Los judíos y la izquierda: la consternación

El curso dramático de los acontecimientos en Gaza – y también en Cisjordania – está levantando una oleada de justa indignación ante los sufrimientos infligidos a la población palestina. Pero el impacto emocional de las terribles imágenes que llegan hasta nosotros inciden en unas sociedades que sucesivas crisis globales han ido sumiendo en una atmósfera de polarización, tornándolas proclives al populismo. El conflicto Israel-Palestina, más que cualquier otro sobrecargado de historia y de fuerza evocadora, no puede sino exacerbar esa dinámica que desdibuja la política y socava el debate democrático, confrontando bandos llamados a vencer o a ser irremisiblemente vencidos. Estos días estamos teniendo un palmario ejemplo de ello con las movilizaciones de la derecha y la extrema derecha contra la investidura de Pedro Sánchez, movilizaciones en las que la recurrente denuncia de “ilegitimidad” del presidente socialista bordea los llamamientos golpistas y las invocaciones del pasado franquista. El seísmo del Próximo Oriente remueve aguas turbias, estancadas en los sumideros del viejo continente. El anhelo de un hogar nacional, de un refugio para los judíos diseminados por todo el mundo, hunde sus raíces en un secular antisemitismo europeo que el impulso emancipador de la Ilustración no llegó a erradicar por completo… Y que resurgió con inusitada ferocidad, cuando las convulsiones del capitalismo del siglo XX arruinaron a naciones enteras, enloqueciendo a sus clases medias y arrojándolas en brazos del fascismo. El surgimiento de Israel no se entiende sin el cataclismo histórico que supuso la Shoah. Ni la connivencia de la que tantas veces ha hecho gala Occidente respecto a las exacciones de sucesivos gobiernos israelíes contra el pueblo palestino se explicaría sin la mala conciencia de Europa por el trato que dispensó en su día a los judíos. Sin embargo, como lo decía Josep Borrell durante su visita a uno de los kibutz atacados el 7 de octubre por Hamás, un horror no puede compensarse con otro. Más que nunca necesitamos acudir a la razón frente al desbordamiento de los sentimientos, al matiz frente al trazo grueso que nos conmina a “escoger un campo”… y nos aleja de la justicia, el único terreno donde pueden encontrarse los oprimidos.

En este contexto, los actos antisemitas se han multiplicado durante las últimas semanas en Francia y Alemania. Aquí, aunque puntualmente, los prolegómenos de algunas manifestaciones de solidaridad con Palestina han estado salpicados por señalamientos que no pueden por menos que traer a la memoria los mitos acerca de “la plutocracia judía que controla el mundo a través de las finanzas”. Hay que andarse con cuidado, porque los fantasmas del pasado siguen al acecho. Y una parte de la izquierda, confundida por años de relativismo cultural y posmodernidad, vacila a la hora de mantener sus principios y entrega algunas de sus más preciadas banderas a la derecha y a la extrema derecha, que las agitan con fines espurios. Así nos lo recuerda este interesante artículo del cronista de “Le Monde”Philippe Bernard, evocando la situación que se vive en Francia, país que acoge a las mayores comunidades judías y musulmanas del continente. 

Lluís Rabell

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        ¿Cómo escapar a las indignaciones desviadas o manipuladas? ¿Cómo protestar contra lo insoportable sin alimentar el odio? ¿Cómo rehusar escoger un “campo” sin por ello bajar los brazos?

            Visto desde Francia, debería ser posible no pretender establecer una jerarquía entre los ataques de Hamás del 7 de octubre, la mayor masacre de judíos desde la segunda guerra mundial, y los bombardeos de Gaza, “catástrofe humanitaria inédita” y “carnicería”, según la ONU. Debería ser posible reconocer el derecho de Israel a defenderse al tiempo que indignarse ante el destino infligido a la población civil de Gaza y de Cisjordania. Hacer un alegato en favor del derecho de los palestinos a tener un Estado a la vez que denunciar el antisemitismo. Criticar la política de Israel sin ser acusado por ello de odio hacia los judíos. Manifestarse contra el antisemitismo sin señalar a los musulmanes.

            Ciertamente, hay voces que se elevan contra el binarismo, reclamando sustituir el “sí, pero” por el “sí y”Karim Kattan, escritor palestino, reivindica en este sentido “las contradicciones, el matiz” en medio de “un paisaje político y mediático marcado por los superlativos y la certeza”. El eurodiputado Raphaël Glucksmann, por su parte, reivindica una “razón política” que “condena incondicionalmente a Hamás”, pero que es “incapaz de apoyar incondicionalmente a un gobierno israelí que (…) tanto ha hecho para reforzar al enemigo mortal que pretende (…) erradicar”.  

            Los 500 artistas firmantes de un llamamiento, publicado en Télérama“a desfilar en silencio” el pasado 19 de noviembre en París “para hacer oír ‘la voz de la unión’ en Francia”, envían un mensaje similar, revolviéndose contra “ese mandato de tener que escoger un campo al que detestar”.

            Viejos prejuicios

          Si resulta tan difícil que esos matices, que probablemente van a contracorriente de gran parte de la opinión pública, sean expresados por los responsables políticos, es que, contrariamente a la voluntad tantas veces proclamada de “no importar” el conflicto palestino-israelí, sus estrategias buscan explotar las emociones exacerbadas en Francia por la guerra. Funesto signo de los tiempos, esa instrumentalización se focaliza por primera vez en la cuestión del antisemitismo y opera en sentido inverso.

            La izquierda, históricamente portadora de los derechos y libertades de los franceses judíos – desde la emancipación merced a la revolución de 1791 hasta el antirracismo, pasando por la defensa del capitán Dreyfus – se halla hoy en una dramática postura defensiva. Ya pasó el tiempo en que la identidad judía y el voto de izquierdas eran prácticamente indisociables.

            Después de haberse dejado robar la defensa de la laicidad y el apoyo de las clases populares, la izquierda está dejando que le arrebaten la denuncia del antisemitismo. La guerra en Gaza está siendo eficazmente utilizada por Marine Le Pen para lograr algo que parecía impensable para su formación política: presentarse como un dique de contención contra el antisemitismo. Para desempeñar ese papel, un 42% de franceses confía en ella, según una encuesta de IFOP, frente al 41% que lo hace en Emmanuel Macron y al 17% que se inclina en favor de Jean-Luc Mélenchon.

            La alucinante serie de provocaciones verbales de éste – la invocación del antisemitismo no era, según el líder de La Francia Insumisa (LFI), sino un “pretexto” para las manifestaciones del 12 de noviembre – no debería hacernos perder de vista una realidad anterior: desde hace más de veinte años, la izquierda ha cerrado los ojos ante el ascenso de un antisemitismo particularmente vinculado a la propaganda islamista, abandonado a la derecha y a la extrema derecha la denuncia de dicho fenómeno.

            Profesor de historia en una zona de educación prioritaria, Iannis Roder recuerda como, a partir de 2001, la segunda Intifada y el 11-S han “liberado una palabra cargada de odio en las aulas”“El antisemitismo desbocado competía con la homofobia y el sexismo en medio de un silencio casi general”, escribe en “La Juventud francesa, la escuela y la República” (Ed. De l’Observatoire, 2022). Incluso tras la muerte de Ilan Halimi en 2006, o después del asesinato de niños judíos en Tolosa en 2012, de la toma de rehenes en el almacén Hyper Cacher en 2015, de los homicidios de Sarah Halimi en 2917 y de Mireille Knoll en 2018, añade, “algunos siguen pensando que sólo se trata de un fenómeno residual o del resultado de nuestras políticas de exclusión”.

            Hoy, Marine Le Pen denuncia el antisemitismo, tratando de hacer olvidar la historia de su partido. Pero, ¿cómo podría ser creíble a propósito de la defensa de los judíos cuando su proyecto político está cimentado sobre la discriminación y su principal lugarteniente, el presidente del Reagrupamiento Nacional, Jordan Bardella, no entiende por qué habría que tachar de antisemita a Jean-Marie Le Pen? En cuanto a Jean-Luc Mélenchon, cultiva la ambigüedad acerca de los judíos con objeto de seducir a un pretendido “electorado del extrarradio”. En realidad, cada cual a su manera, con la excusa de tomar posición ante la guerra en Gaza, no hace mas que jugar con el fuego del “viejo antisemitismo” francés.

            Pues, en efecto, “el principal resorte del antisemitismo en Francia, explica la encuesta anual de la Comisión nacional consultiva sobre los derechos humanos, no radica en la crítica a Israel”: los viejos prejuicios – el rechazo a considerar a los judíos ciudadanos franceses como los demás, la creencia en su poder excesivo y en su supuesta relación particular con el dinero – pesan “de lejos, mucho más” que cualquier otra consideración, especialmente en personas con un “bajo nivel de instrucción”, que se ubican “a la derecha o la extrema derecha” del arco político, así como “de modo notorio entre los musulmanes”. En realidad, los electores de extrema derecha favorables a la lucha contra el antisemitismo son poco numerosos (un 29% frente al 65% de los votantes de extrema izquierda).

            Las falsas sonrisas dirigidas a los judíos por parte de una extrema derecha de bases antisemitas que siguen activas, del mismo modo que los guiños de LFI a los musulmanes, pueden aventar un antisemitismo que permanece latente en la sociedad. Se trata de una doble manipulación que emborrona el paisaje, mancilla el modelo republicano y alimenta la desazón, lejos del sentido del matiz y de la lucidez que requieren las actuales circunstancias.

            Philippe Bernard

            (“Le Monde”, 19-20/11/2023)

            (Traducción: Lluís Rabell)

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