Liderazgos

Como era de esperar, la controversia en torno a la concesión de los indultos a los dirigentes independentistas domina la escena política. La plaza de Colón ha vuelto a congregar a la derecha y a la extrema derecha. El Tribunal Supremo les ha escrito el argumentario contra la medida de gracia. Como en aquella infausta campaña de recogida de firmas contra el Estatut con la que empezó esta pesadilla, las mesas petitorias vuelven a las calles. Las tertulias braman contra Pedro Sánchez… y la llamada “vieja guardia” del PSOE, cuyas filas se nutren de no pocos indultadores e indultados, salta a la palestra mediática para sumarse al asedio. Aunque, para ser justos, hay que reconocer que la reacción de algunos barones responde ante todo al miedo a verse destronados en unos próximos comicios. Y es que, hoy por hoy, la opinión pública española es contraria a los indultos. La decisión de excarcelar a los líderes del “procés”, que parece firme por parte del gobierno de izquierdas, se tomará, pues, a contracorriente del sentir de la calle e incluso de una parte del propio partido del presidente. No es extraño que la derecha crea que los dioses le son propicios. Y, desde luego, la apuesta es arriesgada. Podría costarle una derrota que acabase con su carrera política y enviase a las izquierdas a la oposición por una larga temporada. Sin embargo…


Sin embargo, toca dar el paso de los indultos. Por muchas razones – y no sólo de aritmética parlamentaria -, es necesaria una iniciativa política para tratar de desencallar el conflicto catalán. Su persistencia es fuente de inestabilidad permanente, al tiempo que deja gripado uno de los principales motores de España. El desgarro de la sociedad catalana no puede empezar a repararse sin cerrar la herida abierta que representa ese prolongado encarcelamiento. De modo simétrico al sentir ciudadano del resto del país, la opinión catalana – tanto de independentistas como de contrarios a la secesión – es abrumadoramente favorable a los indultos para dar una oportunidad al reencuentro. Ante una disyuntiva como ésta es donde se miden los auténticos liderazgos. Sánchez se enfrenta a la decisión más trascendental de su vida política. 


Liderazgo… Me formé en una tradición de la izquierda crítica opuesta a los métodos burocráticos y al culto a la personalidad de los dirigentes. Los hiper liderazgos que han caracterizado la “nueva política” constituyen sin duda el producto de una época; de un tiempo en que las configuraciones sociales han cambiado bajo el influjo de la globalización neoliberal, en que la izquierda tradicional ha ido perdiendo pie sobre el nuevo paradigma de la clase trabajadora y se han desvanecido las utopías emancipadoras del siglo XX. No hemos dado aún con las fórmulas adecuadas. Esas dirigencias personalizadas al extremo se antojan un retroceso del pensamiento político; reflejan el estado “líquido” de las sociedades post-industriales, no su guía hacia un nuevo horizonte, que sólo un esfuerzo colectivo puede dibujar. Pero, como nos enseñaba el viejo Marx, la lucha de clases no tolera interrupciones. La izquierda debe pelear hoy con los instrumentos de que dispone, si quiere tener siquiera la ocasión de forjar mañana herramientas más apropiadas. En las actuales circunstancias, el papel de esas personalidades, de sus decisiones últimas, deviene determinante. Si Sánchez mantiene el rumbo a pesar de los oráculos, trazará un camino al margen del cual no hay esperanza para las fuerzas progresistas en España: el del reconocimiento de plurinacionalidad del país, que conlleva la necesidad de buscarle un acomodo democrático y de brindarle un proyecto compartido. Y eso es ahora, cuando la inflamación nacionalista ha tensado a cuerda de uno y otro lado. La palabra quizá esté demasiado manida y resulte ambivalente, pero no se me ocurre otra: Pedro Sánchez se halla en la tesitura de demostrar si tiene o no talla de estadista… en lo que por tal se entiende en la cultura europea. Es la hora de jugarse el tipo y apostar por una “paix des braves”.


No es la primera vez que el conflicto catalán pone a prueba los liderazgos. Puigdemont tuvo su momento crítico el 26 de octubre de 2017, la víspera de aquella fallida declaración de independencia que culminó el choque institucional de aquel otoño y cuyas consecuencias seguimos padeciendo. Tintineaban las 155 monedas de plata de Rufián. El president se había echado atrás de su decisión de convocar unas elecciones que hubiesen podido evitar lo peor. Por la tarde, en una dramática sesión parlamentaria, los portavoces de la izquierda imploramos a Puigdemont que hiciera de presidente de todos los catalanes, preservando sus instituciones; que atendiera al interés del país por encima del clamor de los suyos. “Quizá hoy le fulminen, llegué a decirle, mañana todosreconocerán que tuvo razón evitando la DUI y convocando elecciones”Puigdemont no tuvo la entereza necesaria. Prefirió la inmolación del independentismo y la salida del país. Hoy pretende tutelar Catalunya desde Waterloo, aventando las brasas del conflicto. Pero el tren de la historia pasó ante él aquel día. No volverá a hacerlo y su juicio es implacable. Quien no es capaz de defender las conquistas democráticas de un país – y el autogobierno es sin duda una de las más preciadas – nunca lo conducirá a metas más ambiciosas. El suyo es un liderazgo irremisiblemente fallido.


No es el único, aunque no por las mismas razones. Las intermitentes reapariciones de Felipe González o Alfonso Guerra, jaleadas con entusiasmo por la derecha, representan ante todo el eco de un pasado que se resiste a dar paso a nuevos episodios de la vida. Concluido el diálogo del personaje que se encarna, hacer mutis con elegancia constituye la guinda del arte dramático. No todos lo dominan. En este caso, no se trata de un liderazgo alternativo, sino del intento, cargado de amargura e impotencia, de erosionar el de Pedro Sánchez. Pero hay otros que van a pasar también su prueba de fuego en este envite. La arriesgada apuesta del gobierno español, para funcionar, necesitaría una correspondencia a la altura de las circunstancias por parte de la Generalitat. Los sectores más radicalizados del independentismo, desde la ANC hasta la CUP, no paran de denostar los indultos como una trampa. No se equivocan al intuir que pueden rebajar la tensión y abrir la vía de un diálogo en el que se encuentran manifiestamente incómodos. Los partidarios de “cuanto peor, mejor” presionan abiertamente a ERC. La invocación de la República como objetivo de la legislatura, la reiteración de “lo volveremos a hacer”… son pura retórica. No está el patio para “embates”. Pero no por ello dejan de dar argumentos favorables a la agitación que promueven PP, Vox y Ciudadanos. No tendría ningún sentido cualquier declaración de arrepentimiento. No es eso lo que hace falta. Pero sí que ayudaría la aceptación explícita de los indultos por parte del Govern, su valoración como un gesto valioso al que procede responder con una sincera voluntad de diálogo – con España y también con el resto de fuerzas políticas catalanas. Un diálogo alejado de cualquier ultimátum, amenazas o iniciativas unilaterales. Esa será el examen al que se verá sometido el liderazgo de Pere Aragonés. No basta con presidir formalmente la Generalitat para liderar Catalunya. Si ERC pretende ser algo más que “el partit dels masovers”, siempre atemorizados ante la voz de mando de la derecha nacionalista, es ahora cuando debe demostrarlo.


Los indultos no constituyen ninguna solución. Son, simplemente, la condición previa para construirla. La apuesta de Pedro Sánchez, para salir adelante, requerirá que su gobierno aguante primero la tempestad que se le viene encima. Y, luego, que aproveche la legislatura para avanzar en reformas sociales tangibles que mejoren la vida de la gente y puedan cohesionar un país zaherido por las desigualdades. Si consiguiese combinar esa recuperación con un apaciguamiento de la crisis catalana, podríamos tener por delante todo un ciclo de gobiernos socialdemócratas y progresistas en España. De lo contrario, cabe temer un escenario mucho más sombrío y amenazador. En primer lugar, para Catalunya. Mucho depende ahora de la valía de distintos liderazgos. Hagamos todo lo posible para que estén a la altura del desafío.


Lluís Rabell

30/05/2021

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