Europa en disputa

       Lleva tiempo Raimon Obiols insistiendo en sus apuntes diarios acerca de la importancia de las elecciones europeas del próximo mes de junio. Comentarista mesurado, de verbo preciso y alérgico a las hipérboles que inundan el debate político, el que fuera primer secretario del PSC no ha dudado en calificar esos comicios de trascendentales e incluso “históricos”. Sin duda tiene razón. A poco que consideremos los vientos de nacional-populismo que soplan sobre los Estados miembros de la Unión, convendremos en que Europa se halla ante una encrucijada, acaso la de mayor calado de las últimas décadas, abocada a optar por un salto hacia adelante en su integración federal en todos los ámbitos… o a dejarse arrastrar por las tendencias a la dislocación que hoy encarna la extrema derecha en ascenso. Un ascenso ante el cual van cediendo las formaciones clásicas de la derecha conservadora y liberal.

            El pasado 16 de diciembre, Fratelli d’Italia, el partido de Giorgia Meloni, celebraba con gran pompa su fiesta anual. Nada de extrañar que personajes como Santiago Abascal corriesen a exhibirse en esa vitrina de la extrema derecha. Mucho más significativa sin embargo fue la presencia de dos invitados de honor. Rishi Sunak, el primer ministro tory, recibido con todos los honores, declaraba sin ambages su coincidencia de puntos de vista en materia de inmigración con el gobierno italiano. Y es cierto. El brexit ha precipitado una radicalización del campo conservador británico, hasta el punto de convertir la restricción de la inmigración y del derecho de asilo en una obsesiva seña de identidad. Una deriva que socava los más elementales principios democráticos. Tras declarar la Corte Suprema ilegal la deportación a Ruanda de demandantes de asilo llegados a las costas británicas, el partido conservador se debate entre soslayar la sentencia… e incluso retirarse del Convenio Europeo de Derechos Humanos. Pero, como ocurre en Italia, esas disposiciones restrictivas no impiden que, empujados por guerras, persecuciones, catástrofes y pobreza, millares de inmigrantes sigan arriesgando sus vidas para atravesar el Mediterráneo o el Canal.

            El otro invitado de marca fue Elon Musk, el archimillonario patrón de Tesla, una de las mayores fortunas del mundo. Musk se enfrenta en estos momentos a un amplio movimiento huelguístico y de boicot a Tesla que recorre los países nórdicos y que amenaza con llegar a Alemania. El movimiento se inició a partir de la huelga de los 120 mecánicos de los siete talleres de que dispone la empresa en Suecia, exigiendo disponer de un convenio colectivo. “Tesla crea coches sostenibles para el clima. Es hora de que cree condiciones laborales sostenibles para sus empleados”. El conflicto, enfrentando al movimiento obrero organizado con un patrón endiosado, caprichoso y despótico, es paradigmático del momento que vivimos. En el fondo, no es nada sorprendente la connivencia entre el modelo de capitalismo que encarna Elon Musk y la evolución autoritaria que promueve la extrema derecha. Pero que la cercanía se exhiba con tal descaro indica que esa opción política, presente ya en diversos gobiernos y coaliciones, va ganando predicamento entre los representantes de las mayores corporaciones industriales y financieras como respuesta a la crisis de la globalización.

            Cada día que pasa, la derecha liberal sucumbe ante las tesis de la extrema derecha y extiende una alfombra roja a sus pies. El 22 de noviembre, las elecciones legislativas holandesas dieron la victoria al Partido de la Libertad, la formación nacionalista de extrema derecha liderada por Geert Wilders, famoso por sus ataques a los musulmanes y su analogía entre el Corán y Mein Kampf. El Partido Popular de Mark Rutte, que encabezaba la coalición liberal gobernante, fue el gran perdedor de esos comicios, al hacer de la inmigración el tema central de la campaña. En ese terreno, su candidata, Dilan Yesilgoz, de origen turco, poco podía hacer ante un extremista acreditado como Wilders. Cuando se inocula el miedo en las sociedades, avanzan ineluctablemente los discursos que prometen “mano dura” contra las supuestas amenazas existenciales que se ciernen sobre el país.

            Tres cuartos de lo mismo está ocurriendo en Francia, donde la nueva ley de emigración que acaba de aprobar la Asamblea Nacional ha provocado ya la dimisión del ministro de sanidad de Emmanuel Macron y tensa las costuras de la coalición que sostiene su gobierno. Aquí también, el ministro del Interior, Gérald Darmanin, quiso hacer de su proyecto de ley, restrictivo en materia de integración y asilo, uno de los temas estrella del mandato. El resultado no ha podido ser más catastrófico. La izquierda, sin medir las consecuencias de su iniciativa, presentó una enmienda a la totalidad… que salió adelante con los votos de la derecha gaullista (LR) y del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen. A partir de ahí, el texto pasó a ser negociado por una comisión paritaria de la Asamblea Nacional y el Senado, ampliamente dominada por la derecha y la extrema derecha, que lo endureció. El partido presidencial fue cediendo… hasta alcanzar un acuerdo que suprime derechos tan básicos como la asistencia médica en determinados casos o el acceso a la nacionalidad de personas nacidas en Francia. La propia primera ministra, Élisabeth Borne, ha reconocido que parte del articulado sometido a votación – sin debate parlamentario, puesto que se trataba de un texto acordado en dicha comisión paritaria – es anticonstitucional. Algo nunca visto. Sin despeinarse, absteniéndose cuando le conviene y sin necesidad de acreditar una firmeza que le reconoce la opinión pública, Marine Le Pen caracolea a la cabeza de todas las encuestas como virtual ganadora de las elecciones europeas, muy por delante de la formación presidencial… y, por supuesto, de las izquierdas.

            No debe extrañar que, en el marco de esa evolución general – y, en el último tramo de las negociaciones, bajo una presión redoblada de Francia -, el reciente Pacto de Migración y Asilo de la UE sea considerado por Comisiones Obreras como un texto decepcionante que no aborda los temas de su enunciado, sino “meramente el control de fronteras desde una perspectiva de seguridad y vigilancia”. “Nada se menciona – apunta el sindicato – sobre el establecimiento de canales efectivos, seguros y legales de gestión de la migración laboral”, ni se configura “el denominado Sistema Común Europeo de Asilo que debería garantizar la inmediata protección en la UE de personas que buscan amparo internacional”. En efecto. La caída demográfica que registran las viejas naciones industriales convierte a la emigración en una cuestión clave para el futuro de Europa. Sin su aportación, sería imposible mantener el aparato productivo, los servicios y, en suma, el Estado del bienestar del que tanto se enorgullece la UE. La afluencia migratoria es y será imparable. Requiere una gestión comunitaria respetuosa e integradora, porque nos va en ello el semblante democrático de Europa. El temor a la “gran sustitución”, profusamente agitado por la extrema derecha, sólo pretende polarizar a las sociedades y neutralizar su reacción ante una nueva acometida de políticas neoliberales y regresivas en el ámbito social y medioambiental, desviando la ira de las clases medias y populares empobrecidas hacia un chivo expiatorio desprotegido.

“Decepcionante que, siendo la inmigración uno de los campos de batalla ideológicos de la extrema derecha por toda la UE y muy probablemente objeto demagógico de debate durante la próxima campaña para las elecciones al Parlamento Europeo, se hayan rendido determinados principios y valores (…) para satisfacer las posiciones de algunos Estados que no reconocen las migraciones como parte de una realidad social, económica y cultural absolutamente normal en las sociedades contemporáneas”. Un diagnóstico tan severo como acertado.

El duro enfrentamiento dialéctico entre Pedro Sánchez y Manfred Weber, líder del PPE, en el Pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo, el pasado 13 de diciembre, dibuja los contornos de lo que será la contienda electoral de junio. Fundamentalmente, será el choque entre una derecha que quiere hacerse con el poder de la mano de la extrema derecha, situándose cada vez más sobre su terreno y naturalizando sus temáticas, y una izquierda europeísta, cuyo principal baluarte y referencia es en estos momentos el gobierno que lidera la socialdemocracia española. Si se impusiera la opción de las derechas, la supervivencia de la UE estaría seriamente en peligro. La guerra de Putin, la crisis en el Próximo Oriente, los desafíos globales… exigen un avance cualitativo en la integración de las políticas económicas, fiscales y sociales, de transición ecológica, así como de defensa y de política exterior común. De lo contrario, actuando sobre sociedades en fase de repliegue nacional y regresión democrática, todos esos factores de la situación mundial tendrían un potentísimo efecto disgregador. He aquí el desafío.

Lluís Rabell

22/12/2023

(Imagen: “El rapto de Europa”, de Alejandro De Cinti)

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