
“No puede haber paz con los terroristas, pero nadie podrá vencerlos sin brindar a los palestinos una perspectiva de paz y libertad”
No resulta fácil guardar la cabeza fría ante las imágenes desgarradoras que nos llegan cada día desde la martirizada Franja de Gaza, ni ante los testimonios de la matanza cometida por Hamás el 7 de octubre en el sur de Israel. Las pasiones están desatadas y la tentación de emitir juicios sumarísimos, cayendo en la polarización que genera el conflicto palestino-israelí, muy grande. Y sin embrago… Si quiere ser útil a la causa de la paz, la izquierda – hoy confusa y dividida – debe recurrir a la razón, escuchar y debatir serenamente a pesar de todo. Valga como contribución a esa indispensable reflexión colectiva esta tribuna del eurodiputado Raphael Gluksmann, publicada hace unos días por el rotativo “Le Monde”. Gluksmann es periodista y director de cine, fundador del partido político de centro-izquierda “Place Publique” que formó, en 2019, una candidatura conjunta al Parlamento europeo con el Partido Socialista francés.
Hay momentos en la historia en los cuales la evidencia no es compartida y saber expresarla constituye el primer deber del político, previo a cualquier debate y a toda acción.
Empecemos pues por decir aquello que algunos no alcanzan a expresar en el seno de la izquierda francesa: la desolación que nos invade ante el destino de esos niños israelís masacrados, ante esas mujeres violadas y esas familias quemadas vivas. Hamás es una organización terrorista y su ideología fanática, su culto de la violencia y de la muerte conducen lógicamente a los crímenes contra la humanidad cometidos el pasado 7 de octubre. Y nada – ni la lucha legítima contra la colonización, ni el necesario combate en favor del reconocimiento de un Estado palestino – podría justificar en modo alguno los horrores de Kfar Aza o de Reim.
Decapitar a un ser humano o secuestrar niños no serán nunca actos de resistencia. Ni la resistencia francesa ni la resistencia ucraniana de nuestros días han cometido jamás actos como ésos o parecidos. No existen, por tanto, “dos varas de medir”, como se repite estos días con tanta frecuencia, sino un abismo: aquél que separa la resistencia a la opresión del terrorismo que pretende acabar con el otro.
El resistente puede verse obligado a matar, pero lo hace forzado por las circunstancias, mientras que el terrorista se deleita en su crimen como ese asesino de Hamás que telefoneaba a su padre, riendo en medio de la masacre: “Estarías orgulloso de mí. ¡He matado a diez judíos! ¡A diez!”.
Hay que empezar diciendo también que los cócteles Molotov lanzados contra una sinagoga de Berlín o los eslóganes que se escucharon en Sídney (“Gasead a los judíos”) no tienen nada que ver con la solidaridad hacia el pueblo palestino, sino que entroncan con el antiguo odio hacia los judíos, un odio que ha escrito la página más sombría de la historia europea y que debería ser combatido por todos. Sin excepciones ni vacilación.
Decir cosas tan sencillas como éstas, tan básicas, y decirlas claramente, sin “peros”, no equivale en modo alguno a ignorar el contexto histórico y político en el que se han producido todas esas atrocidades. Ni significa ocultar la inmensa responsabilidad del gobierno de Netanyahu, ni guardar silencio acerca de la colonización en Cisjordania o minimizar los crímenes cometidos por el ejército y los colonos israelíes. Decir esto es demostrar el grado mínimo e incompresible de humanidad sin el cual ningún debate realmente político sería posible.
Decir esto – si nos guía un deseo de ecuanimidad en momentos tan trágicos como éstos, cuando nos embarga una cólera que podría hacernos olvidar que el otro, sus derechos y sus sufrimientos también existen – debería asimismo llevarnos a afirmar que todo castigo colectivo de civiles palestinos es inaceptable y a expresar nuestra profunda empatía con las miles de víctimas civiles de Gaza – muchas de ellas niños -, a rechazar los bombardeos indiscriminados y el sometimiento de toda la población a un estado de sitio. Y a reconocer gravemente que ningún nuevo mundo surgirá de las cenizas a que son reducidas escuelas y mezquitas, ni de la negación de cualquier salida política que mantiene Israel desde hace años.
Debería llevarnos a decir que la hostilidad visceral de Benjamín Netanyahu a la emergencia de un Estado palestino le ha llevado a facilitar el crecimiento de Hamás, a cerrar los ojos ante su financiación internacional, e incluso a promoverla, y a afectar recursos militares a la protección de los colonos milenaristas que acaparan las tierras palestinas de Cisjordania antes que a proteger a los ciudadanos que vivían en suelo israelí, en el linde de Gaza.
A decir que Israel – y casi todo el mundo – apostaron por el cansancio de los palestinos y el progresivo olvido de su causa, confiando en la perennidad de un statu quo tan irrealista como injusto. Las anteriores ofensivas contra la zona más densamente poblada del mundo han demostrado ya la inanidad de una respuesta estrictamente militar.
Decir todo eso no significa mostrar “debilidad” frente al terrorismo. Significa tomar en consideración el prolongado sufrimiento de los palestinos y comprender que, sin aportar una respuesta a ese sufrimiento, la guerra actual contra Hamás sólo puede desembocar en un fracaso. Incluso si muchos de sus jefes o sus asesinos son eliminados.
Dos caminos se abren ante nosotros.
El primero de ellos ya está trazado. Es el camino de la intensificación de las acciones militares sin perspectiva política, de la entrada en Gaza del ejército israelí, de su avance lento y mortífero a través de sus sinuosas callejas, del amontonamiento de ruinas y de cadáveres… y luego de una retirada, cuando la operación será juzgada suficiente o cuando la emoción de la opinión pública mundial ante el número de víctimas palestinas sea demasiado intensa. Y de vuelta al vacío político.
Podríamos afirmar sin miedo a equivocarnos que los dirigentes de Hamás, que conocen bien a su enemigo, que lo conocen sin duda mejor de lo que él les conoce a ellos a pesar de toda la superioridad tecnológica de Israel, contaban ya con esta respuesta cuando lanzaron sus milicianos a la orgía de sangre del 7 de octubre. Sin duda esperan desestabilizar a los países vecinos que habían optado por normalizar sus relaciones con Israel.
El otro camino no está bien definido, apenas esbozado, incluso entre nosotros. Es el camino de la razón política, desprovista de cualquier forma de ingenuidad, consciente de que Hamás debe ser destruido – considerar seriamente el abismo que se abrió el 7 de octubre conduce a esa conclusión -, pero que se interroga acerca de los medios para alcanzar ese objetivo sin reaccionar como esperaba el adversario, ni caer en su trampa. Una razón lúcida por cuanto se refiere al contexto histórico, social y político de que se nutre Hamás y que, de no ser tomado en consideración, condenaría toda lucha antiterrorista al fracaso. Una razón que condena incondicionalmente a Hamás, sus crímenes y sus padrinos, pero que no puede dar un apoyo incondicional a un gobierno israelí que, de violaciones patentes del derecho internacional a cálculos cínicos y absurdos, ha contribuido de tal modo a fortalecer al enemigo mortal que hoy pretende erradicar.
Ese otro camino, el de la lucha contra el terrorismo y el combate por la paz, es el que la Unión Europea debe ayudar a trazar. Ese camino supone que nuestros dirigentes tomen en serio, al mismo tiempo, al terrorismo que golpea el corazón de Israel y la causa de la paz, que el gobierno israelí ha hecho hasta ahora inalcanzable con sus métodos. Es necesario entender hasta qué punto ambas cosas son inseparables.
No puede haber paz con terroristas que sólo quieren la guerra, pero nadie derrotará duraderamente al terrorismo sin brindar una perspectiva de paz y libertad al pueblo palestino. Tomarse en serio la amenaza de Hamás supone accionar todas las palancas a nuestro alcance para debilitar y dejar sin recursos a una organización designada como terrorista por Europa desde 2003. Lejos de añadir más sufrimientos aún a los castigados civiles palestinos – como nos invitaba a hacerlo el problemático comisario europeo húngaro Oliver Varhely, proponiendo que la UE congelase las ayudas europeas a Palestina, hasta que fue llamado al orden -, nuestros dirigentes deberían debatir acerca de las presiones que pueden ejercer sobre los banqueros y padrinos que financian a los terroristas. Sin dinero y sin las armas facilitadas por el gobierno iraní, Hamás hubiese sido incapaz de montar una operación de la envergadura que revistió el 7 de octubre.
Ese régimen es hoy el arquitecto del terror en la región y la organización de los Guardianes de la Revolución representa su brazo armado, tanto en el mismo Irán como en Siria, en el Líbano o en Palestina. Hace meses ya que solicitamos al Parlamento europeo que los Guardianes de la Revolución sean inscritos en la lista de organizaciones terroristas de la UE. Pero los Estados miembros bloquea esa iniciativa y nada avanza en ese sentido. Del mismo modo que nada se mueve en relación a Qatar, que acoge y financia a los líderes de Hamás. La peor matanza de judíos desde la Shoa es reivindicada a partir de ese emirato rico en hidrocarburos que frecuentan con entusiasmo políticos franceses y europeos cuyos discursos marciales contra el terrorismo se desvanecen ante la perspectiva de una conferencia remunerada en Doha. ¿Acaso no es hora ya de hacer comprender a los dirigentes qataríes que tendrán que escoger entre la amistad de las democracias europeas y la hospitalidad que prodigan a los terroristas?
Mostrar que somos serios en la lucha contra el terrorismo debería permitirnos ser audibles, incluso en Israel, cuando planteamos esta verdad insoslayable: sin una hoja de ruta creíble hacia el reconocimiento de un Estado palestino libre y viable, sin renunciar a la colonización que, de facto, torna imposible esa perspectiva, el ciclo de la muerte no se detendrá jamás. Esa perspectiva debe formar parte de la lucha antiterrorista.
Nuestros gobiernos no pueden decentemente pedirle a Israel que no haga nada: ¿acaso algún Estado dejaría que sus ciudadanos fuesen masacrados sin reaccionar? Pero, por el contrario, sí pueden proponer un contrato de paz antiterrorista: liberación de todos los rehenes y alto el fuego, relanzamiento de las negociaciones con la Autoridad palestina para alcanzar una solución política, desmantelamiento de Hamás y desmilitarización de la franja de Gaza bajo supervisión internacional. Ese camino puede parecer hoy irrealista. Pero la opción supuestamente “realista” hasta ahora – el statu quo y el desinterés del mundo – ya no cabe. Significaría, con toda probabilidad, un salto colectivo al abismo.
Raphaël Gluksmann
(Le Monde, 25/10/2023)
Traducción: Lluís Rabell