La izquierda siempre llama dos veces

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El pasado sábado, 29 de febrero, se celebró la asamblea fundacional de Esquerra Unida de Catalunya, nuevo referente de Izquierda Unida en esta comunidad. Un reagrupamiento de hombres y mujeres de EUiA opuestos a la deriva de Joan Josep Nuet, hoy diputado de ERC. El nacimiento de EU Cat constituye un hecho político de la mayor importancia. Había mucha emoción entre los cientos de participantes en el encuentro de Cornellà: una militancia curtida en incontables batallas sociales y democráticas, estrechamente vinculada al movimiento obrero; también una franja joven, ilusionada… No ha sido fácil dar ese paso en una organización literalmente “secuestrada” por sus dirigentes. Se respiraba el anhelo de recuperar un marco de organización, debate y acción política independiente. Toda una tradición, que tiene aún mucho que decir y aportar, se resiste a ser sacrificada en el altar del oportunismo. Y quizás por eso, más allá de esa vertiente humana, la crisis de EUiA condensa algunos de los problemas clave del actual momento político en Catalunya, y plantea los dilemas a que se enfrenta la izquierda en su conjunto.

En realidad, la cuestión de fondo que se dirime es la de saber si la izquierda, esa izquierda de raíz popular y proyecto federal, se postula para liderar a la sociedad catalana ante los retos que debe afrontar, empezando por la propia crisis territorial… O si, por el contrario, consideramos que ese liderazgo correspondería de modo “natural” a una fuerza nacionalista – en cuyo caso la izquierda debería atenerse a un papel subalterno, contentándose como mucho con modular una gobernanza ajena. Hablamos de la estrategia y del programa de la izquierda, del horizonte en función del cual formará alianzas, reaccionará ante los acontecimientos y se moverá en el escenario que perfilen las próximas elecciones. Definir todo eso es complejo, requiere debatir mucho, tirar de experiencia, tomar el pulso de la gente, formar una inteligencia colectiva… La militancia que se agrupa en EU Cat sabe de la necesidad vital de una organización democrática, enraizada en territorios,  sindicatos y movimientos sociales, para construir conjuntamente una política transformadora y plasmarla en las instituciones y en la calle. Y, sin duda, han acentuado ese sentimiento las dificultades que aún tiene Catalunya en Comú – espacio de confluencia por el que apuesta firmemente EU Cat – para consolidarse como un marco político realmente participativo y decisorio, dejando atrás el insostenible funcionamiento basado en un reducido núcleo dirigente cuyas decisiones deben ser plebiscitadas a posteriori. El nacimiento de EU Cat plantea la urgencia de un debate estratégico al conjunto de la izquierda alternativa. No se puede seguir haciendo política a tientas.

Hace falta un programa que no se reduzca a un catálogo de buenas intenciones. EU Cat se ha comprometido a elaborar uno, de tal modo que sea formalmente adoptado dentro de unos meses, junto a unos Estatutos y la elección de una dirección, por una Asamblea Constituyente. Pero el conjunto de Catalunya en Comú tampoco debería postergar su reflexión de fondo a pesar de las urgencias electorales. Tras los acontecimientos de estos últimos años – la fuga hacia adelante independentista de 2017, la experiencia del Brexit o la misma configuración del actual gobierno de coalición entre el PSOE y UP -, la izquierda alternativa no puede seguir cultivando la ambigüedad en cuanto a su naturaleza y sus objetivos. La cuestión no es saber si en el seno de los comunes conviven distintas sensibilidades, sino cuál es el horizonte hacia el que se mueve este espacio político. La discusión acerca de la independencia ya no es algo abstracto. A través del procés, se ha configurado como el relato mágico al que se aferran unas clases medias desestabilizadas por el desorden global. El 7 de septiembre de 2017, el independentismo proyectó el objetivo de una República de rasgos autoritarios. Y no fue un error de diseño. En el actual contexto internacional, un pequeño Estado surgido de una secesión territorial no podría sobrevivir más que como un paraíso fiscal, sometido al capricho de los mercados financieros. Y se vería abocado a comprimir por la fuerza la conflictividad social y la pluralidad de una nación donde conviven diversas culturas e identidades – empezando por la misma identidad española.

En tales condiciones, la izquierda debe hacer una apuesta inequívocamente federalista. Por mucho que quepa como opción legítima en el ordenamiento democrático, la independencia no es un objetivo progresista. Y la “confederalidad” no es más que un independentismo avergonzado de su trasfondo nacionalista. La combinación de autogobierno y cooperación fraternal que define al federalismo es la única perspectiva que corresponde a los intereses de las clases trabajadoras y populares. Ya va siendo hora de decirlo claro. Del mismo modo que es necesario dejar atrás la idea de un referéndum para resolver el conflicto catalán. Un problema de tal complejidad sólo puede ser resuelto a través de la democracia deliberativa, mediante la negociación y el pacto. Planteada en términos binarios, conminando a la sociedad a zanjar aquello que la representación política no ha sabido articular, no sólo esa cuestión devendría irresoluble, sino que haría crónica la división del país y lo llevaría a la decadencia. ¿Debate teórico? En realidad, ese debate debería orientar las decisiones más inmediatas. En ausencia de tal reflexión, se tomarán de todos modos algunas – la política tiene horror del vacío – y puede que no sean las más deseables.

La necesidad de contar con los votos de ERC para sacar adelante los presupuestos estatales y el clima de enfrentamiento permanente que se vive en las filas del independentismo hacen que se acaricie la eventualidad de una nueva mayoría en Catalunya. Hay mucho de especulación ello. Las urnas aún no han hablado. La opción legitimista, como se ha visto en Perpiñán, sigue teniendo predicamento. Más allá de la influencia directa de Puigdemont, ello refleja una inclinación de las clases medias que conecta con la inestabilidad mundial y pesa decisivamente en el ánimo de los líderes de ERC. Aún en la hipótesis de que, tras los próximos comicios, ésta no renovase su alianza con JxCat, ponerse en manos de una dirección tan voluble – y abonada a las políticas económicas neoliberales – sería toda una aventura. Si se trata de propiciar una mayoría de progreso que arrastre a una parte del independentismo a un pacto leal de mejora del autogobierno, cerrando el paso a nuevas aventuras, la clave reside en fortalecer un polo social y federalista mediante una alianza entre la izquierda alternativa y la socialdemocracia. Sólo así será posible imprimir un cambio de rumbo a la sociedad catalana. Pero, a su vez, ese giro depende de la clarificación y el rearme del espacio que hoy representa Catalunya en comú. La contribución de Esquerra Unida podría ser, en ese sentido, valiosísima. La izquierda siempre llama dos veces. Que no se malogre la oportunidad.

Lluís Rabell

           4/03/2020

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