
En los tiempos que vivimos, el mayor elogio que puede hacerse de un libro consiste en decir de él que es útil. Pues bien, el trabajo que acaba de brindarnos Joan Coscubiela (“La pandemia del capitalismo”,Ed. Península) ciertamente lo es. Y en muchos aspectos. “Pertenezco a una generación – nos dice el autor – que luchó y conquistó la gran transformación democrática, económica y social de nuestro país (…) Aunque, desde hace años, vivimos con perplejidad y desconcierto las grandes disrupciones a las que estamos sometidos. Sobre todo, la ruptura del espejismo del progreso que, según nos explicaron y nos creímos, hace avanzar de manera determinista e inexorable a la humanidad, siempre hacia mejor”.
Efectivamente. Hace años quedó atrás la ensoñación de una globalización feliz. El nuevo siglo irrumpió con el estrépito de las torres gemelas derrumbándose en el corazón de Manhattan y el fragor de nuevas guerras en Oriente. Tras la gran recesión de la economía mundial que siguió al crac de 2008, apareció que la nueva generación, la mejor formada de toda nuestra historia, se vería abocada a vivir peor que sus padres. La impugnación del orden existente, formulada desde las plazas del 15-M, respondía a ese sentimiento. Hoy, los efectos económicos y sociales de la pandemia se hacen sentir cuando aún supuran las heridas de aquella crisis. Pero no se trata de una trágica e imprevisible coincidencia; no estamos ante una catástrofe natural, ajena a las relaciones económicas que rigen el mundo, a sus impactos medioambientales… en suma, ajena al desarrollo del capitalismo global. Al contrario. En primer lugar, estamos ante un fenómeno propiciado por ese desarrollo y su voracidad depredadora sobre los ecosistemas. Al mismo tiempo, por su alcance planetario, como un relámpago que nos despertase en mitad de la noche iluminando bruscamente el paisaje, la pandemia arroja una luz cruda sobre la realidad, sobre las contradicciones explosivas de la actual etapa histórica, sobre los límites de las soberanías nacionales, acerca de las tensiones geoestratégicas entre las grandes potencias… Pone de relieve los surcos de las profundas desigualdades sociales por los cuales fluye la epidemia; revela la crisis de las democracias liberales, la erosión de los sistemas de protección social levantados en etapas anteriores; permite entrever la amenaza inquietante de los movimientos nacionalistas y populistas…
En una palabra: la pandemia actúa como revelador y catalizador de procesos que ya estaban en marcha. Procesos de tal envergadura que configuran una verdadera crisis de civilización y sitúan a la humanidad ante una encrucijada histórica. “La hýbris de las tragedias clásicas de Esquilo o Sófocles, en su significado de ‘desmesura’, me parece la imagen más plástica para definir nuestra civilización. (…) El coronavirus nos ha venido a recordar que no somos dioses, aunque en ocasiones nos comportemos como si lo fuéramos”, dice Coscubiela. Desde luego, “no todo empezó con el coronavirus”. Tras la perplejidad y el desconcierto, surge la constatación de un modelo socioeconómico insostenible. La actividad humana ha precipitado un cambio climático a escala planetaria, cuyas consecuencias son ya perceptibles. Los más prodigiosos avances tecnológicos se combinan con las sistémicas pulsiones depredadoras del trabajo humano y los recursos naturales. Coscubiela subraya la importancia de la digitalización y el enorme potencial económico y de control social que la apropiación de nuestros datos proporciona a las grandes corporaciones. Lo que se ha dado en llamar “capitalismo de la vigilancia” no deja de ser una forma incruenta de acumulación por desposesión, que convive a nivel mundial con violentos “cercados” y con el diseño de nuevas servidumbres – uno de cuyos vectores principales lo constituye el sometimiento de las mujeres y la mercantilización extrema de sus cuerpos a través de la prostitución, la pornografía o los “vientres de alquiler”.
No pocas veces el autor se refiere a la aproximación histórica del maestro Josep Fontana, para quien el capitalismo no surgió de ninguna evolución natural, sino de una sangrienta lucha de clases en que los poseedores acabaron imponiéndose. “El desarrollo capitalista – escribía en “Capitalismo y Democracia” – se basó inicialmente en arrebatar la tierra y los recursos naturales a quienes los utilizaban comunalmente y en liquidar las reglamentaciones colectivas de los trabajadores de oficio. (…) Una de las más grandes mentiras de la historia oficial del capitalismo es aquella que le atribuye un papel central en la lucha por el abolicionismo, cuando la realidad es que el progreso de la industrialización habría sido imposible sin los esclavos.”
Joan Coscubiela analiza pormenorizadamente los rasgos de ese capitalismo globalizado del siglo XXI, que hoy ilumina el aparato eléctrico de la pandemia. De las entrañas del sistema han surgido enormes potencialidades, inusitadas “fuerzas productivas”, por emplear el lenguaje marxista clásico… al tiempo que terribles amenazas sobre la civilización. El propio Fontana dibujaba así los contornos del ciclo histórico en que nos encontramos: “El avance impetuoso del capitalismo, que el movimiento obrero logró frenar en las últimas décadas del siglo XIX, con la Comuna de París como espantajo, y que pareció detenerse entre 1917 y 1975, a consecuencia del temor que inspiraba la revolución soviética, ha vuelto a desatarse en las últimas décadas del siglo XX y prosigue en el siglo XXI, en una evolución que recuerda la que se produjo entre 1814 y 1848. (…) El ascenso de un capitalismo depredador prosigue imparable”.
Muchos son los aspectos que aborda “La pandemia del capitalismo”, tanto a nivel internacional como por cuanto se refiere a España y, muy especialmente, a la experiencia del “procés”. En efecto. La pandemia ha puesto de relieve la centralidad del trabajo – especialmente, de aquellos trabajos invisibles, mayoritariamente desempeñados por mujeres, cuya dignidad reivindica CCOO de cara al próximo 8 de marzo. Como ha destacado también la importancia de los bienes comunes y de lo público, el papel de la educación como “puerta de entrada al mundo de los derechos” o la importancia de los medios de comunicación, llamados a ser “garantía o carcoma de la democracia”. Pero quizás, por encima de todo, esta crisis nos enseña que las gobernanzas locales no pueden hacer frente por si solas a transformaciones, desafíos y riesgos de magnitudes globales. Frente a la competitividad del mercado, sacralizada por el neoliberalismo, surge la insoslayable necesidad de cooperación, de esfuerzo mancomunado. Los destellos de esperanza que hemos podido apreciar en este último año nos remiten a esa imprescindible colaboración entre instituciones y países: al “federalismo por necesidad” que han esbozado Estado y comunidades autónomas, a las inversiones conjuntas para acelerar la obtención de vacunas, a la respuesta mutualizada de la Unión Europea – tan distinta del devastador rigor fiscal con que Bruselas respondió a la crisis de 2008.
¿Qué camino seguiremos, pues? ¿El de la voracidad depredadora del tecno-capitalismo… o el de la racionalidad humanista? He aquí el gran dilema que plantea la reflexión de Joan Coscubiela. Hacerlo con la brillantez argumental que caracteriza este libro es, sin duda, meritorio. Aventurar pistas para salir del marasmo actual lo es aún más. No hay cartas de navegación disponibles. El autor duda de muchas cosas, busca inspiración en la tradición del sindicalismo de clase y en los debates de la Escuela del Trabajo que dirige, se apoya en las experiencias de la izquierda… (De Coscubiela podría decirse que nunca adhirió a CCOO: prácticamente, nació en ellas). Y se atreve a proponer lo que da en llamar “la utopía de un nuevo pacto civilizatorio”. Esa es la parte más fecunda, la de mayor utilidad de esta obra;la que propicia debates y nos obliga a reflexionar; la que no pretende resolver los problemas que corresponden a una ardua tarea colectiva, sino que nos confronta a ellos…
Si el autor me permite el atrevimiento, ese pacto se asemeja a lo que podríamos llamar una “globalización bajo gobernanza democrática”. Podría ser incluso el programa de una socialdemocracia consecuente del siglo XXI; un programa destinado a embridar el capitalismo, como lo fue durante las décadas de la posguerra, pero a una escala muy superior, bajo unas urgencias sociales y medioambientales absolutamente inéditas y cruciales en el devenir de la humanidad. Ese pacto civilizatorio pasa por la devolver al trabajo su función vertebradora de la sociedad, por atajar las desigualdades a todos los niveles, por reforzar el liderazgo de lo público y de los bienes comunes, por acotar la dictadura de los mercados y aumentar la capacidad redistributiva de los sistemas fiscales, por la construcción federal de ámbitos de gobernanza, empezando por el desarrollo de la UE en ese sentido… La mirada amplia de “La pandemia del capitalismo” produce cierto vértigo al mostrar la magnitud de la tarea.
Pero, ¿quién hará todo eso? Coscubiela nos lleva a interrogarnos sobre el sujeto de tales transformaciones, evocando la fuerza del movimiento feminista y lo crucial de la crítica ecológica. Habrá que responder a ese interrogante no sólo en la teoría, sino en la vida. Quizá los desafíos de nuestro tiempo nos lleven a recuperar el auténtico sentido de conceptos que los corifeos del “fin de la Historia” quisieron enterrar para siempre. Las gestas y logros del movimiento obrero en los siglos anteriores tal vez hicieron perder de vista que el proletariado mundial nunca se redujo a la clase trabajadora industrial – y aún menos a los obreros de las metrópolis occidentales. Luchando por la emancipación de las mujeres, el feminismo ha mostrado que la opresión patriarcal es funcional al capitalismo y a la reproducción de su dominación social. La crisis ecológica ha confirmado la tesis marxista sobre la explotación de la tierra con una rotundidad que su autor nunca hubiese podido imaginar. La trágica experiencia del “siglo de Octubre” nos dice que el horizonte socialista no es el de un Estado burocrático y autoritario, sino el de la socialización de la producción necesaria a la vida y el de la libre asociación ciudadana. La crisis del orden global nos aboca a décadas convulsas, a un período de intensas luchas de clases. La izquierda deberá “cambiar de caballo” mientras vadea el río desbocado de los acontecimientos, construyendo herramientas a la altura de los sueños que debe atreverse a acariciar. Joan Coscubiela nos invita a ello, y hay que agradecérselo.
Lluís Rabell
5/03/2021