoya en el mercado y en la desconexión de la economía respecto a lo social, seduciendo mayoritariamente a los ganadores del sistema. El nacionalismo responde a la crisis social que se deriva de ello mediante la reificación de la nación y de las solidaridades étnico-nacionales, mientras que el socialismo intenta – no sin dificultades – promover la emancipación universalista a través de la educación, el saber y el reparto del poder. De modo más general, sabemos desde siempre que el conflicto político es estructuralmente inestable y multidimensional (divisiones identitarias y religiosas, entre el mundo rural y las ciudades, divisiones de carácter socio-económico, etc.) y no puede reducirse a un eterno conflicto unidimensional entre derecha e izquierda, reproduciéndose de modo idéntico a lo largo del tiempo. Sin embargo, en numerosas configuraciones anteriormente observadas, o cuando menos en aquellas cuya memoria retenemos, la cuestión social se imponía y definía el eje principal del conflicto político, enfrentando a una izquierda social-internacionalista a una derecha liberal-conservadora.

            La novedad de la situación actual reside en el hecho de que la cuestión social ha perdido intensidad, en parte porque la izquierda en el poder ha edulcorado sus ambiciones transformadoras y con frecuencia se ha unido al liberalismo triunfante tras la caída del comunismo, de tal manera que la cuestión identitaria ha acabado imponiéndose. Lo que determina esa democracia partida en tres es, en primer lugar, que las clases populares están profundamente divididas en torno al tema de la inmigración y a la cuestión poscolonial: el electorado popular joven y urbano presenta una sociabilidad más mestiza y vota por el bloque de izquierdas; al contrario, el electorado popular menos joven y más rural se siente abandonado y se vuelve hacia el bloque nacionalista. El bloque burgués espera mantenerse perpetuamente en el poder gracias a esa división, pero esa apuesta es arriesgada y peligrosa, pues la retórica desplegada por el bloque nacionalista (y con frecuencia respaldada por el bloque burgués) no conduce a ninguna salida constructiva y no hace sino exacerbar conflictos insolubles. Contrariamente a lo que afirman los dos otros bloques, el bloque de izquierdas no ignora en absoluto la cuestión de la inseguridad: muy al contrario, es el más capaz de movilizar los recursos fiscales necesarios para reforzar la policía y la justicia.

            En cuanto a la acusación de comunitarismo, se trata de un reproche particularmente inepto. Si los jóvenes oriundos de la inmigración votan masivamente a favor del bloque de izquierdas se deba a que es el único que les defiende frente al ambiente racista y se toma en serio la cuestión de las discriminaciones. El retorno a un enfrentamiento centrado sobre la cuestión social constituye una necesidad, no porque el bloque popular deba tener siempre razón frente al bloque burgués (nunca resulta fácil fijar el nivel adecuado en la escala de la redistribución), sino porque los conflictos intermediados por la clase social brindan más materia de negociación y permiten que la democracia funcione. Esperemos que estas elecciones contribuyan a ello.

            Thomas Piketty

            (“Le Monde”, 12/13 de junio de 2022)Traducción: Lluís Rabell 

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