Barcelona, punto a favor de las izquierdas

       Tras un pleno de infarto, Jaume Collboni fue investido alcalde Barcelona. Todo parecía indicar que Trias iba a hacerse con la alcaldía. El pacto con ERC estaba cerrado y ratificado. La oposición aparecía dividida, incapaz de componer una mayoría alternativa. En el histórico Saló de Cent, en las primeras filas de invitados podía verse a Laura Borràs y Jordi Turull, así como a Artur Mas y a Oriol Junqueras. No pocos prohombres de la ciudad, deseosos de fumarse un puro a la salud de la izquierda, esperaban asistir gozosos a la entronización de un candidato en quien se reconocen las clases pudientes. Pero he aquí que, en el último suspiro, se produce un giro brusco: los comunes, que se habían resistido a hacerlo hasta entonces, deciden conceder sus votos al alcaldable socialista, declarando que pasaban a la oposición inmediatamente después. Y el PP, que había exigido un gobierno constitucionalista sin Colau, se quedaba sin excusas para no votar a Collboni. Ya iniciado el pleno, decidía hacerlo para cerrar el paso a un candidato independentista. 23 votos a favor de Collboni, frente a los 16 de ERC y Junts, y a los dos de Vox, que se votó a sí mismo. La prensa se ha hecho eco de las malhumoradas reacciones del mundo independentista. No vale la pena volver sobre ello. Pero sí que puede ser útil hacer algunas puntualizaciones y una valoración general.

            En primer lugar, hay que señalar que la elección de Jaume Collboni es perfectamente legítima y democrática. La derecha española lleva toda la legislatura desgañitándose contra el “gobierno ilegítimo” de Pedro Sánchez. Pero cuestionar así un gobierno electo por una mayoría de la cámara, representativa de la voluntad popular, supone cuestionar esa soberanía democrática, supone socavar los cimientos de la democracia política. La derecha nacionalista, hoy frustrada, bordea hoy la misma irresponsabilidad. En segundo lugar, contrariamente al decir de los amantes de las teorías de la conspiración, las cosas han sido mucho más transparentes de lo que se pretende. Dentro de la lógica discreción que se impone en una negociación a varias bandas. A excepción de la extrema derecha, a cuya puerta nadie llamó, todo el mundo discutió con todo el mundo. La idea inicial del PSC, desde la misma noche electoral, fue proponer un acuerdo tripartito con comunes y ERC, liderado por la fuerza de izquierdas más votada, recogiendo así la voluntad de cambio expresada en las urnas y, al mismo tiempo, el mandato mayoritario de hacerlo en clave progresista. Los tres partidos reunían 24 concejales, más de los necesarios para conquistar la alcaldía. Sin embargo, ERC interpretó sus malos resultados electorales de aquella jornada como la consecuencia de no haber exhibido la estelada. Casi de inmediato, apostó por constituir un “frente independentista” con la derecha nacionalista. Los comunes han tardado en aceptar esa realidad casi hasta el final, cuando las bases de Junts y ERC ya habían avalado el pacto entre Trias y Maragall. Aún así, Ada Colau atribuía a los socialistas la responsabilidad de que no hubiese un acuerdo tripartito. Pero, en honor a la verdad, sólo cabe decir que el único responsable de ello fue el ataque de pánico que le entró a ERC la noche del 28-M.

            Afortunadamente, cuando ya faltaba poco para que se iniciase la ceremonia de investidura, Barcelona en Comú emitió su comunicado, cambiando de postura. Aquí hay que precisar también que el PSC nunca pidió a los comunes que renunciasen a formar parte del gobierno de izquierdas. Al contrario, a pesar de las exigencias del PP, Collboni siempre mantuvo la propuesta de una coalición de 19 concejales, poniendo al PP en la tesitura de inclinar la balanza a favor de Trias o del PSC. Nunca hubo ningún pacto de investidura con nadie. Pero lo cierto es que la opción de los comunes de votar a Collboni como “mal menor”, quedándose luego al margen, situó inapelablemente al PP frente a contradicciones insalvables. Quizás sus dirigentes locales, que buscan hacerse un hueco entre el electorado conservador de Barcelona, fuesen los más reticentes a dar la alcaldía a la izquierda. Pero en Madrid la óptica es distinta y el fantasma de una “España rota” parece más temible que el de una “España roja”. Es ocioso especular. En cualquier caso, funcionó la carambola. Y Trias acabó, comprensiblemente enojado, mandándonos “a que nos dieran”.

            El hecho decisivo, hay que remarcarlo, fue el cambio de postura de los comunes. Un gesto, sin duda difícil para ellos, que hay que agradecer y que constituye una gran noticia para toda la izquierda, socialdemócrata y alternativa. De cara a las próximas elecciones generales, donde está en juego el gobierno de España, es necesario que todas las sensibilidades progresistas sean capaces de movilizar a sus seguidores. Sumar, el proyecto de Yolanda Díaz al que se adhieren los comunes, difícilmente hubiese podido despegar con el lastre de haber entregado la decisiva alcaldía de Barcelona al partido de Puigdemont. Merece reconocimiento el esfuerzo realizado durante estos días por numerosos hombres y mujeres de izquierdas, en muchos casos de manera discreta pero efectiva, para que se recapacitase antes de cometer un error de graves consecuencias. Gracias a ellos Barcelona tiene, en lo inmediato, un alcalde socialista que hará políticas progresistas y de justicia social. Gracias a ese esfuerzo también, será posible restablecer puentes, confianzas y complicidades entre las izquierdas de la corporación municipal y en los barrios de la ciudad. Y gracias a este desenlace, en fin, PSOE y Sumar tienen hoy más posibilidades de contener la oleada conservadora y mantener el rumbo progresista del país. No es poco lo que se jugaba este sábado en Barcelona.

            Lluís Rabell

            18/06/2023

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