La inmigración apenas tiene impacto sobre el empleo y los salarios

                           La verdad de las cosas es muchas veces contraintuitiva. Es el caso de los impactos de la inmigración sobre nuestras sociedades. Desde la extrema derecha – con una notable capacidad de arrastre e influencia sobre todo el arco político europeo -, se trata machaconamente de elevar el fenómeno migratorio al nivel de “primera preocupación de la ciudadanía”, vinculándola a la delincuencia o a unos supuestos efectos perversos sobre el mercado laboral, los salarios o las prestaciones sociales.

            Hay condiciones objetivas para que ese discurso cale en la opinión pública. Pero tales condiciones no se refieren a las cuestiones evocadas, antes bien las supuestas amenazas que representaría la inmigración son blandidas para ocultar los problemas estructurales que nos aquejan. Por eso es importante aportar ciencia y rigor en el debate. Es lo que hace la tribuna del economista Hippolyte d’Albis, publicada en las páginas de “Le Monde”, rebatiendo la tesis de un efecto negativo de la inmigración en materia de empleo o de salarios.

            Las percepciones son distorsionadas en gran medida por el tratamiento informativo de la cuestión. Las imágenes que nos muestran la tragedia humana de los cayucos, los naufragios de las embarcaciones de fortuna en el Canal de la Mancha o frente a las costas sicilianas, los arriesgados “asaltos” a la valla de Ceuta… nos hacen olvidar que la inmensa mayoría de la inmigración llega a nuestro país en avión y con visado turístico. Esas imágenes generan reacciones de solidaridad. Pero, convenientemente explotadas, suscitan también el sentimiento de una oleada incontrolable y amenazadora, a punto de sumergir nuestra sociedad. La extrema derecha cabalga sobre esos temores y los espolea sin cesar, exigiendo un endurecimiento de las políticas migratorias.

            Tenía razón Pedro Sánchez cuando expresaba estos días su temor de ver la política española aislada ante un repliegue de los socios europeos. Bruno Retailleau, nuevo ministro francés de interior, se ha estrenado denunciando “el desorden migratorio”, tras el suceso, tan trágico como puntual, del asesinato de una muchacha a manos de joven marroquí, pendiente de expulsión. Alemania quiere endurecer las condiciones de asilo y levanta controles en sus fronteras. Incluso el nuevo primer ministro laborista británico, Keir Starmer, declara su interés por las “soluciones” al problema migratorio pergeñadas por Giorgia Meloni (consistentes en deportaciones a Albania).

            Como lo afirman los sociólogos e investigadores Antoine Pécoud y Hélène Thiollet“en una Europa que envejece y sufre penurias de mano de obra, la inmigración en busca de trabajo no va a cesar y debe ser encuadrada”. Rutas seguras, contratación en origen, procesos de regularización – como el actualmente pendiente de tramitación legislativa – deben contribuir a ello. Pero, “ya es hora de admitir que el árbol de las migraciones y del asilo oculta un bosque de problemas muy reales, pero que tienen poco que ver con las políticas migratorias. (…) El control de la inmigración es regularmente presentada como la solución milagrosa para problemas tan variados como el paro, la inseguridad, el tráfico de drogas, el nivel escolar de los alumnos, el acceso a la vivienda o la situación de los suburbios. (…) La acogida y rápida integración de los exiliados ucranianos en Europa, así como de una mayoría de refugiados sirios en Alemania, demuestran que el derecho de asilo y las políticas de integración conservan toda su pertinencia”. (“Le Monde”, 28/09/2024).

            Esa integración se ha convertido en una cuestión crucial para el futuro de la democracia y la construcción europea. Pero no puede ser resuelta desde un simple discurso bienintencionado. La extrema derecha trabaja sobre la desazón y el temor que atraviesan las sociedades ante las incertidumbres que sobre ellas se ciernen: la guerra, la crisis climática, los cambios tecnológicos, el declive de las clases medias… La lucha contra las desigualdades sociales requiere un horizonte de progreso, un proyecto de futuro democrático e integrador, esperanzador y creíble. Un proyecto indisociable de un salto adelante en la federalización de Europa, hoy en disputa. Ese es el gran desafío histórico de la izquierda, que aún busca a tientas su camino. Y la actitud ante la cuestión migratoria será su piedra de toque.

            Lluís Rabell

            29/09/2024

Entre los temores asociados a la inmigración, aquellos relativos al empleo y a los salarios son con frecuencia presentados como los más racionales. Así, en los primeros cursos de economía, se enseña que un mercado puede estar representado por una oferta y una demanda, y que conviene considerar los precios que se forman en dicho mercado como el resultado de su igualación. Transpuesta al mercado del trabajo, esa representación sugiere que la inmigración incrementará la oferta de trabajo y eso tenderá a rebajar su “precio”, es decir los salarios. Si los salarios son rígidos a la baja – en particular, si existe un salario mínimo interprofesional -, se supone entonces que la inmigración engendrará una oferta excesiva de trabajo, lo que se materializará en un incremento del desempleo. El temor a propósito de los salarios concierne, pues, a los trabajadores más bien cualificados de aquellos sectores abiertos a la contratación de personas extranjera

            Numerosos trabajos empíricos se han preguntado si ese razonamiento intuitivo se veía corroborado por los hechos. Los estudios más concluyentes han analizado algunos acontecimientos excepcionales, como la expulsión por parte del régimen de Fidel Castro de 125.000 cubanos que, entre abril y octubre de 1980, abandonaron el puerto de Mariel para refugiarse en Miami. El economista canadiense David Card ha demostrado que esta afluencia de extranjeros no tuvo repercusiones sobre los salarios ni el nivel de desempleo de la ciudad de acogida. Profesora de economía en la universidad Rutgers y anteriormente economista en jefe del Departamento de Trabajo de Estados Unidos desde 2013 a 2015, Jennifer Hunt se ha interesado, por su parte, al caso de los 900.000 repatriados de Argelia en 1962. Demuestra que este notable choque migratorio tuvo un impacto mínimo sobre los índices de paro y sobre los salarios en Francia.

            Estos estudios son célebres, puesto que su contexto histórico brinda unas muestras de grandes dimensiones, algo rarísimo en las ciencias sociales. En particular, la precipitación de las salidas observada en esos dos acontecimientos permite eliminar un sesgo estadístico importante con el que choca el análisis habitual de las migraciones: dado que los inmigrantes se dirigen prioritariamente hacia destinos donde el mercado laboral es pujante, resulta poco creíble interpretar de modo causal la correlación entre la inmigración y el desempleo.

            Sin embargo, las experiencias naturales engendradas por los refugiados cubanos y los repatriados de Argelia son al mismo tiempo antiguas y muy particulares. Permiten trabajos estadísticos solventes, pero no bastan para convencer. Así pues, han sido completadas por un vasto conjunto de estudios estadísticos que tratan de evaluar el efecto de la inmigración sobre el mercado de trabajo en números países y en distintas épocas, tratando el mencionado sesgo de la manera más apropiada posible. Por lo que respecta a Francia, el estudio más reciente ha sido realizado por los universitarios Gianluca Orefice y Giovanni Peri, que han analizado el conjunto de las contrataciones industriales entre 1995 y 2005. Los autores concluyen que el incremento de la proporción de trabajadores extranjeros en un determinado nicho de empleo comporta una mejora de la vinculación entre empresas y asalariados, compensando el esperado efecto negativo sobre el salario.

            A contrapelo de lo que sugiere el razonamiento basado en la oferta y la demanda, el consenso que emerge de los trabajos empíricos es que, globalmente, la inmigración tiene escaso impacto sobre el paro y los salarios. Podemos avanzar tres razones principales para que esto sea así. En primer lugar, los extranjeros son discriminados en el mercado laboral. A veces, por razones objetivas, como un conocimiento menor de la lengua o de las costumbres, pero en otras ocasiones también por pura xenofobia. A partir de ahí, es difícil concebir que alguien que sufre discriminación arrebate su puesto de trabajo a alguien que no la padece. A iguales competencias, los extranjeros no acceden a un empleo mas que si los nacionales dejan de cubrirlo.

Contribución positiva  

          Ese principio está, por otra parte, institucionalizado: para obtener un permiso de residencia por motivos de trabajo, es necesario que el futuro empleador demuestre la ausencia de la competencia demandada en su entorno laboral. El procedimiento a seguir está establecido a partir de una lista, confeccionada por la administración, de los oficios calificados como ”tensionados”, lo que justamente significa que se requieren candidatos para ejercerlos. La economista del trabajo Sara Signorelli ha demostrado recientemente que una reforma de 2008 de la lista, que favorecía la contratación de trabajadores extranjeros cualificados, apenas tuvo impacto sobre los salarios de los trabajadores nacionales.

            La segunda razón se desprende de la primera. Los extranjeros se concentran en determinados sectores de actividad. Un estudio del ministerio de Trabajo revela que, en 2017, los extranjeros representaban un 10% del empleo total, pero cerca del 39% del empleo doméstico, más del 28% de los empleos de vigilancia, el 27% de los obreros no cualificados de la construcción, el 22% de empleados de cocina, etc. En todos esos oficios, los salarios son sensiblemente inferiores a la media, y podríamos concluir, por un efecto de composición, que los extranjeros provocan la caída del salario medio. Pero eso equivaldría a ignorar que tales empleos son útiles y que, si no fuesen ocupados, los otros empleos serían sin duda peor remunerados. Un ejemplo típico es el de las niñeras, habituales en las ciudades donde abunda la mano de obra extranjera. De rebote, observamos que las mujeres autóctonas trabajan más, lo que incrementa sus salarios. Este tipo de externalidad engendrada por el empleo de los inmigrantes es típicamente ignorado por los estudios microeconómicos, que de hecho subestiman los efectos económicos positivos de la inmigración.

            La tercera razón extiende esta última a todos los efectos macroeconómicos de la migración. En particular, los inmigrantes son en general más jóvenes que el resto de la población de los países de acogida. Esta realidad demográfica se traduce en una contribución positiva de la inmigración a la población activa de esos países, algo crucial en nuestras sociedades envejecidas. Este efecto sobre el nivel general del empleo tiene un impacto favorable por cuanto se refiere a la creación de riqueza e incluso al equilibrio de las finanzas públicas. Y es en las economías más prósperas donde se dan los salarios más elevados.

            Hippolyte d’Albis (profesor de la Escuela de Economía de París y vicepresidente de Círculo de Economistas).

           

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