“Hemos entrado en un período oscuro, imposible de nombrar”

Vincent Lemire

“Hemos entrado en un período oscuro, imposible de nombrar”

Vincent Lemire es profesor de historia en la Universidad Gustave-Eiffel. Ha dirigido el centro de investigación francés en Jerusalén desde 2019 hasta este último mes de agosto, y sigue liderando el proyecto europeo de investigación Open Jerusalem. Vincent Lemire es autor de “Frente al muro. Vida y muerte del barrio magrebí de Jerusalén (1187-1967)” (Seuil, 2022) y del cómic “Historia de Jerusalén”, junto a Christophe Gaultier (Les Arènes, 2022).

En toda la historia del conflicto palestino-israelí, ¿ha habido acontecimientos de una amplitud comparable a los ataques del 7 de octubre?

No. No hay ningún precedente. Más de 1200 muertos en un solo día representan, para los israelíes, un balance mucho más severo que el que comportaron los cinco años de la segunda intifada (2000-2005). En proporción a la población francesa, eso equivaldría a 10.000 muertos. Son cifras que producen vértigo. Israel no había vivido nunca un traumatismo tan profundo. Basta con recordar los episodios más sombríos del conflicto para convencerse de ello.

En agosto de 1929, la masacre de Hebrón, cometida por insurrectos palestinos, se saldó con la muerte de 70 civiles judíos. En abril de 1948, cerca de 120 civiles palestinos fueron asesinados en Deir Yassin por tropas paramilitares judías. En septiembre de 1982, cientos de refugiados palestinos fueron salvajemente ejecutados en los campos libaneses de Sabra y Chatila, a la sazón bajo control israelí. Esas tres matanzas permanecen aún grabadas en todas las memorias. Puede decirse que estos días hemos alcanzado un nuevo estadio.

En un plano militar, el ataque sorpresa de la guerra del Kippur – “la guerra del Ramadán”, según los árabes -, el 6 de octubre de 1973, ya causó estupor en la sociedad israelí. Sin embrago, se trataba de una guerra convencional, centrada en las fuerzas militares del Sinaí ocupado. Cincuenta años más tarde, sin embargo, el objetivo del ataque ha sido población civil… y en territorio israelí. No hay punto de comparación con hechos anteriores en la historia del conflicto. Necesitamos buscar otras referencias para inscribir estos últimos acontecimientos en las conciencias y los relatos.

Algunos observadores hablan de un “11-S israelí”. ¿Le parece pertinente esa comparación?

Desde el punto de vista de las víctimas, desde luego, en la medida en que pone de relieve el shock traumático sufrido por la sociedad israelí. Y también porque permite medir el riesgo – o la trampa – que conlleva un acontecimiento de semejante naturaleza. Tras el 11-S, Estados Unidos se lanzó de cabeza a la guerra en Afganistán e Iraq, con unas consecuencias desastrosas.

Pero la referencia al 11-S no aclara las motivaciones de los asaltantes. Hamás no forma parte del movimiento jihadista internacional, como Al-Qaida. Hamás es un movimiento al mismo tiempo nacionalista e islamista, dispuesto a apostar por la política de lo peor con tal de alcanzar “el establecimiento de un Estado palestino soberano e independiente dentro de las fronteras de 1967”, tal como estipula la versión enmendada de su Carta fundacional, publicada en 2017. Necesitamos poner las luces largas, por mucho que la conmoción del momento nos embargue.

Frente a la crueldad de Hamás, se han abierto vivos debates en Francia en torno a la calificación de sus actos como “crímenes de guerra” o “terrorismo”. ¿Qué reflexión le inspira esa controversia?

El carácter binario – por no decir inane – del debate político francés impide mesurar el alcance histórico del acontecimiento. Esos ataques constituyen, por supuesto, actos terroristas. Centenares de civiles, entre ellos mujeres y niños, han sido metódicamente asesinados, con una indecible crueldad. Además, esas matanzas no constituyen en modo alguno “daños colaterales” de una operación militar, sino que han sido coordinadas por una organización estructurada.

El debate francés resulta inepto e inoperante. La palabra “terrorismo” no debería ser la conclusión de la discusión, sino antes bien su punto de partida: el 7 de octubre de 2023 representa un espantoso acto terrorista, pero representa también mucho más que eso. Para llegar a entender a qué nos enfrentamos, debemos aprehender el acontecimiento en su triple dimensión: terrorista, militar y política. Es decir, tal como lo ha concebido Hamás.

¿Cómo distinguir esas tres dimensiones?

El 7 de octubre hubiese podido limitarse a un acto de guerra, sin necesidad de bascular hacia el terrorismo. Los asaltantes de Hamás hubiesen podido romper el bloqueo de Gaza, derribar los muros de esa prisión a cielo abierto, apoderarse de bases militares, abatir y capturar soldados israelíes, antes de replegarse sobre Gaza y sacar rédito de la nueva correlación de fuerzas. Esos objetivos fueron alcanzados y representan en sí mismos un éxito histórico.

Sin embargo, desde la planificación de toda la operación, estaba ya previsto no limitarse a los objetivos militares, sino llevar a cabo las masacres de civiles. Para lograr ese propósito, Hamás incurrió en altos riesgos operativos. Es terrible decirlo, pero hace falta tiempo para localizar y matar más de un millar de civiles, escondidos en garajes o en parkings o refugiados en “habitaciones del pánico”. Rodear un festival de música al aire libre y perseguir a todos los vehículos que trataban de huir del tiroteo resulta aún más trabajoso.

El ejército israelí ha contabilizado 1500 cadáveres de asaltantes tras la reconquista de las localidades atacadas. Ese balance hubiese sido, sin duda alguna, mucho menor si los asaltantes no se hubiesen encarnizado durante tanto tiempo asesinando el mayor número posible de civiles y se hubiesen replegado con mayor prontitud. Si esas masacres no han sido accidentales, hay que admitir que la opción del terror corresponde a una determinada estrategia política.

¿Cuál sería entonces el objetivo de Hamás?

El objetivo de una acción tan horrenda es empujar a Israel a una huida hacia adelante, a fin de que caiga en una doble trampa: una trampa estratégica y una trampa moral. La trampa estratégica consiste en hacer que los soldados israelís penetren en Gaza, donde los combatientes de Hamás les esperan, protegidos por una inmensa red de refugios subterráneos. La densidad demográfica de Gaza es la mayor del mundo. Se trata, pues, de un teatro de operaciones temible para un ejército regular.

La trampa mortal consiste en provocar a Israel a fin de que su ejército cometa crímenes de guerra de una amplitud inédita. Al cabo, el objetivo es dar la vuelta a la opinión pública internacional. Cabe señalar que esos crímenes de guerra ya han comenzado, con el corte del suministro de agua y alimentos a los 2’3 millones de habitantes de la franja de Gaza, así como con los bombardeos indiscriminados que han causado ya la muerte de más de un millar de civiles palestinos.

Se trata de un objetivo factible. El apoyo a Israel entre la opinión pública mundial se ha erosionado ampliamente a lo largo de los últimos años, incluso en Estados Unidos. La corriente de rechazo es potente, y más allá de la emoción suscitada por la atrocidad de las masacres, cabe pensar que resurgirá con fuerza en cuanto aparezcan en las televisiones del mundo los rostros de los niños palestinos muertos bajo las bombas israelíes.

¿Qué es lo que vincula el 7 de octubre con el inmenso movimiento de protesta que agitaba Israel estos últimos meses?

La seguridad. O mejor dicho, el imperativo de seguridad como fundamento de un mínimo consenso nacional. El gobierno del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha fracasado lamentablemente por cuanto se refiere a la protección de sus conciudadanos. A finales del siglo XIX, el proyecto sionista nació con la pretensión de poner a salvo a los judíos de la diáspora, amenazados por el antisemitismo. En Israel, la seguridad de sus ciudadanos no representa un mandato como lo es para cualquier otro Estado, sino que se trata de su propia razón de ser.

En marzo, cientos de miles de israelís salieron a la calle para protestar contra el cese del ministro de defensa, Yoav Gallant, por parte de Netanyahu, pues ese capricho político ponía en riesgo la seguridad del país. En julio, el general retirado Eitan Ben Eliyahu declaraba: “Vamos de cabeza al desastre”, temiendo una nueva guerra del Kippur. Peor aún: la frontera de Gaza se encontraba desguarnecida el 7 de octubre, dado que el grueso del ejército estaba desplegado en Cisjordania para proteger a unos colonos que, diariamente, proceden a ejecuciones sumarias de civiles palestinos. La aceleración de la colonización y la situación de apartheid que, de facto, prevalece en la Cisjordania ocupada constituyen causas directas y concretas de la catástrofe sobrevenida el 7 de octubre. Todo eso, los oponentes a Netanyahu llevan denunciándolo desde hace mucho tiempo.

¿Cómo definir la época en la que entramos?

El 7 de octubre nos precipita al quinto acto de la tragedia israelí-palestina. El primer acto fue el de los proyectos nacionales concurrentes (1897-1917). El segundo acto estuvo marcado por las confrontaciones esporádicas bajo tutela británica (1917-1947). En el curso del tercer acto asistimos a guerras convencionales entre Estados (1947-1987). El cuarto acto se tradujo en una “repalestinización” del conflicto, merced a una alternancia de “intifadas” (sublevaciones) y negociaciones, cuyo pivote fue la Organización para la liberación de Palestina (1987-2023).

Ninguna de esas referencias históricas corresponde a lo que estamos viviendo ahora. Entramos en un período oscuro que todavía nos resulta imposible nombrar, aunque comprendamos que Hamás será su nuevo pivote.

¿Qué deberían hacer Francia y la comunidad internacional?

Nos hallamos al borde del abismo. La deflagración del 7 de octubre amenaza con desbordar las fronteras regionales, en un contexto geopolítico global ya extraordinariamente tensionado. La comunidad internacional no puede desentenderse del problema, puesto que es ella misma quien ha establecido los parámetros del conflicto, desde el mandato elaborado tras 1917 por la Sociedad de Naciones hasta el voto sobre la partición de Palestina por parte de Naciones Unidas en 1947. El derecho internacional es el único recurso que nos queda para recrear un lenguaje común. Francia es el único país de la Unión Europea presente en el Consejo de Seguridad de la ONU y debe asumir plenamente allí sus responsabilidades. En tanto que aliada, debe proteger a Israel frente a sus peores instintos.

La Historia nos enseña que es al borde del abismo donde pueden adoptarse las decisiones más dolorosas. El quinto acto – el del desenlace en la tragedia griega – ha comenzado con escenas de guerra, de pogromo y matanzas. Corresponde a los israelíes, a los palestinos y a las conciencias internacionales escribir las siguientes escenas.

(Entrevista realizada por Marc-Olivier Bherer)

Publicado en “Le Monde”, 15-16/10/2023

Traducción: Lluís Rabell

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