Clases y territorios

            Interesante y oportuna reflexión la que contiene el artículo, publicado hace unos días por el rotativo “Le Monde”, que se reproduce a continuación. En efecto. El ascenso del populismo de extrema derecha en toda Europa tiene mucho que ver con un discurso, tan falso como eficaz, que confronta la “autenticidad del país”, encarnada por una ruralidad sublimada, y una cohorte de paniaguados, inmigrantes y élites frívolas que poblaría las ciudades. Como bien señala Philippe Bernard, “La cuestión territorial enmascara la problemática social”. Las clases sociales quedan desdibujadas en un imaginario que permite a la extrema derecha erigirse en adalid de la gente más humilde – y, más allá, de todos los agraviados y resentidos -, señalando un chivo expiatorio concreto y vulnerable – los recién llegados –, al tiempo que se denuesta a unos “poderosos” siempre impersonales e inalcanzables.

            Por supuesto, la realidad española no es idéntica a la que se da en Francia, marcada por un singular desarrollo histórico y un poderoso legado colonialista que sigue reverberando en la política nacional. A pesar de todo, cuanto ocurre en el país vecino arroja una luz cruda sobre lo que acaece en España, sujeta a las mismas oleadas de fondo que sacuden a las naciones postindustriales de nuestro entorno. Concretamente, en Catalunya, la discusión resulta especialmente pertinente.

            El gobierno municipal socialista de Barcelona se apresta a iniciar la tercera edición de una política pública pionera, inspirada en la llamada “Ley de Barrios” del tripartito de izquierdas catalán, y que ha tenido continuidad y desarrollo merced a los ejecutivos progresistas de la ciudad condal: el “Plan de Barrios”. Se trata de una política pública de inversiones e intervenciones enérgicas – en el plano social como en urbanismo, equipamientos o rehabilitaciones – en aquellos barrios que concentran los mayores índices de vulnerabilidad, las rentas más bajas, las condiciones de habitabilidad más degradadas, etc. Y que acogen los mayores contingentes de población inmigrada. El nuevo gobierno de Salvador Illa, al frente de la Generalitat, se propone replicar esa política en el conjunto del territorio catalán. Y esa es una decisión de gran transcendencia. Para Barcelona, por supuesto: las problemáticas que afectan a sus barrios más pobres se corresponden con idénticas situaciones en los territorios colindantes del área metropolitana. No tendría sentido desarrollar una política destinada a combatir las desigualdades sociales… que generase desigualdades entre barrios vecinos.

            Pero el nuevo rumbo que pretende seguir la Generalitat adquiere toda su relevancia cuando observamos en qué comarcas y municipios del interior progresa la extrema derecha – comarcas y localidades que sufrieron en su día los efectos de la desindustrialización y que han recibido un notable aporte de las últimas oleadas migratorias. Es una “Catalunya interior” que mira con recelo a la capital y no se reconoce en su semblante cosmopolita y sospecha de la equidad de sus políticas redistributivas. El temor a un declive de las clases medias, que en un momento dado abrazaron la ilusión de una rápida independencia como vía de escape a su desazón, deriva en la afirmación de una identidad secular, supuestamente amenazada de extinción por los cambios demográficos en curso. Pero ni Barcelona es socialmente homogénea, ni esos territorios tampoco. Así pues, la política de los planes de barrio, desplegada en el conjunto de Catalunya, no sólo deberá reparar injusticias y desigualdades, sino propiciar en profundidad una cohesión efectiva del país. El proyecto federal de la izquierda se opone frontalmente a esa fractura artificial entre una “Catalunya catalana” y una suerte de sombra amenazadora para la nación, que tendría en la capital su principal residencia. La narrativa de la extrema derecha sólo puede ser desmontada con políticas sociales que articulen la solidaridad y forjen vínculos de ciudadanía. No bastará con cifras, datos y demostraciones académicas – por otra parte, absolutamente necesarios.

            En ese esfuerzo, que condensa la esencia de su proyecto transformador, se juega la izquierda su capacidad de liderazgo político.

            Lluís Rabell

            30/10/2024

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El miedo a las ciudades, carburante del RN

“¿Vive usted en París? Ay, la pobre, cómo lo siento por usted. ¡Qué peligro!” Acostumbrada a dialogar sobre el terreno en los entornos populares del Norte y del Pas-de-Calais, la geógrafa Béatrice Giblin conoce muy bien esas conversaciones en las que su interlocutor se apiada de ella por ser parisina, y donde se pone de manifiesto el temor a la gran inseguridad que, supuestamente, reinaría en la capital, “con todo lo que vemos en la tele”. Desde el Antiguo Régimen hasta el populismo poujadista y desde el siglo XIX hasta Vichy, París ha sido siempre representado como un lugar escalofriante, erizado de barricadas, donde se concentran las élites dominantes y las riquezas espoliadas a “las provincias”. A esa idea de una “ciudad de todos los peligros”, explica la directora de la revista Hérodote, se añade la de una urbe compleja que suscita malestar y donde resulta fácil perderse. Unas amenazas confusas a las que se sobreponen los clichés globalizadores acerca de los extrarradios y los inmigrantes, lugares comunes continuamente vehiculizados por determinados medios de comunicación.

              Reales o imaginarias, esas viejas líneas divisorias se hallan en el corazón de los actuales discursos de la extrema derecha y de su enraizamiento en las zonas rurales. A la supuesta “Francia auténtica”, la Francia rural, se opone a la vez la de los ilustrados improductivos y la de los “franceses de carnet de identidad” de los suburbios. Y esos suburbios, “¿qué más necesitan todavía?”, se indignaba el alcalde (Reagrupamiento Nacional, RN) de Perpiñán, Louis Aliot, tras los disturbios de 2023, consecutivos a la muerte de Nahel, abatido por un policía en Nanterre. “En esos barrios difíciles se invierte mucho más dinero que en nuestra regiones agrícolas”, añade Marine Le Pen, ignorando deliberadamente los estudios que ponen de relieve la infradotación presupuestaria que atenaza a los barrios populares. Y, a partir de ahí, opone “aquellos que lo revientan todo” a quienes “lo soportan todo sin quejarse”.

“Las zonas periurbanas no son un infierno”

              “El RN confronta bastante sistemáticamente tres espacios geográficos más o menos fantasiosos: la Francia rural y periurbana de los “olvidados”; el mundo de las grandes ciudades (…), supuestamente habitadas por gentes que gozan del favor del poder (…) y los territorios de “no Francia”; es decir, los barrios y suburbios de a periferia”, resume la semióloga Cécile Alduy, investigadora asociada a la facultad de Ciencias Políticas, en la revista Métropolitiques. Semejante representación trata de hacer desaparecer las divisiones sociales, imponiendo unas pautas de análisis fundamentadas en el origen de los habitantes de los distintos espacios populares.

              La cuestión “territorial” enmascara la problemática social. El éxito de los términos “ruralidad” y “territorios” (que han substituido a las “regiones”) conforta esa “sublimación de lo local” que Béatrice Giblin considera “extremadamente peligrosa, puesto que impide a los ciudadanos pensar la complejidad: la mitad de la población rural procede en realidad de las ciudades; no todas las zonas rurales están en declive; la mitad de los franceses vive en los barrios de la periferia y el ámbito periurbano tampoco es un infierno”.

              La reactivación de las viejas divisiones y el éxito de esa nueva gramática territorial entre los responsables políticos – basta con referirse a los “territorios” para afirmar la proximidad con el “verdadero” pueblo – han alimentado el “giro social” del RN, ese momento en que ha empezado a presentarse como el defensor de la gente humilde.

              De este modo, la extrema derecha ha sabido captar la tendencia de los medios populares rurales a considerar París como un espantajo, a definirse y a construir sus solidaridades por oposición a los ricachones de las ciudades y a los inmigrantes de los suburbios – a pesar de lo cerca de éstos que puedan hallarse por cuanto a su situación personal se refiere -, analiza el sociólogo Benoît Coquard, especialista en el estudio de las regiones agrarias en declive en el Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas, Alimentarias y Medioambientales (Inrae) y autor de “Los que quedan” (La Découverte, 2019). “La desindustrialización ha exacerbado un sentimiento de competición, en particular en lo concerniente al empleo”, explica. “La conciencia obrera de épocas anteriores ha sido reemplazada por el “nosotros primero”. Cada cual pretende pasar por delante de los demás, que son percibidos como privilegiados. Ese sentimiento de que “todas las ayudas van a parar a los otros”, vivido a nivel local e individual, el RN ha sabido transponerlo a escala nacional”, dirigiendo un dedo acusador hacia los “asistidos” y los inmigrantes.

              En tales circunstancias, el trabajo de la izquierda debería consistir en desmontar esas rivalidades ficticias y esas divisiones engañosas. Debería mostrar hasta qué punto los jóvenes de los medios populares rurales tienen las mismas preocupaciones que los jóvenes de los barrios pobres. Debería recordar la exigencia de seguridad que expresan también los habitantes de esos barrios, tanto si proceden de inmigración como si no.

              François Ruffin, en su libro “Mi Francia al completo, no a medias” (Les Liens qui libérent, 160 páginas, 12 euros), denuncia la oposición teorizada por Jean-Luc Mélenchon entre “la nueva Francia de los grandes conjuntos urbanos”, formada esencialmente por franceses descendientes de la inmigración y antirracistas, y sobre la cual habría que “apostarlo todo”, y la “vieja Francia, rural, racista y colonialista”, que los militantes deberían “abandonar a su suerte”. El antiguo líder “insumiso” y diputado de la región del Somme pretende al contrario unir “la Francia de los pueblos pequeños y la Francia de los grandes complejos de viviendas”. Fue precisamente la alianza del campo y de las ciudades “rojas” lo que, desde los tiempos del Frente Popular hasta la Liberación, cimentó la fuerza del Partido Comunista Francés, recuerda el historiador Emmanuel Bellanger, director del Centro de Historia Social de los Mundos Contemporáneos de la Universidad París-I-Panthéon-Sorbonne.

              Eso supone romper resueltamente con la lógica racial de la Francia Insumisa, que tiende a presentar globalmente como “racistas” a las clases populares blancas que a las que la inmigración provoca desasosiego y como “víctimas” a la población descendiente de esa inmigración. Una caricatura que replica, como la imagen invertida de un espejo, la oposición entre “la Francia de los olvidados” y “la Francia de los asistidos” de la extrema derecha y que tiende a reforzar esas divisiones ficticias en lugar de aunar a las clases populares.

              Philippe Bernard

              27/28/10/2024

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