
Ni Palestina es Hamás, ni la sociedad israelí se confunde con Netanyahu y la ultraderecha que comparte gobierno con él. Los tiempos de guerra, sembrados de atrocidades, resultan poco propicios para matices y distinciones. La emotividad está a flor de piel, la urgencia manda. Sin embargo… quienes de verdad quieran actuar en favor de la paz – es decir, obrar en favor de la solución democrática de un conflicto que condensa amenazadoras tensiones geoestratégicas -, deberán guardar la cabeza fría. Lejos de contribuir a la polarización, deberán identificar y dar voz a quienes, a uno y otro lado, estén dispuestos a emprender la senda del diálogo y la negociación política. Ningún futuro esperanzador para Israel y Palestina se escribirá con sangre. Árabes y judíos han demostrado con creces saber morir en la disputa de aquella exigua tierra. El desafío histórico es que lleguen a convivir en ella. En esta hora sombría, cuando el estrépito de las bombas que caen sobre Gaza ahoga el eco de las palabras, conviene escuchar voces como la de Gedeón Levy, redactor de Haaretz, el gran diario liberal y de centro-izquierda de Tel Aviv. Ayudemos a quienes nos piden ayuda para detener la matanza… Lluís Rabell
Dos millones de palestinos se hallan indefensos en Gaza. No tienen a dónde huir, ningún lugar donde esconderse, ni medio de salvar a sus hijos. Cuando escribimos estas líneas, Israel acaba de advertir a la ONU que más de un millón de palestinos, residentes en el norte de la franja y en la propia ciudad de Gaza, deberán evacuar sus casas. No hay lugar alguno a donde ir: ni para 10.000 personas, ni para 100.000 y aún menos para un millón. Evacuar a un millón de seres humanos en 24 horas es imposible, es ilegal, es inhumano y totalmente irrealizable.
Dicho de otro modo, Israel amenaza con cometer un crimen de guerra como no se había visto desde la Nakba de 1948. Tal vez sólo se trate de amenazas. Quizás Israel termine por no invadir Gaza y un millón de personas no se vean desplazadas. En cualquier caso, cerca de medio millón se encuentra ya a la intemperie después de los bombardeos, de una amplitud sin precedentes, de los barrios de Gaza por parte de la aviación israelí.
Es un período sombrío. Sombrío para los israelís, que amanecieron el 7 de octubre confrontados a una realidad que ha dislocado por completo la idea que se habían hecho del mundo a lo largo de muchos años. Los israelís pensaban que su ejército era omnipotente, el más fuerte del mundo. Creían que inyectando tres mil quinientos millones de shekels (835 millones de euros) a la valla que rodea Gaza bastaría para garantizar la seguridad de los habitantes del sur de Israel. Estaban convencidos de que disponíamos del sistema de inteligencia más sofisticado del mundo. Un sistema que lo sabe, lo oye y lo ve todo. Israel posee una tecnología milagrosa que vende a medio mundo y se vanagloria de sus recursos humanos de élite en materia de seguridad, como la reputada unidad 8200 del ejército, unos genios que nunca se dejarían sorprender por nadie.
Una nueva realidad
Luego, ha resultado que un tractor obsoleto ha reventado la valla y todo el concepto se ha ido abajo. Resulta que los servicios de inteligencia israelís no sabían nada acerca de una enorme operación que llevaba planificándose desde hacía más de un año. Y que, finalmente, el ejército llegó muy tarde a los lugares donde se habían producido las incursiones de Hamás.
A fin de cuentas, Israel no es tan poderoso ni omnipotente como se creía. Su fuerza militar no basta para garantizar la seguridad de sus habitantes. Lo que no está claro es saber si Israel sacará de todo ello la lección más importante: que el país no puede vivir confiando en la espada, apostando únicamente por su poderío militar.
La mitad del ejército israelí protege actualmente a los colonos en l Cisjordania ocupada, consintiéndoles todos sus caprichos. Para la fiesta de Sukkot, varios batallones fueron transferidos desde la frontera de Gaza hasta Huwara, cerca de Nablús, para proteger una fiesta de venganza, a iniciativa de un miembro extremista del parlamento israelí.
Las imágenes, difundidas por los medios de comunicación, de fieles judíos sentados en medio de la carretera de una ciudad palestina, balanceándose como las hojas de palma rituales, figuran entre las más grotescas vistas en los últimos tiempos. La farsa no tardó en dar paso a la catástrofe: a causa de esa provocación criminal de los colonos, los habitantes del sur de Israel no tenían a nadie que les protegiese cuando Hamás decidió atacar.
El 7 de octubre Israel despertó inmerso en una nueva realidad. Una realidad que debería poner fin a la arrogancia y autosuficiencia del país. Lo ocurrido es la demostración de la imposibilidad de escapar a las consecuencias de encerrar de modo indefinido a más de dos millones de personas en una gigantesca jaula, mientras otros tres millones se ven sometidos a la tiranía militar.
Había que acabar pagando un precio. El 7 de octubre Israel se despertó frente al horror. Israel se ha sentido conmocionado y pretende vengarse. Cuando redacto este artículo, todos los habitantes de Gaza ya se han convertido en las víctimas potenciales de una violencia de tales proporciones que ni siquiera ellos, conocedores del horror y el sufrimiento, experimentaron antes.
El traumatismo de la Nakba
Para millares, quizás para decenas de miles de palestinos de Gaza, todo está a punto de acabar. Sus casas, sus vidas y su universo serán totalmente arrasados. Quienes se ven forzados a huir recordarán la manera en que sus padres y sus abuelos fueron obligados a evacuar centenares de pueblos de su patria en 1948, sin posibilidad de retorno. El traumatismo de la Nakba revivirá con toda su intensidad en Gaza.
Israel no debería malinterpretar la compasión y la solidaridad que gran parte del mundo manifiesta hoy hacia su gente. En Gaza, no quedarán hospitales para atender a los enfermos, ni nadie se apiadará de las almas destrozadas. El hecho de que Hamás no se haya preocupado de las consecuencias de su acción no exime en absoluto a Israel de sus propias responsabilidades.
Y, por cuanto a responsabilidades se refiere, una gran parte de ellas incumbe ahora a la comunidad internacional. Las visitas de dirigentes americanos y europeos – y el discurso particularmente empático con Israel del presidente Biden – no deberían inducirnos a error. A pesar de todas esas muestras de amistad, la respuesta de Israel debe tener límites. Mientras escribía, un vecino de Rafah, al sur de la franja de Gaza, me ha llamado, solicitando poder enviar un artículo a Haaretz, el periódico para e cual trabajo. “No sé si estaré aún con vida en las próximas horas”, me ha dicho. “En estos momentos, nadie en Gaza lo sabe. Pero os ruego que publiquéis este artículo, incluso si muero”.
En algún momento habrá que poner fin a todas estas atrocidades. Y ese momento se acerca a pasos agigantados. La comunidad internacional no permitirá que Israel haga cualquier cosa con esos dos millones de personas que hoy, atrapados en Gaza, no pueden ponerse al abrigo de los bombardeos, ni salvar a sus hijos.
Gedeón Levy
Martes, 17 de octubre de 2023